INSTRUMENTISTAS Y ORQUESTAS DEL 900

INSTRUMENTISTAS Y ORQUESTAS DEL 900

Primeros músicos y "musiqueros" de Azul

El autor refiere en este artículo a la época musical en que nuestra ciudad "descolló con méritos propios". Se instalan conservatorios y muchos de los ejecutantes de las orquestas foráneas se vinculan y se afincan en Azul, capacitan alumnos y surgen entonces conjuntos que comienzan a lucirse en aquellas veladas de principio de siglo.

17 de diciembre de 2022

"Aquí me pongo a cantar / al compás de la vigüela / que el hombre que lo desvela / una pena extraordinaria / como el ave solitaria / con el cantar se consuela".

Así comienza Martín Fierro, en aquellos lejanos días del siglo pasado [XIX], su inmortal libro, y en esos versos se sintetiza la emoción del hombre solitario en estas dilatadas pampas que necesita expandirse, como un lamento, transformando en grito que vaya, hacia el infinito, en busca de consuelo a su dolor de hombre paria abandonado a su suerte.

Eran aquellos tiempos de guerra, de malones, de incendios y de matanzas; y en medio de ese batallar diario entre la civilización y el salvaje, nacía el Fuerte de San Serapio Mártir y, a su vera, junto al Callvú Leovú, el pequeño poblado de Azul, que iría creciendo y creciendo en medio de combates, derrotas y victorias sin días de sosiego, huracanes y turbulencias, sólo mitigadas tantas penas por la música que, como bendición de Dios, llegó también con el instrumento.

Música y armonía en nuestra Patria chica, con sus cantos y danzas y versos, a cuyo compás se fue moviendo la población en su lenguaje nativo, dando una fiesta al espíritu en las horas de solaz y descanso, breve intervalo de algún tiroteo...

La guitarra fue nuestro primer instrumento que le dio vida a la música, por estos solitarios pagos de principios del siglo pasado [XIX], cuando allá por 1820 se levantaban los primeros rancheríos, transformados más tarde en estancias, hasta que llegaron las tropas de caballería y las carretas para fundar el fortín. Y en ese inmenso desierto, en la pampa misteriosa de legendarias historias, el hombre que allí vivía reguló la música de acuerdo a sus emociones y la transformó en un arte inspirado en la naturaleza que vivía y en la tierra en que se movía.

Solitarios y largos días de verano; solitarias y largas noches en invierno. ¿Cómo no iba ese paisano nuestro a poner en actividad todo su ingenio y crear su música en sus tres definidas expresiones? Versos, cantos y danza...

"Cantando me he de morir / cantando me han de enterrar / y cantando he de llegar / al pie del Eterno Padre / dende el vientre de mi madre / vine a este mundo a cantar".

Nuestra aldea crece, el Azul se transforma en pueblo y ya son muchos los cantores que llevan la música de casa en casa, de fiesta en fiesta. Cruzan la llanura los payadores y uno de ellos queda grabado en la historia criolla con la sentimental estrofa:

"Santos Vega el payador / aquel de la larga fama / murió cantando su amor / como pájaro en la rama".

Y junto a esos hombres inspirados como un manantial milagroso en estas tierras de leyendas, surge la danza, uniéndose la guitarra, los violines, tamboriles, flautas, completándose la música, bella y espiritual en nuestro naciente pueblo con sus cantos y bailes a medida que transcurría el tiempo.

Surge el Pericón, como una joya en una fiesta patria y la adornan, habaneras, polcas y zambas... De Chile nos llega la cueca y la zamacueca, traída por los cautivos liberados; y todo se complementa con el Gato, la Huella, el Prado, la Firmeza y el Marote.

Han pasado ya aquellos difíciles tiempos de la guerra del desierto y el Azul se ha organizado en una Comuna floreciente. Las familias se esmeran en la atención de la música y llegan maestros de lejanas tierras. A la guitarra le sucede el piano y se forman las primeras orquestas de concierto en afamados conservatorios, cuyos participantes ganan prestigio en toda la región en donde requieren su presencia. Y así llegamos a principios del 900...


