28 de marzo de 2022

CASO HIGUI DE JESÚS

CASO HIGUI DE JESÚS. La autodefensa no es delito, y la autoprotección no es ataque ni agresión

Por Moira Goldenhörn (*)

En días pasados, luego de casi 6 años de proceso, Analía Eva Dejesús, conocida afectuosamente como "Higui" fue absuelta gracias a la enorme batalla de la Dra. Gabriela Conder y su equipo. Entre quienes lo integran, se destaca el rol la Psicóloga Raquel Disenfeld, evidenciando las graves afectaciones que todas las mujeres sufrimos a diario por las diversas violencias machistas, en este caso, padecidas por una mujer lesbiana que quiso evitar su violación grupal y probable femicidio.

Con la absolución no sólo se marca el final de un derrotero que nos unió como colectivo de defensa de una causa más que justa, la legítima defensa en contexto de violencia de género. Sino también, queda claro de aquí en más que defendernos no es delito. Hoy quisiera ir un poco más allá en este razonamiento, en las derivaciones lógicas del mismo y las implicancias que tienen en el cotidiano de nuestra vida como mujeres diversas.

Decimos que, si la autodefensa no es delito, tampoco la autoprotección es ataque ni agresión. El freno a tiempo te salva, el límite amoroso, basado en el amor propio y en el cuidado del otro y también del vínculo, en algunos casos, es el único salvavidas efectivo ante las escaladas de violencia que comienzan de las maneras más sutiles, imperceptibles y naturalizadas en la propia formación personal y en los vínculos que construimos en relación.

Todes nos estamos deconstruyendo: también nosotras estamos aprendiendo a decir que no sin sentir culpa, a decir que no y poner límites claros, aun físicamente, cuando no queremos seguir en un camino de violencias basadas en el género sin que ello implique culpa, sanción social o jurídica. Cuando decimos "no es no", decimos que no a abusos y prácticas sexuales no consensuadas, pero también que no a los celos, al hostigamiento, al conflicto permanente naturalizado, a la persecución, al control directo y a través de redes sociales, de amigos y familiares, a la cancelación social o política por defenderse, a la violencia vicaria sobre los hijos; entre tantas otras situaciones que vivimos a diario como consecuencia de ejercer el amor propio con integridad y dignidad, es decir, poniendo límites.

Y digo que nos estamos deconstruyendo también las mujeres porque culturalmente nos han condicionado a creer que nuestra valía personal y la realización de nuestra vida sólo es posible con un hombre al lado y/o como madre de familia. Nuestra psique en relación se formó naturalizando frases del estilo "estoy luchando por la relación" cuando lo que se hace es soportar malos tratos de diversa índole, o aceptar vínculos donde se exige "si me querés, quereme como soy" aun cuando implique soportar ¿y amar? el carácter de personas narcisistas, infieles, promiscuas, mentirosas, manipuladoras y de otras maneras sutilmente violentas. La cuestión se complejiza cuando a la par de esos condicionamientos culturales a las mujeres, a los hombres se les enseña que "cambiar es para los débiles", "la vulnerabilidad no es de hombres", "el psicólogo es para los locos", o que afirmar cosas como "ser inmodificable" es un logro en la vida, cuando se deja la estela de la violencia en cada vínculo que se construyó.

La cuestión a desanudar es entonces ¿cómo podemos construir otra forma de vincularnos si a nosotras se nos educa para "soportar por amor" -a riesgo de ser consideradas "malas mujeres" si no soportamos, porque claramente no amaríamos en ese caso- y a ellos a "imponerse por hombría" -a riesgo de caer en esa "indignidad machista" del "ser poco hombre" si cambian su actitud ante una mujer-?

