Sociedad
23 de enero de 2020
Escribe: Francisco Bariffi.
Cuando noté la preocupación por el problema del que más tarde se ocuparía esta nota me acordé de Cachirlo. Hace unos años, cuando yo iba al colegio, Cachirlo se aparecía tanto en nuestras horas de Educación Física en el parque como en las clases de Matemáticas de una mañana cualquiera. Antes de las siete y media entraba por la puerta como si fuera otro estudiante. A media mañana se lo veía caminando por los pasillos. Y a eso de las dos, después de que la portera lo hubiera echado del edificio, se lo podía ver en las calles, vagabundeando o buscando algo que comer. Nunca lo vimos morder ni perseguir motos. Solo caminaba a la par nuestra, mientras íbamos desde el centro hasta el parque o el club.
Algunos de los perros que se ven en la calle no carecen de dueño
Como muchos otros perros, Cachirlo era de la calle. Aunque se desconoce la cantidad exacta de perros como él en Azul, se sabe que suelen andar por la zona del centro y de la terminal de colectivos. Se los acusa de morder gomas de autos y se teme que sean una amenaza para quienes caminan. En especial durante las horas en que el ruido de la calle logra afectar los sentidos de los animales. Pero si bien se desconoce, como dije, la cantidad exacta de perros que viven en la calle, las organizaciones protectoras de animales de esta ciudad creen que el número está lejos de ser menor si se lo compara con años anteriores.
Lo que también suele desconocerse es que algunos de los perros que se ven en la calle en realidad no carecen de dueño. Son muchos los azuleños que dejan a sus mascotas vivir o circular por fuera de sus casas. Un descuido que en ciertas oportunidades permite que los perros peligrosos se acerquen a la gente, o que las perras queden preñadas sin la intención de sus dueños.
El trabajo de ARCA
Por otro lado se encuentran los perros que efectivamente han sido abandonados. Como Cachirlo. Entre ellos están los que sufren de sarna, desnutrición y hasta envenenamientos, o los que son descartados por volverse “inútiles”, como los galgos que ya no pueden correr ni cazar.
“Pasó muchas veces”, dijo Cristina Alurralde cuando hablé con ella por teléfono, “que arrojasen bolsas con cachorros en el camino cerca del predio”. Se refería a aquel en que funciona la Asociación de Refugio Canino Azul, la organización en la que ella trabaja, en donde se da resguardo a unos 100 perros. Reúnen plata con donaciones, rifas y eventos; el frigorífico EFASA dona carne y veterinarios de la Universidad de Buenos Aires se acercan a ofrecer servicios sanitarios. Sin embargo, “la situación nos excede”, dijo Cristina más tarde, “en ARCA necesitamos cuchas nuevas, recipientes para alimento y un alambrado para el terreno que nos prestan en una chacra”. Las limitaciones económicas han sido tales que la organización ha tenido que impedir el ingreso de nuevos animales. Antes de despedirse, Cristina aseguró que “debemos ser conscientes de la responsabilidad que implica tener perros, lo cual se complica si los confundimos con herramientas de trabajo, juguetes para nuestros hijos o partes del decorado de nuestros patios”.
“Si queremos solucionar algo no nos queda otra que hacerlo nosotros mismos”
Además de ARCA, se encuentra la Asociación Azuleña Protectora de Animales (con un número un tanto menor de perros y los mismos desafíos económicos) y Monte Frutal (un predio municipal cercano al Hipódromo adonde se hospedan otros 50 perros). En este último, el Municipio solo ofrece limpieza y comida. Las tres mujeres que trabajan en el lugar de forma voluntaria se encargan de reunir plata para gastos veterinarios y compras de más y mejores alimentos. Es por eso que, según Luciana Peralta, una de las tres voluntarias, la ayuda de los azuleños es imprescindible. Teniendo en cuenta la falta de responsabilidad en la tenencia de animales y la falta de soluciones por parte del Estado, comentó que “si queremos solucionar algo no nos queda otra que hacerlo nosotros mismos”.
Vemos que la cuestión cae en manos del esfuerzo de gente como Cristina de ARCA, Luciana de Monte Frutal, la gente de AAPA, y las decenas de personas que contribuyen con donaciones o comunicándose por las redes a través de páginas de Facebook como “Perdidos de Azul”, con la intención de encontrar nuevas casas para los perros abandonados.
En nuestro caso, cuando íbamos al colegio, llevábamos alimento de nuestras casas para darle a Cachirlo, o veíamos que la portera dejaba disimuladamente que el perro se quedase adentro en las mañanas de mucho frío.
Desde las entidades protectoras de animales coinciden en que es fundamental contar con la ayuda de la comunidad para poder mantenerlos dignamente. ANGIE DÍAZ JACQUOT
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