Sociedad
21 de julio de 2019
Por Eduardo Agüero Mielhuerry
El 24 de diciembre de 1902, el matutino “El Imparcial” informaba sobre la correspondencia enviada entre Pintos y Thays refiriéndose al final de la remodelación de la Plaza Colón:
“Del director de paseos al Intendente Municipal-. El director de paseos públicos de Buenos Aires, señor Thays, ha contestado en la siguiente expresiva forma a una nota que le dirigió la intendencia municipal dándole cuenta de la terminación de los trabajos de la plaza Colón y del brillante éxito de las reformas introducidas en este hoy hermoso paseo.
Buenos Aires, diciembre 22 de 1902
Señor intendente municipal del Azul doctor Ángel Pintos:
Muy apreciable señor:
He tenido el honor de recibir su atenta nota relativa a las obras de la plaza Colón, de cuyos términos le quedo muy agradecido.
Tengo así la gran satisfacción de haber podido coadyuvar, aunque en muy pequeña proporción, a los planes progresistas del señor intendente, a quien saludo con mi mayor consideración y respeto. Carlos Thays”
A fin de año la obra estuvo concluida; jardines cercados con arcos de hierro y una gran variedad de plantas fueron la característica primordial del renovado paseo.
Al mismo tiempo, el artista italiano Carlos Dusio moldeó en material las esculturas de unas mujeres desnudas, al estilo de náyades, con cisnes completando la escena. Las mismas fueron emplazadas en torno a la ya existente farola central de múltiples luces y con surtidores de agua, que en definitiva fue lo único que “sobrevivió” del paseo anterior.
Todo este monumento alegórico fue realizado en forma provisoria, pensando en reemplazarlo cuando fuera posible por la escultura de algún prócer o alguna imagen alegórica…
Las “Náyades” de Dusio, mal llamadas “Nereidas”…
En la mitología griega, las náyades eran las ninfas de los cuerpos de agua dulce -fuentes, pozos, manantiales, arroyos y riachuelos-, y encarnaban la divinidad del curso de agua que habitaban, de la misma forma que los oceánidas eran las personificaciones divinas de los ríos y algunos espíritus muy antiguos que habitaban las aguas estancadas de pantanos, estanques y lagunas.
Aunque las náyades estaban asociadas con los pequeños cuerpos de agua dulce, las oceánides con los ríos y las nereidas con el agua salada, había cierto solapamiento debido a que los griegos pensaban en las aguas del mundo como en un sistema único, que se filtraba desde el mar a profundos espacios cavernosos en el seno de la tierra, desde donde subía ya dulce en filtraciones y manantiales.
En su calidad de ninfas, las náyades son seres femeninos, dotados de gran longevidad pero mortales. La esencia de una náyade estaba vinculada a su masa de agua, de forma que si ésta se secaba, ella moría.
Su genealogía cambia según el mitógrafo y la leyenda consultada: Homero las llama “hijas de Zeus”, pero en otras partes se afirman que eran hijas de Océano. Es más común considerarlas hijas del dios-río en el que habitan. Su genealogía, en cualquier caso, es variada.
Todas las fuentes y manantiales célebres tienen su náyade o su grupo de náyades, normalmente consideradas hermanas, y su leyenda propia. Eran a menudo el objeto de cultos locales arcaicos, adoradas como esenciales para la fertilidad y la vida humana. Los jóvenes que alcanzaban la mayoría de edad dedicaban sus mechones infantiles a la náyade del manantial local. Con frecuencia se atribuía a las náyades virtudes curativas: los enfermos bebían el agua al que estaban asociadas o bien, más raramente, se bañaban en ellas. Los oráculos podían localizarse junto a antiguas fuentes.
Las náyades también podían ser peligrosas. En ocasiones, bañarse en sus aguas se consideraba un sacrilegio y las náyades tomaban represalias contra el ofensor. Verlas también podía ser motivo de castigo, lo que normalmente acarreaba como castigo la locura del infortunado testigo. Según el sitio en que se las podía encontrar, se hablaba de Creneas o Crénides (fuentes), Heleades (pantanos), Limnades o Limnátides (lagos), Pegeas (manantiales) y Potámides (ríos).
¿Pedro Burgos o Cristóbal Colón?
