MALVINAS: ENTREVISTA CON FABIÁN MENDILAHARZU

MALVINAS: ENTREVISTA CON FABIÁN MENDILAHARZU

"A la guerra nos mandó Galtieri y la gente"

Pensaba que la conscripción sería sólo un trámite. Sin embargo, sin más chances en los pedidos de prórroga, el azuleño Fabián Mendilaharzu debió cumplir con el servicio militar obligatorio en 1981. En la Semana Santa del '82 recibió la citación para presentarse en el regimiento 7 de La Plata. Horas después conoció la turba de las Islas Malvinas y vivió, durante sesenta días, una experiencia traumática, particularmente desde el momento en que su jefe admitió: «Yo veo a un inglés y me voy».

Por: Marcial Luna
2 de abril de 2023

Yo vivía en Buenos Aires. Venía pidiendo prórroga, pero dejé de estudiar y caí en la colimba. Me presenté en el Distrito Militar Tandil y me llevaron a La Plata. No sé por qué. Ni bien llegué, traté con el sargento primero Segundo, así se llamaba. Le dije: "Mire, señor, ¿usted me permite que hable por teléfono a mi casa, para avisar que estoy acá?". Porque no me habían dado tiempo a nada. Había uno de esos teléfonos públicos naranjas, llamé a mi casa y avisé: "Estoy en La Plata". Era marzo de 1981 y estuve hasta septiembre: siete meses. Hice la conscripción con la clase '62, por las prórrogas, pero nací el 6 de marzo de 1959.

Estuve en la primera sección de la compañía "A" del Regimiento de Infantería Mecanizado N° 7 Coronel Conde. Había tres compañías: "A", "B" y "C", cada una de tres secciones. Había otras dos: "Comando" y "Servicios". Ahora tiene asiento en Arana este regimiento. Lo trasladaron al otro año de que nosotros volvimos de la guerra. Las calles del 7 tienen nombres de soldados caídos en Malvinas.

El dragoneante

A poco de ingresar, nos llevaron de instrucción a Monte, al campo de Otto Bemberg, que había sido dueño de la cervecería Quilmes. Era el campo "Los Cerrillos". Había un subteniente joven, Roberto Colom. Me nombró "dragoneante", que es un soldado destacado, prácticamente es como un grado. Hasta te ponen una tira.

Yo odiaba hacer la colimba. Vivía en Buenos Aires y viajaba todos los días a La Plata. No dormía en el regimiento. La instrucción fue muy larga, más que otros años. En ese momento, la hipótesis de conflicto era Chile y venía de 1978, que fue el año que me hubiera tocado la colimba, pero estudiaba y pedí prórroga. "Me salvé de Chile", pensé esa vez. Fui a pedir prórroga todos los años, hasta que no tuve más certificados de estudios y, entonces, adentro, en 1981. En la de "Los Cerrillos" tiramos y algunas cosas más, pero yo creo que fue una instrucción precaria, muy mala. Mucho arrastrarte entre las espinas, mucho castigo. ¿Tirar? Si tiré diez tiros, creo que es mucho.


"Creo que todos teníamos allí la esperanza de que no hubiera una guerra. No se quería", asegura Fabián Mendilaharzu. Foto: ARCHIVO DEL AUTOR

Más o menos, nos iban enseñando una función, por ejemplo, la de apuntador. El regimiento tenía también artillería. Pero ocurrió que uno salió de la colimba diciendo: "Yo soy apuntador de mortero", y después en Malvinas lo pusieron en cualquier lado, en la cocina, por ejemplo

La segunda instrucción fue la de La Pampa. Esa sí fue una instrucción fuerte, intensa. Estuvimos en General Acha. Viajamos desde La Plata tirados atrás, en los camiones. Pasamos por Azul, por el cruce de la ruta 3 y Piazza. Yo me quería tirar del camión... [Risas.] Estuvimos unos diez días, con todo el I Cuerpo de Ejército, completo. Con aviones, todo un movimiento muy grande, pero fue un caos. Nuestro grupo tenía un objetivo: llevábamos brújulas, cartas topográficas. Teníamos que llegar a un punto. Es como decir: tenemos que ir a tomar a los colorados al Parque de Azul y aparecimos en el Cristo, en la ruta 3. Ni idea. Caminamos todo un día, con los fusiles, la brújula, municiones de salva, pero evidentemente ni cabos, ni nadie tenía idea, porque terminamos en otra punta. Los aviones pasaban, tiraban, volteaban muñecos, pero no estaba muy bien organizado y la gente no sabía lo que tenía que hacer. Al menos esa fue mi experiencia: terminamos en otro lado. Había que ir al Este y el que ordenó salió para el Oeste. En la guerra, fue algo similar.

