9 de noviembre de 2025
El desarrollo turístico y la preservación del patrimonio arquitectónico, del mismo modo que su renovación con responsabilidad. Aspectos a través de los cuales los autores de esta nota proponen trazar un camino para recuperar el esplendor de la ciudad. Rumbo al bicentenario de su fundación, ese acontecimiento se convierte en un interesante desafío para reinventar Azul. Su rico legado cultural, un incondicional aliado para alcanzar el objetivo.
Por Mariana Lombar y Carlos P. Pagliere (h)
Hay ciudades que se reconocen en su arquitectura, en la textura de sus fachadas, en el perfume de sus árboles. Azul siempre fue una de ellas. Pero hace tiempo parece detenida: atrapada entre el desgaste del tiempo y la necesidad de reinventarse, entre el riesgo de caer en la decadencia y la esperanza de recuperar su esplendor.
El futuro de la ciudad necesita del desarrollo turístico. Contamos con historia, belleza arquitectónica y paisajística, cultura y talento: ése es nuestro capital. El turismo, a su vez, exige preservación del patrimonio y construcción consciente. Cada casa antigua que se pierde borra una parte de nuestro pasado, y también de nuestro futuro. Cada construcción improvisada nos aleja de nuestra mejor versión.
La estrategia: el turismo estético
Para crecer, hay que convencer a muchos viajeros de visitar Azul. Pero los atractivos actuales no alcanzan. Necesitamos diseñar un plan integral y sostenerlo en el tiempo, para construir una propuesta tentadora.
Por suerte, estamos a pocos kilómetros de Tandil, que es una ciudad vibrante que recibe miles de turistas. Esta cercanía es una oportunidad estratégica. En las provincias del Norte y del Sur, los viajeros de un destino se convierten en visitantes de los pueblos cercanos. Azul debería seguir ese ejemplo. No actuar en sinergia con Tandil sería un pecado; no preparar nuestra ciudad con propuestas de calidad para integrarnos a su hoja de ruta, un error.
No tenemos sierras ni diques en el casco urbano. Y nuestro paisaje es más modesto, con el arroyo como único accidente geográfico relevante. Por ello, la diferencia debe centrarse en la estética. Azul necesita transformarse en una ciudad boutique, donde la calidad y el diseño sean su sello.
Hay ejemplos alentadores. El majestuoso proyecto del ingeniero Alejandro Irigoyen en la casona de Belgrano y Moreno. La restauración del edificio donde funcionó el colegio Santo Tomás, con su nueva cafetería Capri. El complejo frente al Club de Remo diseñado por el estudio Ciotta & Picot, con su hermosa terraza. La apuesta de calidad de Daniel Arrastúa en el Parador Boca de las Sierras. Más otros puntos de Azul que destacan por el buen gusto: el hotel Elena, Espacio SOHO, los cafés Manolete y Antonio's, las heladerías C'est ma Crème y Mirage.
Estos casos -y otros tantos- marcan el camino a seguir: consolidar un modelo de desarrollo que proyecte la ciudad con un plan compartido basado en la estética.
Es importante subrayar que el turismo no es un lujo, sino una industria que genera empleo, autoestima y riqueza. Cada construcción, cada fachada restaurada, cada árbol plantado, es una inversión que pondrá recursos en manos de las próximas generaciones.
El corazón de la ciudad
El centro azuleño necesita una intervención urgente. Imaginemos las calles San Martín e Yrigoyen con más espacio peatonal: un paseo arbolado y limpio, que recupere la escala humana del casco histórico. Sin autos estacionados, con sombra, bancos, cafés, flores y tiendas bonitas. Donde hoy reina el tránsito ruidoso y la cartelería caótica, podría diseñarse un corredor apacible y ordenado.
Cabe destacar que, en esa dirección, y tras el trabajo conjunto entre el Municipio y el CEDA, el Concejo Deliberante aprobó un Programa Municipal para el Desarrollo del Centro Comercial a Cielo Abierto.