Como se había dicho desde un principio, la obra de Carlos Dusio -las históricamente mal llamadas “Nereidas”-, estaban previstas para perdurar un breve tiempo. Sin embargo, muchos vecinos notaban que aquél monumento se encaminaba a perpetuarse. En consecuencia, “El Imparcial” sacó a relucir la dicotomía planteada en la comunidad buscando que se decida entre un monumento al coronel Pedro Burgos o al almirante Cristóbal Colón. El 23 de septiembre de 1903, una nota en el matutino fue contundente:
“ECOS. El monumento en la plaza Colón-. Se ha discutido poco, pero es bien conocido que hay dos bandos en que la opinión azuleña combate porque sea colocada en la plaza Colón la estatua del fundador del pueblo, coronel Burgos, ó la del ilustre genovés que dio al viejo mundo esta bella agregación que se llama América.
Nos sentimos llamados, al ocuparnos nuevamente de tan interesante asunto local, a dar nuestro voto y lo haremos en estas líneas al pasar mérito de las razones que cada uno de los luchadores esgrime como arma.
¿A quién corresponde, discuten, el honor de estar en el centro de la plaza Colón, en mármol o bronce, entre el fundador del pueblo y el descubridor de América?
La fundación del Azul es un hecho resultante de otros de mayor alcance, que no hay para que mentar; el descubrimiento de América es algo tan grande que los historiadores, poetas y demás hombres de genio que lo han medido, la humanidad civilizada entera, aun no han podido modelar en una forma precisa, tangente y cuadrada que simbolice su importancia y alcances, que resistan al análisis más fuerte del pensamiento más robusto que haya producido el mundo.
Entonces es Colón y no Burgos quien debe estar en el mármol de la plaza azuleña.
Empero, los grandes hechos humanos tienen sus grandes escenarios donde se representan perennemente: hay recuerdos de Colón en el nuevo mundo donde cada gran progresista y poderosa nación lo recuerdan a cada instante, como lo sueñan a diario hasta en los más pobres y apartados villeríos, los que balbucean la anagnosia del saber.
Y Burgos, como fundador de un pueblo donde se cultiva la semilla que legara el genio del descubridor, merece la remembranza estatuaria: él ha sido uno de tantos que clavaron jalones de vida y trabajo después, mucho después, del día en que Colón elevara el primer remo de madera europea en la bella Guanahaní.
La disyuntiva es difícil, pues, y no habría argumentos bastantes a convencer a los partidarios de cada bando; vale decir que la sentencia siempre sería resistida si solo se oyera a los litigantes.
Una resolución aceptada por todos da, a pesar de las encontradas opiniones, la pauta a seguir para que no degenere en cuestión aldeana si ha de ser Colón o Burgos el que ocupe en efigie el centro de la plaza azuleña: el nombre de la plaza misma.
Al coronel Burgos ha de levantarle otro monumento, donde sea conveniente, la gratitud de los azuleños y la veneración de los argentinos, pues fue un servidor de la patria, de esta patria que rara vez olvida a los que por su libertad o engrandecimiento sudaron sus fatigas o derramaron su sangre. Es nuestra modesta opinión.”
En definitiva, nunca se concretó homenaje alguno a Cristóbal Colón. Y es importante remarcar que aunque la idea de homenajear al fundador de Azul fue reflotada y discutida en varias oportunidades, el monumento recién se concretó de la mano de la artista Susana Vilardebó y se inauguró en el nicho derecho del Palacio Municipal, el 16 de diciembre de 1979.
Con los días contados…
En junio de 1912, durante la intendencia de Manuel Castellár, un grupo de nada menos que 524 vecinos presentó un petitorio con sus firmas solicitando que fueran retiradas las mal llamadas “Nereidas”, “cuyas figuras de mascarones: grotescas, ridículas, antiestéticas; de concepción, líneas y proporciones imposibles, resultan una vergüenza pública; causan la hilaridad de los visitantes del Azul, la mofa de los críticos y el bochorno de los azuleños”.
En ninguna parte de la carta se hace referencia a la moral o el pudor que podrían producir aquellas esculturas desnudas. Ni tuvo participación alguna la curia. Al parecer, las obras de Dusio, a pesar del cariño que él personalmente había cosechado en la comunidad, nunca habían conquistado la plena aprobación de los azuleños, pues alcanza con repasar lo que se había deslizado en la nota necrológica del escultor: “(…) No cabe en estas líneas, dedicadas a la memoria del excelente Dusio, un juicio de las obras que éste deja, y que no son quizá la expresión del arte llevado a su más alto grado, pero revelan facultades y gusto poco comunes (…)”.
Acatando la voluntad popular, el Jefe Comunal ordenó la inmediata demolición de las mal llamadas “Nereidas” de Dusio…
El paisajista francés Carlos Thays fue el encargado de remodelar la Plaza Colón de Azul a comienzos del siglo XX.
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