Sociedad
19 de enero de 2020
Enviado con órdenes especificas del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, el coronel Pedro Burgos llegó a la vera del Arroyo Azul con la intención de establecer allí un fuerte que sirviera como nueva frontera con los “dominios de los indios”.
Cuando Rosas habla de la fundación del Azul, no toma para sí todo el mérito de la misma, sino que, reconociendo el esfuerzo y los acertados arbitrios de su colaborador, le aplaude que se haya situado sobre el arroyo Azul, acepta las indicaciones y pedidos que Burgos formula y le recomienda que “anime a todos los pobres que considere ser conveniente que vayan a acompañarle (en la fundación de Azul) bajo la seguridad de que la obra ha de ser buena y segura”.
Adoptando para el reparto de las tierras el modelo de Suertes de Estancias, el Fuerte San Serapio Mártir del Arroyo Azul fue erigido, además, para servir de protección y nucleamiento de los nuevos pobladores. En este punto es importante destacar que hablamos de “nuevos pobladores” sobreentendiendo la existencia de previos, los cuales estaban atomizados por la zona, e incluso en un asentamiento conocido como “San Benito” (quizás una colonia negra), en lo que es la zona del actual Balneario Municipal “Almirante Guillermo Brown”.
El agrimensor Francisco Mesura fue el encargado de diseñar la cuadrícula del Fuerte. Como signo de preocupación ante los malones, la planta originaria en forma de damero, con múltiples solares, se enmarcó en profundos y anchos fosos que tenían como respaldo occidental el arroyo y abarcaban las que hoy son avenidas: Presidente Juan. D. Perón, Bartolomé Mitre y 25 de Mayo.
La Plaza Mayor (conocida hoy como Plaza Gral. San Martín), no era más que un alfalfar en el cual pastaban los caballos del Ejército y se detenían las carretas de provisiones. Y en torno a ella se comenzaron a erigir los edificios necesarios para la administración y el culto, el cuartel, la habitación del cura, ranchos y tres locales comerciales. En la actual Plazoleta Alsina (a la izquierda del Palacio Comunal), se levantaba el faro de vigilia del mangrullo.
Según el plano del pueblo elaborado por el Agrimensor, se dispuso del solar correspondiente a la esquina oeste de las calles X y XXVI (actuales Yrigoyen y Colón, respectivamente), para construir la vivienda del coronel Burgos. Éste último formó allí su hogar definitivo con Josefa Correa, quien integró la caravana fundadora. Fruto de su relación con Josefa nacieron siete hijos: Hilarión, Cosme, Pedro, Dionisio, Lucas, Mariano (que falleció a temprana edad) y Petrona.
Desde el acto de la fundación del pueblo, Pedro Burgos ejerció las funciones de Juez de Paz y Comandante militar del punto y de la frontera del Arroyo Azul, hasta el año 1836. Tuvo a su cargo, en esos tiempos, a pesar de su condición de analfabeto, todas las actividades civiles y militares indispensables para la organización y administración del nuevo y modesto núcleo urbano.
En los “primeros pasos” del Fuerte San Serapio Mártir del Arroyo Azul se registraron diversos acontecimientos que le pusieron ciertos condimentos a la historia. Por sólo mencionar algunos: el primer Sacerdote fue asesinado; casi desapareció el Fuerte tras un voraz incendio; Juan Manuel de Rosas dejó como ofrenda su espada en la capilla-rancho y hasta hubo que echar a los primeros médicos por inhumanos. La tarea de Burgos no fue sencilla y tuvo que manejar como pudo ese Azul que era un “pueblo chico, infierno grande”.
Enfermedades políticas
El Dr. Juan Fernando Michemberg integró la caravana fundadora del Fuerte San Serapio Mártir del Arroyo Azul. Sin embargo, permaneció muy poco tiempo por estos lares, pues el 8 de enero de 1833 el coronel Pedro Burgos lo dio de baja. En la oportunidad, le hizo llegar una misiva al gobernador bonaerense, Juan Manuel de Rosas en la que explicaba los motivos de su decisión porque: “…no vale nada. Era un hombre inhumano, no asistía a los enfermos dejándolos padecer, y a mas de esto se había metido con una Parda de esas que vinieron destinadas, tan escandalosamente que era una publicidad…”. Sin embargo, más allá de la veracidad o no de estas afirmaciones, es posible que la verdadera razón de las críticas de Burgos se haya debido a que el Doctor no era rosista.