"Como eximia pianista se destacó Juanita Rotgé, junto a destacados valores de la música que, como el gran violoncellista Mompurgo, dieron conciertos en esta ciudad." [Epígrafe original]. FOTO EL TIEMPO/HEMEROTECA J.M. OYHANARTE

Atrás han quedado escritas, en la historia del pueblo, las hermosas noches de baile en los salones de los clubes de entonces que, como el Unión y el Progreso, cobraron fama por sus reuniones en que lo más granado de nuestra sociedad se daba cita para solazarse al compás de un lancero, de un vals danubiano, de un shotis o de una mazurca, en los festejos de los días patrios que nacían con la clarinada vibrante al Sol de Mayo y se esfumaban en la noche con las sagradas estrofas del Himno Nacional.

Aquellas fiestas de antaño conmovían al vecindario y se extendían hasta las lejanas casas de la campaña desde el centro del pueblo, en una celebración de inmenso patriotismo que culminaban en las fiestas julias, recuerdo de la Independencia.

El Azul avanza y domina en el centro de la provincia. Su cultura cría fama; llegan celebrados músicos desde la metrópoli y, en sus salas de espectáculos, se brindan al público selecto, óperas y operetas. Cunde la afición y se instalan conservatorios. Muchos de los ejecutantes de esas orquestas foráneas se vinculan y se afincan en Azul, capacitan alumnos y surgen entonces conjuntos que comienzan a lucirse en aquellas veladas de principio de siglo, con la música instrumentada, danzas y cantos... Sesenta años han quedado atrás, desde entonces.

Desde aquellos primeros pianistas que se lucieron en aquella época floreciente, cabe destacar a los profesores Alfredo Requena, Alejandro Riviere, Juanita Rotgé, Pedro Cajaraville, Juan Ferrara y Miguel Bárcena, algunos de los cuales, como Requena, compusieron bellas páginas de música nativa difundidas en nuestro medio.

Sobresalieron en violín, por su vocación y buena ejecución, Santiago Dieffenbacher, Carlos Piffaretti, Pedro Sandroni, el popular Santucho, Domingo Cristino, y más tarde Eliseo Castañares, Labataglia, Saro Cajaraville y Vicente Piñero.

Cabe destacar que hubo familias como la de Castañares, que formaban orquesta entre sus miembros y es así como los hermanos Ignacio (guitarra), Eliseo (violín) y Manuel (mandolín) eran requeridos para ejecutar en las fiestas.

También los Piñero formaron orquesta. Juan Piñero fue el primer ejecutante de bandoneón en Azul, Vicente fue un buen violinista y Nino acompañaba con guitarra. Este último, en pleno auge del tango en Francia, se fue de Azul y viajó a París, en amable compañía, allá por 1916. Se lució como músico y como bailarín en el famoso Moulin Rouge, vistió smoking y fue aplaudido. Después... el silencio y una tumba en el cementerio del Pére Lachaisse... Sólo quedó su recuerdo.

Por esa época también llegaba a los boulevares parisienses con su bagaje de ensueños aquel porteño que se llamó Arolas y dejó escritos en el pentagrama sus famosos tangos "El Marne", "Maipo" y "Derecho Viejo".

Ya estaban en plena fiesta del Centenario los azuleños, cuando la música llenaba los ámbitos de la ciudad en sus diversas expresiones tanto lírica como popular, y esta última sobresalió entonces con carácter neto en los carnavales de antaño, con su esplendor y magnificencia que atraía hacia el Azul cientos de forasteros deseosos de participar en sus bailes, en sus corsos. Y fue en éstos, precisamente, donde sobresalieron aquellos conjuntos musicales que se llamaban La Garibaldina, La Estudiantina, Los Pebetes, La Estrella Azuleña, integrados por la muchachada de entonces ejecutando a su paso, con mandolines, violines y guitarras, marchas, valses, polkas; luciéndose sus integrantes que eran muchos en medio del aplauso del público.


Tres músicos de la época que refiere el artículo: Alejandro Riviere, José Tejedor y Alfredo Requena. FOTO EL TIEMPO/HEMEROTECA J.M. OYHANARTE

Había entusiasmo por hacer las cosas bien y los conjuntos o comparsas vestían costosos trajes y una sencilla armonía en la ejecución, lograda luego de largos meses de ensayos. Es que había maestros, señores maestros que, como don Juan Cirioli, adquirieron fama en su época.