Para hacerlo posible, es esencial construir un estacionamiento público que libere las calles principales. Hay que eliminar -o al menos ordenar- el cableado aéreo, limpiar los frentes, promover una coloración uniforme y suprimir la cartelería invasiva, para reemplazarla por señalética homogénea y discreta.
La unificación estética de las fachadas altas y bajas es fundamental para corregir el "efecto sirena" que describe el arquitecto Carlos Fortunato: los edificios conservan belleza en lo alto, pero en planta baja están mal intervenidos. Una imagen coherente fortalece la identidad urbana.
Las arterias emblemáticas
El eje Bolívar-Colón-Pellegrini podría transformarse, sin grandes inversiones, en un circuito histórico y turístico que integre los principales hitos arquitectónicos y de esparcimiento.
Es esencial restaurar los edificios, completar el arbolado -manteniendo los naranjos en calle Colón- y cuidar las fachadas para lograr armonía visual sin frenar la evolución urbana. La belleza también es respeto al vecino
Un buen ejemplo de integración entre tradición y modernidad es el Mercado San Benito, en avenida Pellegrini, que demuestra que es posible renovar sin desfigurar el paisaje urbano.
El Callvú Leovú: la columna vertebral
El arroyo es el paseo más interesante de la ciudad: cruza el Parque Municipal, bordea la costanera y acompaña a clubes e instituciones. Sin embargo, sobre su ribera casi no existen cafés ni restaurantes, pese a ser el escenario ideal.
El predio de la YPF frente al balneario, se conserve o no la construcción existente, podría convertirse en un punto de referencia urbana y turística. El Cacique Catriel, reformado y puesto en valor, sería su complemento ideal. Ambos enclaves podrían dar inicio a un corredor turístico-gastronómico sobre el arroyo.
El alma de Azul: su cultura
Azul tiene en su cultura un tesoro. Somos la Ciudad Cervantina de la Argentina y, además, la Ciudad Hernandiana por la colección única de Martín Fierro que también resguarda la Casa Ronco. A esa riqueza literaria se suma una intensa vida artística local.
El historiador Eduardo Agüero Mielhuerry ha documentado con rigor esa herencia, mostrando cómo el conocimiento de nuestra historia es un recurso clave para desarrollar una estrategia turística.
Una Comisión del Bicentenario
Todas estas ideas requieren planificación y continuidad. Proponemos una Comisión del Bicentenario integrada por representantes públicos y privados, empresas, comerciantes, frentistas, oficios afines a la construcción -herreros, carpinteros, pintores-, manos solidarias y referentes de la arquitectura, el paisajismo, la cultura y el estilismo.
Recursos humanos sobran: hay azuleños con talento, compromiso y visión. Entre ellos, el arquitecto Augusto Rocca ha sido una voz constante en la defensa del patrimonio y la recuperación del valor estético de la ciudad.
Lo esencial es la coordinación. El crecimiento debe surgir del respeto y la colaboración. Los propietarios son aliados naturales. Si perciben beneficios reales y apoyo comunitario, serán los primeros en sumarse.
Esa comisión debería fijar metas concretas a corto y mediano plazo: revitalizar el casco urbano, consolidar un corredor gastronómico, fomentar el turismo cultural y natural, y mejorar la infraestructura.
Una tarea central es atraer sponsors e inversores privados, desde grandes capitales hasta aportes colectivos.
El objetivo: mostrar resultados visibles antes del bicentenario de 2032 y proyectar a Azul entre las ciudades más atractivas y armónicas de la provincia.
Un llamado a la esperanza
Azul necesita reencontrarse con su belleza. Mirar su arquitectura no como un vestigio del pasado, sino como una promesa de futuro. Si cuidamos lo que tenemos y potenciamos lo que somos, el bicentenario nos encontrará celebrando algo más que una fecha: nos encontrará orgullosos de ser azuleños.
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