ENFOQUE
Se cumplen hoy 205 años de la Declaración de la Independencia. Con dolor, incertidumbre y muchos temores los argentinos nos preguntamos si es momento de celebrar. ¿Qué es lo que podríamos celebrar? ¿Hay espacio para celebraciones?.
9 de julio de 2021
Si recurrimos a la historia, podemos encontrar allí algunas respuestas. Y la historia nos dice que aquel tiempo de la Independencia fue un tiempo duro, difícil, cargado de presagios. En medio de enormes dificultades, sosteniendo la guerra por la emancipación merced a innumerables sacrificios y alentando profundas convicciones patrióticas, los protagonistas de la gesta de 1816 tuvieron la entereza y el coraje necesarios para dar el gran paso que la hora imponía.
¿Había diferencias entre aquellos hombres? ¿Había rivalidades políticas, mezquindades sectoriales, rencores personales?. Seguramente los había. Sabido es el esfuerzo que afrontó el Gral. San Martín para poder concretar su Cruce de los Andes. Conocidas son sus penurias, sus insistentes reclamos al gobierno de Buenos Aires, los desaires que sufrió más de una vez y esas cartas encendidas que enviaba desde Cuyo para alentar a los congresales de Tucumán acorralados por las amenazas y la falta de certezas. "Ánimo, que para los hombres de coraje se han hecho las empresas". Había diferencias, había miradas distintas acerca del camino a seguir, había desconfianza y recelos. Sería ingenuo imaginar que hubo allí un encuentro de voluntades que fluyó fácilmente, sin obstáculos. Por el contrario, los hubo, y muchos.
Hacia fines de 1815 el futuro inmediato de la Revolución Rioplatense se presentaba muy sombrío. Una situación internacional adversa, las divisiones políticas internas y las derrotas militares sufridas en el norte del territorio volvían crítico el destino de la revolución. La perspectiva de disgregación política y la amenaza de una ofensiva española destinada a recuperar sus colonias eran una posibilidad cierta. En España, Fernando VII había retornado al trono y anticipado la firme decisión de restablecer su dominio en las colonias sublevadas. Sin olvidar la influencia de Artigas que desde la Banda Oriental se extendía al Litoral y había logrado la adhesión de sectores dirigentes de Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe que lo apoyaron y manifestaron su disidencia con el gobierno central. Esa región, tradicionalmente subordinada a Buenos Aires, buscaba así librarse de su control político y económico.
En medio de un escenario tan complejo el Congreso reunido en Tucumán declaró la Independencia el 9 de julio de 1816. La proclamación fue, de algún modo, una respuesta a los continuos requerimientos del Gral. San Martín, quien la consideraba indispensable para legitimar su proyecto de emprender la ofensiva militar en otras regiones de América del Sur. Pero esta decisión tenía también un fin unificador. Más allá de las diferencias en cuanto a la forma de gobierno a adoptar, a las discusiones entre monárquicos y republicanos, a las disputas entre centralistas y federales, el objetivo último era mantener la unidad de esa patria que acababa de nacer y conformar una nación que pudiera superar sus confrontaciones y conflictos poniendo por encima de todo la unidad y la consolidación de un proyecto común. Que como todos sabemos, tardó en alcanzarse y no fue sino a costa de enfrentamientos fratricidas y derramamiento de sangre.
Y aquí estamos hoy, más de dos siglos después, situados en un escenario extremadamente complejo. Afrontando dolores impensados, castigados por una pandemia que no da tregua, y enfocados -una vez más- en nuestras disputas y en nuestras diferencias. Se ha perdido la concordia, se ha olvidado el camino del diálogo, del respeto, del consenso y avanzamos hacia un destino trágico y penoso al que arrastraremos a las próximas generaciones.
Cuando la unidad nacional está en riesgo amenazada por odios sectoriales que se alientan incluso desde lo más alto del poder, cuando los argentinos vemos conculcados derechos constitucionales sin oponer resistencia, cuando peligra el estado de derecho y se advierten preocupantes señales de avances autoritarios sobre las instituciones de la república, el mensaje que llega desde el fondo de la historia es incuestionable. La Patria es independiente cuando está fortalecida en la unión. La unidad nacional es el objetivo superior y sólo puede lograrse con un estricto cumplimiento de la ley, con un apego incondicional a la Constitución y con una vocación democrática que nos aleje de posibles violencias que siempre acechan a un pueblo en el que se alimenta el resentimiento cada día.
En este tiempo de incontables penurias, de profundas injusticias y de constantes padecimientos que sufre la sociedad argentina
-atravesada por la pandemia, el frío, la pobreza y el hambre-, cuando se han perdido todas las esperanzas y parece imposible volver a creer, hay que traer al presente el recuerdo de aquel esfuerzo titánico que hicieron los hombres de la Independencia por deponer sus pasiones sectoriales, salvar sus diferencias y poner por encima de creencias y apetitos personales el interés superior de la patria.
Sería una buena forma de celebrar.
Prof. María Liliana Christensen.
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