28 de junio de 2021
Julio Bolbochán nació el 20 de marzo de 1920 en Azul en el marco de una familia en la que se respiraba ajedrez.
Su hermano mayor Jacobo, fue un reiterado campeón argentino y emblemático representante olímpico de la generación pionera, que tenía en su haber sendas medallas de bronce por su desempeño individual en Varsovia"35 y en Buenos Aires´39. Y otro de sus hermanos, que terminaría de recibirse de médico sin dedicarse al juego, también era un buen aficionado que llegó a jugar con soltura en torneos universitarios.
En ese estimulante clima familiar Julio aprende a jugar al ajedrez a los cinco años. Jacobo, era amigo de toda la élite ajedrecística argentina por lo que Julio, que al principio oficiaba de analista de su hermano, era testigo de las tertulias que en su casa se daban con otros grandes jugadores, en particular con otro notable de su tiempo: Isaías Pléci.
En esas condiciones, poco sorprende que su primer torneo fuera un infantil que ganó a los doce años en representación de Parque de los Patricios. Desde allí siguió, paso a paso, por todas las categorías, su meteórico ascenso, que tuvo como un primer hito su cuarto lugar, con tan sólo dieciocho años, en el Torneo Mayor Argentino de 1938. ¡Ya estaba entre los mejores del país a tan temprana etapa de su vida siendo en todo caso la duda de cuál podía ser su techo!
En mérito a esa actuación, cuando se debe elegir el elenco para el equipo argentino que nos representaría en el Torneo de las Naciones de Buenos Aires al año siguiente, es invitado a formar parte de la instancia selectiva previa cuando los candidatos fueron entrenados por el campeón mundial Alekhine en la quinta de la familia Piazzini en la localidad de Adrogué. Si bien Julio quedaría excluido, es de imaginar cuánto aprendió en esa ocasión compartida con Grau, Pléci, Jacobo Bolbochán, el propio Piazzini, Guimard y todas las mejores figuras del ajedrez argentino de aquellos años.
En 1946, en su segunda incursión, se consagra por primera vez campeón argentino, dejando atrás a Pilnik, a su hermano Jacobo y a Maderna. Dos años más tarde (en 1947 no juega al estar abocado a sus estudios) ratifica ese liderazgo nacional, esta vez delante de Guimard, Martín y Shocrón, obteniendo el título al lograr empatar el match con el anterior campeón Rossetto. Al año siguiente es desplazado del cetro en un match que se define en la última partida a favor del ganador del Torneo Mayor, un encendido Najdorf (que estaba atravesando su mejor etapa personal), quien lo vence por 5,5 a 4,5.
De ahí en más Julio discontinúa demasiado tempranamente su participación en esta clase de competencias. Regresará sólo en 1960 cuando es segundo de Najdorf, delante de Pelikán, Schweber y Eliskases. Y ahí se despediría de estos ámbitos con apenas 40 años.
Su primera incursión internacional fue notoriamente exitosa ya que en 1949 queda cuarto, compartido con el francés Rossolimo, en el torneo realizado en la ciudad eslovaca de Trenianske Teplice, siendo anticipado allí por Ståhlberg, Szabó y Pachman, superando a jugadores de la talla de Foltys, Prins, Golombek, O´Kelly y Kottnauer.
En 1951 compartió con Erich Eliskases el primer puesto del Zonal Sudamericano disputado en Mar del Plata (jugaron aquí, entre otros, Maderna, los chilenos Flores Álvarez y Letelier, Guimard, Wexler, su hermano Jacobo y Rossetto). Al prevalecer en el desempate, obtiene el título de Maestro Internacional. Accede al Interzonal que se disputará en 1962 en Suecia pero, tras la segunda ronda, al contraer una enfermedad, debe abandonarlo. Sería su primera, pero no última, lamentable defección en esta clase de competencias.
En 1960 volvió a adjudicarse esta clase de torneo (instancia previa regional rumbo a la corona mundial), pero esta vez en solitario; fue en São Paulo, cuando aventajó a Schweber, Wexler, Flores Álvarez y el local Germán.
En 1962, en el Interzonal de Estocolmo, ahora sí es de la partida, cuando se impone Fischer delante de Géler, Petrósian, Korchnói y Filip, oportunidad en la que Julio queda 13° entre 23 participantes (aparece por delante de Barcza, Bilek y Bisguier).
Finalmente en 1966 repetiría en Termas de Río Hondo, Argentina, cuando se imponen en igualdad de puntos el brasileño Mecking y los argentinos Panno, Foguelman y Julio Bolbochán (siendo éste el único invicto incluyendo un triunfo ante Mecking). Consecuentemente queda habilitado para el Interzonal que se jugaría en Sousse, Túnez, en 1967, en el que habría de vencer Larsen delante de Korchnói, Portisch, Géler y Gligori (competencia en la que se verifica el prematuro abandono de Fischer). Bolbochán, por segunda vez, en una competencia tan relevante, tampoco sería de la partida aunque, en este caso, por una decisión propia.