Rumbo a Malvinas

Esa Semana Santa de 1982 yo me vine a Azul, desde Buenos Aires. Cuando me levanté el 2 de abril y vi las noticias de la toma de Malvinas, pensé: "Me parece que esto... va a traer problemas. No me gusta". El fin de semana siguiente fue Semana Santa. Yo ya estaba en Azul cuando me convocaron. Vino la policía a mi casa. Los atendió mi viejo y me dijo: "Dicen que tenés que presentarte". Llegué a La Plata y en ese mismo momento estaban regresando los colimbas nuevos, que venían de hacer la instrucción. Me dieron toda la ropa, fusil, casco, nos cortaron el pelo. Todo eso el viernes. Nosotros salimos el martes a la tardecita. Sonó la sirena del regimiento y partimos. En ese período de días nos equiparon, nos dieron la ropa para Malvinas, en un bolso grande. Esa ropa no era tan mala, como por allí se dice.

Nadie sabía nada en ese momento. Nadie decía nada. Incluso hablé con el subteniente del cual yo había sido ayudante, y le pregunté. "No sé, la verdad es que no sé", me dijo.

El martes a la tardecita habíamos salido hacia El Palomar, y de allí al sur. En Río Gallegos nos llevaron al aeropuerto, que es como la terminal de Azul. Nos dieron unas bolsitas con algo para comer. Ahí corría una versión, luego otra. Ni bien terminamos de comer nos metieron en un Hércules, que era grandote realmente, el C-130. Se subía por la rampa. Nos sentamos donde pudimos. Vimos que no habían cerrado del todo la puerta trasera y casi de inmediato nos habló el capitán: "Dejamos la puerta entreabierta por si hay algún problema en el despegue, para una rápida evacuación" [Risas.] ¡No se podía creer...! Viajamos incómodos porque ya teníamos todo el equipo, la munición de guerra, el fusil. Ya en el Hércules, a poco de despegar, habló nuevamente el piloto y nos informó: "Nuestro destino final es Malvinas". Ahí nos enteramos, cuando ya estábamos en el aire.

Salimos de noche y llegamos a Malvinas de día, el martes 13 de abril, a eso de las ocho de la mañana. Era un día nublado, frío. Bajamos del Hércules con el equipo y hubo que caminar hasta Puerto Argentino, que eran unos diez kilómetros.

Ni bien arrancamos a caminar, se largó a llover, ¡un viento...! Todos puteando. Nos pusimos los ponchos de agua, que tienen una doble función, porque se puede hacer una carpa. El viento en un momento te volaba. Al final caminamos y caminamos; paró el viento, paró la lluvia y cuando ya nos estábamos acercando a Puerto Argentino, a la ciudad, aparecieron unos camiones de YPF.

Wireless Ridge

Pasamos la noche en Puerto Argentino, en unos galpones de esquila. Había corralitos y máquinas esquiladoras colgadas, pero no había lana. Ahí estuvimos tranquilos. Al otro día fuimos caminando hacia el lugar donde tomamos posición, el cerro Wireless Ridge. Caminamos hasta ahí y a los bolsos esa vez, sí, los llevaron en helicóptero, en una red. Se largó todo cerca del piso y cada uno fue a buscar su bolso, que tenía una identificación personal.

En la isla, nunca tuve contacto con los kelpers. Cuando llegamos en avión, recuerdo que ellos estaban parados con la banderita inglesa. Así nos recibieron. Estaban en la puerta de sus casas, agitando las banderitas, pero no pasaba nada.

En Malvinas, yo era radio operador y nunca había operado una radio, aunque tampoco es muy difícil. Teníamos el teléfono de la Segunda Guerra, con cable, y nos hacían ir a arreglarlo. Se cortaba el cable cada dos por tres. Cuando estábamos tranquilos, salíamos a la noche con otro soldado y seguíamos el cable con la mano hasta que te pinchabas y decíamos: "Ah, acá se soltó". Lo unía y volvía. Pero cuando empezaron los bombardeos, ¡andá a arreglar un cable! Caían "cuetazos" de todos lados y cortaban los cables muy seguido. Yo tenía una de esas radios grandotas, que se ponían en el pecho y pesaban dos toneladas. Funcionaban a pilas, pero no teníamos pilas, porque las pilas se consumieron rápidamente. En Malvinas, a esa radio que yo tenía, creo que no la usé nunca. Al final quedó tirada por ahí. Eso sí: estaba bueno tenerla en el pecho porque por ahí te frenaba un balazo y te salvaba.