Para ese entonces la guitarra era el instrumento común en la mayoría de los hogares y, entre sus cultores más distinguidos, recordamos al Dr. Dindart, integrante de la guarnición local del 2 de Ingenieros; don Pedro Alvarado, don Fernando López Claro, el "Negro" Jacinto Rodríguez, Evaristo Toscano y otros a cuyo lado se fueron formando jóvenes guitarreros; y fue entonces cuando Juan Cirioli organizó una rondalla integrada por treinta guitarristas a la que denominó La Pitágora, con la que amenizó muchas fiestas, tanto en el Teatro Español como en localidades vecinas, cosechando muchos aplausos, lo mismo que otras rondallas que se sucedieron, orquestadas por Domingo Cristino, una de las cuales se llamó La Sonora.

A todo esto, don Juan Torras había establecido una cadena de bares, figurando el Colón, el Roma y el San Martín, que se unieron a los cafés de Eloy y de Bedouret, en las cuales se pasaban las películas mudas al compás de la música melancólica o guerrera (según el argumento), ejecutada por orquestas a cargo de los pianistas Barcena, Riviere, Boca, Juanita Rotgé, Elizagaray, y los violines de Castañares, Santucho, Pessina, Cajaraville, actuando también en algunas de ellas con flauta el conocido músico Nicolás Caló.

Después, el bandoneón hizo escuela y a Piñero sucedieron Zaffora, Castellanos, Aprea, Sobrino, Dupuy y otros que aprendieron al compás de las grandes orquestas típicas, que como la de Firpo, Greco, Pacho y Canaro, nos visitaron hace cerca de medio siglo.

Hubo, a la par de los grandes, otros conjuntos más modestos que surgían en los barrios aledaños, integrados por jóvenes entusiastas, que venían del trabajo a sus hogares, para pulsar la viola y darle sonoridad al instrumento y, entre ellos, recordamos a algunos que formaron orquestas bajo la dirección de Cristino para animar las serenatas y los bailes familiares de entonces, siguiendo la huella dejada por Romero, Giles, Regert, Toscano, Capurro.

Fueron aquellos Di Tomaso, Sottile, Petruccelli, Di Spino, Bianuchi, Grazziano, Scabuzzo, Spallina, todos los cuales fueron alegrando una época floreciente de Azul y que se extendió durante más de un cuarto de siglo, hace de esto cuarenta años.

Y de nuestros institutos de enseñanza salieron buenos músicos, tanto de la Normal, como del Colegio Nacional, siendo sus mejores ejecutantes el formidable dúo de piano integrado por Pepe Tejedor y el popular "Negro" Requena (sobrino de don Alfredo y actual médico en Córdoba), a quienes solían acompañar en Violín Federico Zona y Cipriano Asán, que también era buen guitarrero. Y hubo también en Azul hace medio siglo una bella pianista y excelente ejecutante: Angélica Martegani, cuyas ejecuciones melódicas provocaban entusiasmo y aplausos.

Aquella época musical en que Azul descolló con méritos propios, en que el piano, el violín o la guitarra era común en muchos hogares fue brillante e insuperable, y continuó prodigándose con otros maestros y ejecutantes cuyo recuerdo merece también su página, que puede ser, en algún día no lejano.

Algo más sobre tres músicos

Don Alfredo Requena se recibió a los 16 años de profesor de piano y actuó en la Capital Federal, en el barrio de Flores, y posteriormente en los cines bar "Bedouret" y "Torras", siendo uno de los primeros compositores de música popular de Azul. Se destacan, entre ellas: Vals Azul, Doña Juana (ranchera), Don Goyo (milonga), Hojas de Otoño (vals), Santa Cecilia (plegaria), Don Carlos (tango), Don Guillermo (estilo), y Escúchame Betty (vals). Su actuación fue muy destacada en el ambiente musical de la zona.

Don Alejandro Riviere, de sobresaliente actuación como director de orquestas típicas y como ejecutante de piano en Azul, habiendo actuado también junto al maestro Williams en la metrópoli en una época que le dio fama. [Nota de 2022: es famosa, entre quienes estudiaron y estudian Música, la Teoría de la Música, de Alberto Williams. El autor es el referido maestro, con quien actuó Riviere].

José Tejedor fue un aventajado discípulo del profesor Alfredo Requena, siendo en su época de estudiante de nuestro Colegio Nacional un afamado pianista, que animaba las reuniones de la juventud "dorée" vinculada al instituto de enseñanza.

[Referencias: artículo firmado con el seudónimo Peter Boy. En el original, "Músicos y musiqueros en el andar del tiempo (que hicieron vibrar el aire en estas hermosas tierras)". Publicado en El Tiempo en la edición especial del viernes 9 de julio de 1965. Archivado en Hemeroteca JMO de Azul].

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