Para considerar la realidad podemos abordar el tema desde diversas aristas; generalmente lo hago desde perspectivas comunitarias, aunque hoy quiero traer también cuestiones de la esfera de acción personal para analizar y proponer cambios. Si bien siempre debemos partir de la base de la existencia del patriarcado como sistema político, cultural, social, económico y en algunos casos también jurídico, que establece privilegios naturalizados para los hombres y deber de sumisión para todos los sujetos "no hombres"; también podemos decir, por ejemplo, que muchos de los vínculos humanos mediados por la violencia, no sólo basada en el género, son habitados por personas codependientes. Y también podemos decir que el diálogo y la terapia son las únicas herramientas que pueden desterrar la violencia de los vínculos, así como la codependencia afectiva, para ganar en libertad. El diálogo en todas las instancias: social para des-naturalizar privilegios y sumisiones que permanecen invisibles o aún celebrados como virtudes; el diálogo en pareja para llegar a acuerdos que puedan cumplirse en base a nuevas vías sobre las que fluya el vínculo para alejarse de lugares comunes de violencia; y el diálogo reflexivo con un@ mism@ y en terapia, para ganar en honestidad e integridad cuando algo nos lastima o estamos lastimando, y corrernos de ese rol.

Pero ¿es posible trabajar sobre personas que ejercen violencias basadas en el género? Según experiencias mundiales no sólo es posible, sino que es urgente trabajar con varones que ejercen violencias basadas en el género, sobre todo a edad temprana que es cuando podemos observar cambios importantes en el crecimiento personal libre de violencias.

Claro que, para elegir trabajar en uno mismo, se requiere de una enorme empatía para comprender la gravedad del problema, y también de cultivar una cualidad en la propia personalidad denominada "plasticidad psíquica". O sea, se requiere de la habilidad de poder percibir el daño que se causa en el otro con las actitudes propias y su sufrimiento, para, por ende, elegir transformar los hábitos nocivos para las demás personas, y entendiendo que, en mayor o menor grado, también son hábitos nocivos para sí mismo. Y este punto es importante, ya que, muchas veces son personalidades narcisistas las de los hombres que ejercen violencia, con lo que no es posible percibir el dolor ajeno y, en relación a las consecuencias personales para ellos, además de las sanciones jurídicas en los casos graves, tienden a ser socialmente aisladas las personas que no pueden revisar sus conductas sutilmente dañinas; aunque en muchos casos de ausencia de plasticidad psíquica, este rezago social es visto como virtud de exclusividad, profundizando aún más la imposibilidad de diálogo y crecimiento personal y social en la amplitud y plenitud de los vínculos.

Aquí tenemos, entonces, el primer inconveniente, ya que a los hombres se les enseña a "no dar el brazo a torcer", "a no ser modificables", "a no dejarse llevar de la nariz", "a no dejarse castrar" y otros clichés machistas presentes en su educación familiar (sobre todo en sociedades muy tradicionalistas o generaciones anteriores) y entre sus propios pares al día de hoy, al hablar sobre el "deber ser" masculino en los vínculos heterosexuales, donde siempre debe marcarse "quién manda" o "quién lleva los pantalones" en la relación. De este modo, lo que logramos es un interminable juego de poder entre los egos personales, inflados por los estereotipos de género (incluso intersectados con los de clase o raza) donde la susceptibilidad es la vara que mide la interacción vincular y la escalada de violencia se agudiza.

Esta susceptibilidad es lo que las autoras denominan "masculinidad frágil", tan presente en los hombres al creer que perderán su condición de tales por hacer terapia o entender las consecuencias dañinas de sus hábitos arraigados, de sus creencias sobre sí, las mujeres, o sus vínculos. Y lo difícil está en las maneras en que los hombres perciben esa vulneración a su "masculinidad hegemónica" o "masculinidad tóxica", ya que la intolerancia a la frustración es otro de los rasgos de la personalidad de los hombres que ejercen violencia.

Lo bueno en todo esto es que se comprueba la eficacia de los abordajes integrales cuando hay voluntad de cambio y capacidad de empatía. Digamos para finalizar, junto a Eduardo Galeano, un gran hombre que ha dado grandes batallas en su trinchera masculina, por erradicar las violencias hacia mujeres y niñeces. Él decía "somos lo que somos; y, sobre todo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos". Digamos entonces, que la posibilidad de cambiar para ser felices y hacer felices a las personas, es salud y bienestar para toda la sociedad.

(*) Abogada, docente-investigadora, Mnd en Sociología, PG. en acompañamiento a mujeres víctimas de Violencias, Esp. en acompañamiento de hombres que ejercen violencia.


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