Por otra parte, alcanzó la primera colocación en sendas ediciones del emblemático Magistral disputado en aquella ciudad balnearia de nuestro país: en 1952 (delante de Rossetto, el colombiano Cuéllar, el yugoslavo Trifunovi y el alemán-argentino Michel) y en 1956, venciendo por sistema a Najdorf (con quien había alcanzado la punta), anticipándose a Sanguineti, Eliskases, Jacobo Bolbochán, Rossetto, Redolfi, Maderna, Wexler y otras figuras regionales.
En 1954, en el match jugado en el mes de marzo en el Teatro Nacional Cervantes de la Ciudad de Buenos Aires entre la Argentina y la URSS, en el que la visita nos superó ampliamente por 20,5 a 11,5, Julio ocupó el segundo tablero, debiendo enfrentar al campeón mundial sin corona Keres, obteniendo un notable resultado final de empate en dos (incluyendo un triunfo de Julio sobre el estonio) siendo en esa porfía, junto a Guimard y Pedro Martín, el único de los nuestros en igualar ante el rival que le tocara enfrentar.
Si como jugador fue muy destacado, Julio Bolbochán lo fue aún más como entrenador, maestro y periodista especializado.
Su alumno más dilecto, entre otros tantos que tuvo a lo largo de su prolífica trayectoria docente (que lo haría emigrar a Venezuela en la última etapa de su vida para cumplir ese mismo rol), fue nada menos que Oscar Panno quien, cuando viaja a Europa en 1953 para disputar el campeonato mundial juvenil que obtendría, lleva como analista al profundo, esencial y circunspecto, por no decir modesto y tímido, Julio Bolbochán.
Ya antes también había secundado a Najdorf en el Interzonal de Saltsjöbaden en 1948 y en los Torneos de Candidatos de Budapest de 1950 y de Zúrich en 1953, es decir acompañándolo en las principales competencias de su mejor época como ajedrecista.
Con estos roles ejercidos por Julio Bolbochán en la mejor etapa personal de su vida demostraba una generosidad infrecuente: la de, siendo un grande, poder ponerse al servicio de otros que ya lo eran (como Najdorf) o que lo serían (como Panno).
En Olimpíadas Julio brilló especialmente. Participó en siete de ellas con la particularidad de que, en los tres subcampeonatos logrados por el país, permaneció invicto, ocupando el segundo tablero. En lo individual en 1950 ganó la medalla de oro y en 1954 la de plata. Su actuación general fue de 40 triunfos, 56 empates y apenas 9 derrotas, lo que equivale a un rendimiento global del 64,8%. También fue parte del equipo argentino que fue bronce colectivo en Varna´62.
Su mejor discípulo, Oscar Panno, nos cuenta que a Julio le fascinaba el ajedrez pero, paradójicamente, no le gustaba demasiado competir, tal vez porque, en su búsqueda de la perfección, las derrotas lo afectaban especialmente. En las excepcionales oportunidades en las que competía, su talento para el análisis de posiciones era un beneficio extra que recibían los equipos que integraba, ya sea a la hora de preparar algún estudio teórico o al analizar una partida suspendida. Por eso a los puntos que cosechó en todo su historial olímpico habría que sumarle una indeterminada suma que fue producto de su indirecto aporte por los logrados por sus compañeros asistidos por sus exhaustivos estudios.
A pesar de sus excelentes resultados en torneos, Bolbochán se fue construyendo un preferido universo propio en el que podía primar el ajedrez, pero sin necesariamente ponerse a prueba ante un adversario concreto. Así fue que, con toda su sapiencia, se dedicó más bien, y con notorio éxito, a entrenar maestros para la alta competencia y a dar clases en diversos clubes. O sea que al cabo de todo volvió a privilegiar su cometido como analista. Como en los primeros tiempos cuando colaboraba en su hogar con su hermano Jacobo.
Por otra parte, y tras asumir en 1955 las crónicas del Interzonal de Gotemburgo para el diario Noticias Gráficas, al año siguiente comenzó un largo periodo como responsable de la clásica columna Frente al Tablero del diario La Nación, la misma que antes había sido escrita por Roberto Grau y Carlos Portela, la que asumiría hasta su fallecimiento. Cuando llegó a Venezuela, la reprodujo en el diario caraqueño El Nacional prosiguiendo su labor de divulgador ajedrecístico.
Durante toda su trayectoria fue un amateur más, como tantos otros ajedrecistas argentinos. Trabajó como auditor en la Junta Nacional de Carnes, un ente del Estado Argentino. Esta relación de dependencia laboral limitó por momento sus posibilidades de competir en el exterior ya que, si bien gozaba de la licencia que se otorgaba a todos los deportistas que trabajaban en el Estado cuando representaban al país, el hecho de hacer uso de la misma conspiraba contra sus posibilidades para progresar en la respectiva carrera administrativa.
Llegarían con el curso del tiempo los tiempos de exilio. Si bien no se le conoció militancia política alguna, es probable que no sólo por búsqueda de bienestar, sino también por el clima asfixiante que sobrevendría, decidiera emigrar en 1976, año de un nuevo golpe militar en la Argentina, que justamente coincidió con la jubilación obtenida a los 56 años de edad.
