La propagación del virus COD-19 a lo largo de todo el planeta ha generado muerte, desconcierto, enormes desequilibrios económicos, colapso en los sistemas sanitarios, crisis de representación política, cierre de fronteras, restricciones migratorias, desequilibrios en la estructura del poder mundial, y una alteración importante en el orden geopolítico global.

Cuando mencionamos las consecuencias de un proceso de crisis a escala planetaria, en todas sus facetas, lo hacemos utilizando diferentes categorías que van desde la economía, a la política, de las cuestiones comerciales y financieras, a la seguridad interna y el rol del Estado, pero en el medio de esas variables se encuentran las personas. Abordar la humanidad desde otra lógica, es, en definitiva, trascender esas escalas y unidades de análisis, para en clave alfonsinista, retomar el sentido antropocentrista de la vida, reforzar la vocación humanista y poner el foco en entender a la ética de la solidaridad como una necesidad orgánica para el ordenamiento de la vida en sociedad, en nuestro paso por la tierra.

El 31 de marzo se cumplen 11 años de la desaparición física de Raúl Ricardo Alfonsín. Un presidente, un político, un maestro, un hombre indispensable para la construcción de una Argentina más solidaria, más justa y más libre.

La herencia de Alfonsín trasciende a la gesta democrática de 1983. Raúl Alfonsín no sólo fue el padre de la democracia, sino que fue un concepto, una idea, una auténtica noción política y sociológica que dio forma a una manera de entender el rol del Estado, la vida del hombre y de la mujer, la función de la economía, el rumbo del mundo, la importancia de la vida en paz, con memoria, verdad y justicia en democracia.

Alfonsín dejó un legado que, en tiempos de desconcierto, de miedo, donde parece que el mundo se detiene y se derrumba, nos sirve para ser mejores hombres y mejores mujeres. El padre de la democracia hablaba de la importancia de atravesar una era de concertaciones, de lo necesario que es el consenso no solo para el Estado y el poder político, sino también para construir comunidades más diversas, inclusivas, más protagónicas y empoderadas, en donde el diálogo se convierta en una herramienta central para la solución de conflictos y la ampliación de derechos.

En la era de la modernidad, donde todo es adictivo, atractivo e interactivo, donde vivimos hiperconectados e hipercomunicados, la paradoja es, que cada vez estamos más solos. La enseñanza de Alfonsín es la de retornar al viejo criterio del buen vecino, de construir en comunidad, en barriada, en pueblo, porque desde ahí emana el poder político, y es ahí cuando intentamos alcanzar la utopía de una verdadera República que nos abrace a todos por igual.

Alfonsín nos deja un enorme legado que apreciamos en su cosmovisión política de cómo tiene que actuar el Estado, que debe ser un Estado que no abandone a nadie, que intervenga en el mercado, que tome partido por los que menos tienen, que regule las áreas más importantes de nuestras vidas, garantizando así derechos esenciales para todos. Nos deja una visión de cómo tiene que ser la Argentina en el concierto mundial de naciones, y en América Latina, que debe integrarse de manera solidaria, soberana e independiente con el resto de los países, y que debe fortalecer la cooperación estratégica con los pueblos del Conosur.

Solo pasaron 11 años de la partida de Raúl, pero su pensamiento está más vigente que nunca, y su visión política inspira a los dirigentes de todo el arco político. Recordar a Alfonsín es recordar lucha y entrega, es recordar el fuego sagrado que debe motivarnos a los militantes políticos a poner el cuerpo y trabajar para que la Argentina y el mundo, sean un lugar más justo, con menos dolor y con más felicidad.

Juventud Radical de Azul