Cuando me tomaron prisionero los ingleses vi que usaban una radio muy pequeña. La llevaban atrás, debajo de la nuca, con un auricular y el micrófono para hablar (similar al que ahora usan los locutores en televisión). Y se nos venían así, hablando por radio y tirándonos con todo. Ese material sí era diferente, más avanzado. Lo que vi, en artillería, me pareció bastante más avanzado que lo nuestro. Los argentinos andábamos con esos morteros de 120 milímetros, que si te agarraban te destrozaban; pero eran pesadísimos e incómodos, inclusive para trasladarlos. Con la placa base de ese mortero, que debe andar por los ochenta kilos, nos hacían "bailar" en la instrucción de la colimba, cargándola sobre la espalda. Cuando nos tomaron prisioneros los ingleses, vi cómo usaban los morteros esos tipos, que han sido los últimos tiros que han tirado, porque después Argentina se rindió: el pibe, inglés, estaba fumando, ponía la munición en un cañito chico y salía el morterazo. Pero era una pieza pequeña, descartable o trasladable con facilidad. Nuestro equipo, en cambio y en comparación, era obsoleto totalmente. Nuestra ropa no era menos que la de ellos. Y el armamento, estaba viejo. Una cosa nos llamó la atención: cuando volvimos al regimiento, todos tenían fusiles nuevos. El mismo que el nuestro, pero nuevos, pavonados, negros, impecables. Los tenían los colimbas que habían quedado haciendo guardia en el regimiento. Fue una de las cosas que dijimos en ese momento: por qué no nos dieron esos fusiles nuevos a nosotros. Pero son esas preguntas que nos hacíamos y que quedarían para siempre así, sin respuesta.

Nosotros estábamos al costado del Monte Longdon. Ahí se instaló la compañía "A" completa, en esa altura. Llegamos a Wireless Ridge con toda la "A". Las tres secciones, más la sección "Apoyo", que era artillería, básicamente morteros y cañones 105, esos que van sobre dos rueditas y no tienen retroceso, pero si te quedabas atrás cuando tirabas, quedabas todo chamuscado. Algunos de esos 105 ni andaban.

Vivir la guerra

Nosotros estuvimos sesenta días en Malvinas. Primero nos guarecimos en carpas y después se empezó a organizar la forma en que se iba a poner en el terreno la compañía. Generalmente, de a dos, se fueron disponiendo las posiciones. Con el tiempo eso fue variando, porque los pozos de zorro se llenaban de agua.

El terreno de Malvinas tiene una particularidad: no es muy alto. Hay muchas elevaciones y cortadas. Hicimos un pozo en una cortada y un día me desperté con el agua prácticamente hasta el cuello. Y así fue siempre: agua, agua y agua. Ese era el drama: mucha agua. La humedad. Estás mojado siempre. Para colmo teníamos unos borceguíes que eran muy buenos, pero cuando se mojaban no había manera de secarlos. Es más: a mí un inglés me sacó los borceguíes y me dio los de él, que eran como mocasines. Eso ocurrió cuando nos tomaron prisioneros. El calzado de los ingleses era una porquería. Por eso cuando se habla, a veces, de que venían con ropa mejor, no, es mentira. Tenían frío y hambre igual que nosotros.

Para nosotros, por lo que nos enseñaron en la instrucción, el refugio apropiado era el pozo de zorro, que es el que te cubre de un bombardeo, porque te vas para abajo y solamente salís para tirar. En ese pozo había que entrar parado y no te tenían que ver. Abajo se hace un escaloncito, para poder asomarte y tirar. Esa es una función. Otra función es que, normalmente cuando hay bombardeo, cuanto más abajo te vayas, más cubierto estás, porque la onda expansiva sale para arriba, al igual que las esquirlas, salvo que caiga el proyectil justo dentro del pozo. De esa, no se salva nadie.

Generalmente había dos soldados en cada pozo. En nuestro caso, éramos tres. Hicimos el pozo con piedras. Encontramos un tráiler para llevar lanchas, el esqueleto triangular, y lo calzamos entre las piedras. Desarmamos cajones de municiones, tapamos todo y, por encima de todo eso, pusimos turba. Así quedaba todo disimulado. Es más: la noche del 13 al 14 de junio, estábamos dentro del pozo y los ingleses pasaron caminando por arriba de nuestro refugio. Ni nos vieron.

Esa fue la tarea al comienzo: armar los pozos. Así pasamos los días, fumando como escuerzos. Cigarrillos conseguíamos, teníamos unos "comandos" que se iban de noche a Puerto Argentino y traían provisiones. [Risas.] Esos eran los más inquietos, se iban, tardaban dos días para volver... Teníamos unas latitas redondas con pastillas. Así estuve cinco días, con esas pastillas, que eran una golosina, y meta cigarrillos. No paraba de llover y tampoco se podía salir de la posición.

Había una cocina en las posiciones. Era de nuestra compañía. Al principio todo funcionaba: venían con los tachos, nos daban de comer, hasta pan y gaseosa nos llegaron a dar al principio. Desayuno, almuerzo y cena, todo muy bien organizado. Después, se empezó a cortar. Entonces lo que nos quedaba era eso: mejorar la posición y buscar qué comer.

