Locales
15 de abril de 2019
DE CONTRA
Por Augusto Meyer
De la Redacciónde EL TIEMPO
Instituciones deportivas de ciudades del interior como la nuestra hacen esfuerzos denodados para mantenerse en competencia y conservar dentro del campo de juego a personas que demandan mucho más que una necesidad de sentirse parte de un elenco de fútbol. Son clubes que carecen de refuerzos y donde todo se hace a partir del compromiso de los mismos dirigentes, entre ellos algunos vecinos. El Estado muchas mira el partido de afuera y, en vez de ayudar, tira gas pimienta avalando la aplicación de tarifas de servicios básicos difíciles de pagar.
ARCHIVO/EL TIEMPO/NACHO CORREA
Los clubes de fútbol de barrio tienen, cada vez más, una misión que trasciende la conformación de un equipo para tratar de obtener logros deportivos.
De la misma manera que lamentablemente- las escuelas primarias le brindan a los nenes en sus comedores el alimento que algunos no tienen en sus hogares, instituciones deportivas de barrio como las que tenemos en Azul, Chillar o Cacharí, sirven como abrigo de contención a nenes que atraviesan la etapa de crecimiento que marcará su futuro a todo nivel.
Dentro de esas organizaciones, carentes de apoyo estatal, un puñado de dirigentes entre ellos algunos vecinos del mismo sector donde está emplazado el club- realiza esfuerzos denodados para mantener el barco a flote. Más de una vez, deben echarle mano a sus billeteras para reunir el dinero necesario para afrontar alguna factura, como es el caso del pago de los servicios básicos de agua, luz y gas. Por lo demás, donan su tiempo, sus ganas y sus ideas en pos de la manutención de la institución.
Los ingresos son cada vez más reducidos y los problemas con los que algunos jugadores vienen de la casa, por demás preocupantes.
El vestuario ni el campo de juego alcanzan para llegar con toda la contención necesaria, y se hace imprescindible recurrir a especialistas que se han capacitado para ir en auxilio de las carencias con las que llega algún integrante del plantel.
Ser y pertenecer
Los clubes de barrio tienen a través de las políticas de acción que implementan sus dirigentes, con mayor o menor acierto, una necesidad imperiosa de ser y pertenecer. Buscan crecer, aún cuando las condiciones económicas históricas sean un escollo constante y difícil y sortear, y pretenden legítimamente integrarse al sector en el que se encuentran insertos.
Si bien nacen y se desarrollan como una entidad deportiva, no se abocan solamente a eso. Necesitan ser parte del barrio. Tal es el caso de clubes como Sportivo Piazza y San José, entre tantos otros, que buscan permanentemente involucrarse con la realidad social que les toca vivir.
Ser club de barrio es, también, potrero; es meterse en el barro para sacar a los chicos de la calle, donde los peligros están cada vez más expuestos, al alcance de la mano y a la luz del día.
Aunque carezcan de la ayuda estatal, estas instituciones son en sí un lugar de referencia para los habitantes del sector; en especial si son espacios que están en zonas periféricas, con algunos pobladores con sus necesidades básicas insatisfechas y un cúmulo de carencias que se profundizan llevadas de la mano de la indiferencia de ciudadanos, gobernantes y dirigentes políticos. No todos son lo mismo, claro está; afortunadamente hay personas comprometidas que no miran para el costado y a su modo- acompañan a quienes hacen a favor de los demás.
No más frases hechas
La Encuesta Permanente de Hogares de Azul que la semana pasada presentó el Observatorio Laboral Azuleño vino a refrendar una realidad que todos, en mayor o en menor medida, conocemos. No reconocerlo es de necio, o esconde otros intereses.
Y el informe que el domingo pasado publicó este matutino, anticipadamente puso en evidencia además del incremento de una demanda social de alimento y contención en comedores y merenderos barriales- la necesidad de pasar a contar con mayor cantidad de mano de obra y una distribución más equitativa de las colaboraciones que se puedan hacer.
Siguiendo el hilo del razonamiento será cuestión, entonces, de dejar de decir para pasar a hacer.
Teniendo en cuenta que toda crisis es la oportunidad de desarrollar nuevas oportunidades, será este el momento de empezar a actuar responsablemente y de exigir, cuando la situación así lo amerite, otro compromiso de quienes nos gobiernan en los diferentes estamentos.
Deberíamos salir de la modorra ciudadana y no esperar el ingreso al cuarto oscuro para acomodar piezas en un tablero de ajedrez con un tiempo que apremia y un juego que se presenta cada vez más complicado.
Estar en democracia no sólo es votar; es reclamar, por los canales que corresponden, acciones estatales para ir en ayuda de instituciones como los clubes de barrio.
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