ENFOQUE
¿Qué sienten dos cuerpos al enredarse? ¿Por qué puede vincularse al amor y al sexo con la muerte? En 1967, el escritor francés Georges Bataille publicó un libro llamado "El erotismo" en que se esforzó por dar respuestas.
13 de diciembre de 2020
Por Francisco Bariffi
Entre un ser y otro se abre una discontinuidad, un abismo infranqueable, que no puede resolverse, aunque entre sí mismos los seres discontinuos intenten comunicarse y relacionarse. El individuo nace al ser desgarrado de una continuidad por la que luego, a lo largo de su existencia, siente una profunda nostalgia. Esta nostalgia hace que la muerte resulte atractiva, por su modo de asociarse a la desaparición de los límites que aíslan al ser discontinuo, es decir, por asociarse la continuidad del ser. Al mismo tiempo, sin embargo, la muerte aterra en la medida en que significa el final definitivo de cada ser discontinuo, o una amenaza absoluta para lo que Sigmund Freud llamó el instinto de autopreservación del yo, es decir, el deseo de persistir del propio ser.
En lo común de sus días, el ser discontinuo vive una vida ordenada, racional y de productividad. Vive según la lógica de lo que Bataille llamó el mundo del trabajo, el mundo de lo humano. Este mundo, formado por las prohibiciones que detienen los instintos del animal de nuestra raza y que marcan los límites de su conducta, preservan al ser en su discontinuidad. El orden y la seguridad del mundo de lo humano difieren del desorden que produce tanto la violencia de la muerte como la violencia semejante que se encuentra en la experiencia erótica. Podría uno pensar, entonces, que, si primero se niega la animalidad, para armarse el mundo de lo humano y para constituirse el sujeto, luego, en la experiencia erótica, se niega esa misma negación mediante la transgresión de las prohibiciones de la vida diaria.
Esto es así porque el erotismo es la experiencia de un afuera heterogéneo, desgarrador, o de una alteridad que es disruptiva del yo. Según la pensadora Julia Kristeva, el erotismo se ubica en oposición al proceso de especularización que constituye al yo según el psicoanalista Jacques Lacan. Por eso se asocia con la violencia de la muerte. Y, por eso, en el erotismo se produce una transgresión de la homogeneidad opresora del ser discontinuo. Se pone en crisis el aislamiento característico del individuo y su sentimiento de sí. En El origen de la tragedia, Nietzsche habla sobre cómo las excitaciones y los instintos que entran en juego en la embriaguez de los ritos dionisiacos que acontecían en la Grecia antigua -caracterizados por la fiesta, el goce y las figuras del toro, la serpiente, la hiedra y el vino- hacían que lo subjetivo desapareciera ante la eruptiva violencia de lo general-humano.
Al ser capaz de producir semejante crisis, el erotismo, igual que la muerte, produce miedo y rechazo. El individuo siente asco a la desnudez, a la carne, a los fluidos -el semen, la saliva, la sangre, la menstruación-, es decir, a la animalidad que se asoma en la experiencia erótica pero que, comúnmente, es restringida por las prohibiciones que dan forma al mundo humano. El individuo siente asco a lo que está acostumbrado a ignorar de su propio cuerpo, a algo que le es ajeno, pero que, además, deja en evidencia los límites de su discontinuidad.
Sin embargo, este rechazo a la alteridad del otro y a lo abyecto del propio cuerpo se supera en cierta medida cuando el individuo se entrega a la experiencia erótica, a pesar de sentir la angustia del desorden que esa alteridad produce para su yo y a pesar de sentir la angustia de estar transgrediendo la prohibición sexual. Porque no sólo hay asco, sino que en el individuo también hay voluntad de transgredir las prohibiciones que detienen al animal en el mundo humano y de desgarrar los límites de sí mismo. El narrador de Historia del ojo, la novela más famosa de Bataille, dice sentir cierta voluntad de "estallar". Podría decirse que el individuo quiere mantener sus límites para conservar su yo al mismo tiempo que quiere transgredirlos para vaciarse de sí mismo, o para reunirse con la continuidad perdida.
En relación con uno de sus encuentros con el personaje de Simone, el narrador de Historia del ojo se refiere a cómo lo que les alegraba era precisamente el hecho de que sus actividades sexuales les produjeran dolor. Los personajes de la novela insisten en desgarrarse. Hacen pis sobre sus propios cuerpos, se introducen huevos en distintos orificios, se excitan con la contemplación de la muerte, incluso llevan sus actividades sexuales a lugares como iglesias y disfrutan de ser observados mientras tienen sexo.
Abiertos a la experiencia de lo otro, los individuos se entregan a una pequeña muerte. Se salen de sí mismos con el horror que produce el desorden del equilibrio habitual de sus yoes, pero también con el goce de olvidarse de sí mismos. Se abren a una disolución aparente y momentánea de su propia discontinuidad. De este modo, los cuerpos, durante su contacto e intercambio, parecen fusionarse y, por un momento, se produce un sentimiento de continuidad entre ellos, como si dejasen de distinguirse entre sí para formar un solo cuerpo que se desprende de lo cerrado para lanzarse al goce de lo ilimitado. Finalmente, cuando la experiencia erótica acaba, el individuo pierde ese breve sentimiento de continuidad para regresar a su solitaria condición de ser discontinuo y mortal.
Pues aunque hay pena y nos agravia el signo adverso/
En nosotros corre la savia del universo/
(...)
En nosotros la vida vierte fuerza y calor/
¡Vamos al reino de la muerte por el camino del amor
Desde Romeo y Julieta hasta Cumbres Borrascosas, pasando por muchísimos otros textos como Historia del ojo o los versos de Poema del otoño de Rubén Darío -escritos aquí arriba-, la literatura se ha encargado a lo largo de la historia de señalar el vínculo entre el erotismo y el amor con la muerte. Además del modo en que la alteridad del otro produce fisuras en el sueño narcisista de uno, y del modo en que los amantes son capaces de sacrificar los intereses del propio yo por el bien del otro, existe el momento en que dos seres individuales, que nacen y mueren en soledad, se reúnen para experimentar juntos el sentimiento extático del amor y para escapar, por un momento, de la finitud y soledad que son destino asegurado.
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