El Gobernador designó a un nuevo facultativo, el Dr. Pedro Piscueta, de origen español, que tampoco satisfizo a Burgos y fue alejado de sus funciones y enviado de regreso a Buenos Aires debido: “… a las innumerables quejas que tenía el vecindario, por su modo incivil y grosero con que los trataba…”. También corrió el rumor de que no abrazaba con “pasión” la causa del Restaurador de las Leyes.
Recién con el arribo del tercer médico, Pedro Ramos, la situación se normalizó, distinguiéndose este doctor por su acción profesional como por la comunitaria.
Letras quemadas
Mientras se daba la fundación del Fuerte, el clima no resultaba favorable a finales de 1832 en la pampa bonaerense. Tal como lo expresó Juan Manuel de Rosas en una carta a Burgos, tras la fundación del Fuerte: “solo espero que llueva para que entre usted y yo, le demos el impulso necesario a esta buena obra”.
El 10 de enero de 1833, tras una sucesión de días secos y calurosos, se produjo un voraz incendio. El siniestro se inició accidentalmente en los campos del General Don Gervasio Espinosa, ubicados a un tercio de legua de la Plaza Mayor (actual Plaza San Martín). Al día siguiente, durante toda la jornada, Pedro Burgos y sus hombres hicieron todo lo posible y lograron desplazar el fuego a un lado del Pueblo, para que éste no fuese afectado. Sin embargo, cuando ya se creía que la situación había sido plenamente controlada y el fuego no haría ningún daño a la población por la distancia en que se hallaba, desgraciadamente como a las cinco de la tarde del día 12 cambió la dirección del viento reavivando las llamas.
Burgos y sus hombres emprendieron la dura tarea de abrir varios fosos para poder controlar el avance del siniestro. Merced a los denodados esfuerzos, buena parte del caserío fue devorado por las llamas, siendo los tres más perjudicados los señores Francisco Serantes (quien años más tarde será Juez de Paz), Juan Rovira y Ramón Santillán, quienes perdieron sus viviendas, sus comercios y los productos que vendían junto a numerosas cabezas de ganado tanto bovino como ovino.
En una carta, Prudencio Rozas le describió a su hermano lo que fue el incendio y los esfuerzos para sofocarlo. Asimismo, mencionó la pérdida de cuatro “casas de trato”, lo que reafirma que las primeras mujeres que vinieron a estos pagos fueron mayoritariamente “mujeres destinadas”.
Más allá de las pérdidas materiales, desgraciadamente hubo una víctima fatal.
Al ser analfabeto, Pedro Burgos siempre necesitó de escribientes como secretarios. Matías J. Gutiérrez fue puesto a sus órdenes por Rosas quien le recomendó a Burgos que podía “emplearlo en la enseñanza de algunos jóvenes a leer y escribir sin descuidar de ningún modo la doctrina cristiana ni excluir de la enseñanza a algunos indiecitos”.
Gutiérrez llegó a la Estancia “Los Milagros” el 10 de abril de 1831 y permaneció allí hasta fines de diciembre del año siguiente, cuando siguió al Coronel en su “aventura” hacia el interior bonaerense.
Los primeros documentos y cartas en los que constan las acciones desarrolladas previa y posteriormente a la fundación del Fuerte San Serapio Mártir del Arroyo Azul, fueron escritos por Gutiérrez, quien desempeñó su labor con mucho esmero, a diferencia de su sucesor Felipe García, quien fuera despedido por Burgos en 1834. Posteriormente, su hijo Hilarión Burgos se convirtió en su secretario de confianza, quien lo acompañó hasta el final de sus días.
Lamentablemente, el primer secretario del Coronel, Matías J. Gutiérrez, falleció el 12 de enero de 1833, en el primer incendio de Azul.
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