Las madrugadas allá en la casa "chorizo" de la calle Lavalle, para mirarlo con mi viejo en el televisor blanco y negro haciendo magia en Japón, en 1979, con esa Selección Juvenil Argentina en la que también jugaba Ramón Díaz.

La trágica noche para mí -que soy de River- del año 81, cuando en ese mismo televisor y también con mi papá vi cómo en "La Bombonera" los hacía arrastrarse por el piso a Fillol y Tarantini para meternos un gol antológico.

El mundial del 86, los goles a los ingleses -con mi vieja como testigo- en el televisor Talent color de 14 pulgadas en esta casa donde todavía vivo; y la tapa de "El Gráfico" de aquel partido ("No llores por mí Inglaterra"), que a la Escuela Ténica me llevaba el profe Divitto, de Dibujo Técnico, que también vendía revistas.

La posterior consagración en México y el festejo en la Plaza San Martín; la película "Héroes" en el cine San Martín o el Odeón (la verdad que bien no me acuerdo).

El del tapado blanco, el de la Claudia, el de la Dalma o la Gianinna. El de "La pelota no se mancha"; "Me cortaron las piernas"; "Se le escapó la tortuga"; "La tenés adentro" o tantas frases más surgidas de su inmenso y tan particular universo lingüístico.

El de Italia 90, el del pase al "Cani" para el gol a Brasil, en aquel entonces desde el televisor -chiquito y blanco y negro- de la pensión de 50 y 8 en La Plata. La final contra Alemania, el penal de Codesal y sus lágrimas; pero vistas en una pantalla gigante desde una pizzería que estaba en Diagonal 80.

Cuatro años después -también en La Plata- el Mundial 94 en un televisor que tenía arriba una virgen, con el departamento de la Calle 12 lleno de amigos y estudiantes universitarios como yo.

Todo lo que vino después y lo que ya había pasado con él. Todo lo que era hasta ahora, lo que fue antes y lo que seguirá siendo desde hoy. El mito que se queda acá y el hombre que ya no existe más.

Las eternas discusiones, estériles, boludas e interminables que se repetirán una y otra vez, sobre si era mejor o peor que Messi. Charlas desatadas en la Redacción de EL TIEMPO con mis compañeros (nobleza obliga, para hacerlos calentar a "Chiche" Ciappina o al "Pelado" Gelosi) o en la mesa de amigos, tal como pasó este sábado en "La Bombonerita", el templo de mi amigo el "Johnny" (el Dr. Jorge Domínguez para quienes así lo conocen), que seguramente hoy debe estar llorando, después de que en esa quinta donde consagró su amor por Boca le dedicó un enorme espacio a él, con posters que cuentan sus hazañas en una cancha de fútbol. Algunos de los cuales -ahora que me acuerdo- le regalé de aquellas épocas en las que compraba "El Gráfico" y convivíamos juntos en un mismo espacio en La Plata, como estudiantes universitarios que éramos.

Los recuerdos más recientes, otra vez allá en La Plata, pero sentado en el hall del edificio donde vive mi hija, allá en la Calle 58 entre 2 y 3; mientras escuchaba de fondo cómo un domingo por la tarde estallaba "El Bosque" porque ahí estaba él dirigiendo a Gimnasia.

El "murió Maradona" que hoy a eso de la una de la tarde empezó a invadir los grupos de WhatsApp. De amigos, de trabajo o de lo que fueran.

La televisión ahora, corriendo detrás de este cadáver exquisito.

El periodista Daniel Arcucci, su biógrafo prácticamente, al que escucho decir algo que alguna vez dijo el "Negro" Fontanarrosa, de que a él no le importaba la vida del Diego; pero sí lo que su vida había provocado en la suya.

Esa frase como el disparador de este puñado de palabras, mientras no puedo dejar de imaginar ahora que Maradona ya está en ese mismo Olimpo donde también se sientan en una misma mesa San Martín, Belgrano, "el Che" Guevara, Favoloro, Spinetta y otros tantos.

El mito que ya era, el hombre que ya no está, por más que todavía cueste entender que a la muerte no la esquiva nadie. Ni este tipo al que un día bautizaron "D10S".