En ese contexto se fue a Venezuela, donde estaba ya radicado su colega Pilnik, país en el que es inicialmente contratado por la Sociedad Hebraica, en el que permanecería hasta el final de su vida.
En el país caribeño habría de enseñarle ajedrez a los consagrados y a los pequeños. Lo hizo asesorando a los ajedrecistas venezolanos que debían participar en competencias internacionales (particularmente en las Olimpíadas de Dubái´86 y de Atenas´88) y con los alumnos del colegio Emil Freidman. Los tres primeros MI que tuvo Venezuela se deben a su impronta.
Terminaría siendo contratado por la Fundación Venezolana para el Desarrollo del Ajedrez organizando torneos infantiles en la Academia Capablanca y también ejerció como docente en la Universidad Simón Bolívar.
Volvería a jugar en alta competencia casi al final de su carrera, terminando entre los 20 mejores en el Torneo Abierto de Los Ángeles, EEUU de 1991, en el que se impusieron Rohde y Akopian entre más de 600 participantes (entre los que se hallaban Gulko, Bisguier, Miles, Gilberto García y tantos otros).
Puede decirse que, en los últimos veinte años de su vida, logró convertirse en un profesional del ajedrez ya que a su retribución por los contratos venezolanos se sumaban sus ingresos como columnista del diario La Nación que seguía cumpliendo rigurosamente pese a la distancia.
Nos preguntamos a qué cumbres podía haber accedido el querido Julio si esa profesionalización se hubiera dado en la etapa de su juventud, cuando tenía todo para crecer, cuando debió relegar sus participaciones en torneo para poder cumplir con más rutinarias actividades que le servían para sustentarse en la cotidianidad. Claro que, esta cuestión de la falta de profesionalización del ajedrez nacional es aplicable no sólo a este caso sino al de tantos talentos que diera la Argentina y que tuvieron un techo en sus potencialidades por la carencia de apoyo sistemático.
Lo cierto es que Julio Bolbochán tuvo en Venezuela tal nivel de reconocimiento que sería distinguido con la Orden del Libertador en grado de Gran Cordón, después de 20 años de servicio público enseñando ajedrez en la Universidad Simón Bolívar. Y en 1977, ya en su etapa venezolana, la FIDE, algo tardíamente, le concede el título de Gran Maestro que tanto merecía. Murió en Caracas el 26 de junio de 1996. Lo lloraron en Venezuela y también en su Argentina.
Bolbochán fue un grande en el tablero y fuera de él. Habiendo jugado en forma homeopática (administraba sus presencias con excesiva cautela), lo suyo fue más la calidad que la cantidad. Siempre que estuvo brilló, en competencias individuales y colectivas. Y qué decir en sus roles de apoyo que son más intangibles pero no menos relevantes.
Su fuerza ajedrecística fue descomunal, baste señalar que para Chessmetrics llegó a ser el jugador N° 13 del mundo durante 15 meses diversos entre agosto de 1951 y junio de 1955. En este análisis su mayor ranking personal fue de 2.703 puntos correspondiente al mes de noviembre de 1954.
Es muy probable que un Julio Bolbochán, que privilegiaba la modestia a ser foco de las miradas, a lo largo de su vida haya buscado más la exactitud que el triunfo; la circunspección que la espectacularidad; la sabiduría que la ubicación en un torneo o en el ranking; la paz a la guerra.
En esa moralidad personal de profundas raíces, con la que se condujo en cada uno de sus pasos por esta existencia, tal vez haya encontrado la máxima felicidad y realización en su actitud de entrega, la que ejerció en sus roles de analista, de docente, de divulgador, más que en la de jugador.
Esta circunstancia evidencia una decisión personalísima: la de preocuparse más por los demás que por sí mismo, buscando preferentemente el éxito ajeno que el propio, actitud que es particularmente infrecuente, y por ello del todo notable, en una actividad tan individual como la ajedrecística.
Esta actitud pudo comportar, al analizarse su trayectoria, una paradoja: pese a su talento y sabiduría, y habiendo sido de todas maneras un grande a la hora de jugar (con triunfos deportivos notables, particularmente al representar al país en el concierto internacional), con todo, no llegaría a las cumbres a las que podía seguramente haber arribado si hubiese soltado amarras.
Es que, en su corrección humana, puso ese talento y esa sapiencia al servicio de los otros más que a desarrollarse a sí mismo y, por ello, Julio será por siempre el maestro de los maestros, quien mejor supo interpretar esa necesidad vital que tiene la Humanidad de asegurarse la transmisión intergeneracional de los conocimientos.
Podríamos decir que, en vez de limitarse a estar frente al tablero (haciendo alusión a su mítica y añorada columna del diario La Nación que lo tuvo como responsable por tantos años), siempre prefirió trascender de un modo más sutil, dando un paso más allá del tablero.
Fuente: Ajedrez 12
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