Algunos mataban ovejas, no era algo difícil. ¡Una vez matamos una vaca! Nosotros teníamos un puesto de avanzada, que estaba a unos kilómetros más adelante que nosotros para detectar el supuesto desembarco de los ingleses, o su avanzada. (¡Estuvimos sesenta días mirando hacia un lugar y se aparecieron por otro!).

Desde ese puesto de avanzada un día llamaron por la radio y dijeron: "Tenemos dos vacas en la mira" [Risas.] El jefe de nuestra compañía les ordenó: "Póngalas fuera de combate", y a una le erraron. ¡Se fue la vaca! A la otra sí, la bajaron. Esa carne se ponía como en un freezer. Ya estábamos a diez o doce grados bajo cero en Malvinas. De todos modos, en ese momento, era abril y estábamos un poco lejos de pensar lo que realmente se nos vino después.

Alerta roja

El 1° de mayo cambió todo, porque ese día fue el primer ataque. Yo estaba en la posición y sonó el teléfono. Atendí y escucho: "Alerta roja". Había un papel con indicaciones por ahí. Busqué con el encendedor, alcancé a leer y anuncié: "¡Ataque aéreo!". Ahí nosotros estuvimos de espectadores, porque fue cuando los ingleses atacaron el aeropuerto. Las posiciones argentinas les tiraban a los aviones británicos. Vimos todo eso como una película: sentaditos, observando. No vimos el aeropuerto, pero sí el ataque aéreo. Cómo pasaban esos aviones y, en ciertos puntos, pudimos ver cómo salía la munición desde abajo, la antiaérea. Fue la primera sensación, lo que nos confirmó que estábamos en guerra. Porque hasta ese momento escuchábamos la radio, las versiones. Creo que todos, en ese momento, teníamos allí la esperanza de que no hubiera una guerra. No se quería.

Escuchábamos mucho Radio Colonia, que se captaba bastante bien en distintos horarios. En cambio, las de Buenos Aires, era muy raro que se captaran en Malvinas. Un día, en Radio Colonia escuché que los ingleses habían desembarcado en las Malvinas.

Después del 1° de mayo nos dimos cuenta de que la guerra iba a seguir un curso que no sabíamos cómo terminaría. Primero fue el ataque aéreo sobre el aeropuerto, luego empezaron los bombardeos navales. A nuestras posiciones esos bombardeos navales no llegaron, pero los escuchábamos, todas las noches. Era el arrorró.

En todo ese tiempo no nos cambiamos de ropa, ni nos bañamos. Recién pudimos bañarnos en el barco que nos trajo de regreso al continente. Obviamente, estuve en Malvinas con la misma ropa, todo el tiempo.

Sin conducción

Nunca en mi vida fumé tanto como en Malvinas. Tres o cuatro paquetes por día. Eso sólo me ocurrió en la guerra. Llegado un punto, ya no se hablaba mucho entre los compañeros.

Nuestras posiciones se habían extendido en un kilómetro, o poco más. Cada compañía tenía su jefe, por lo general capitanes. Supuestamente desde el "Comando" se debía ordenar todo lo que estaba adelante. O decir qué había que hacer. En mi experiencia, nadie nos dijo nada. Es más, en la única conversación que tuve con mi jefe de sección (hoy coronel), me dijo: "Yo veo un inglés y me voy". Y efectivamente, se fue antes. Ni siquiera se hizo el enfermo. Quedamos siete, solos, en las posiciones. La gente se iba, hacía lo que quería. No había ningún tipo de conducción.

Cuando combatían en Monte Longdon, desde nuestras posiciones fuimos muy buenos espectadores de ese combate. Al BIM5 fue al único que los ingleses no pudieron pasar. El BIM5 estaba muy cerca nuestro, a nuestra derecha. De noche, se veía todo. Monte Longdon fue tremendo. Allí a nuestra compañía "B" la atacaron los ingleses, directamente, y combatieron horas. Fue la batalla más complicada de toda la guerra. Y la noche del 13 al 14 de junio, los ingleses nos atacaron a nosotros, a la compañía "A". Prácticamente era el último paso antes de llegar a Puerto Argentino. El día anterior, cuando nosotros vimos todo lo que pasaba, sabíamos que nos iba a tocar. Pero no había nadie. No había ningún jefe. Estábamos solos. La estrategia que tenían era así: ellos bombardeaban de día, todo el día; y de noche, atacaban con su infantería. A mí me tomó prisionero el Regimiento 2 de Paracaidistas. También atacó el 3. Usaban boinas de color bordó, pero recién se las pusieron cuando Argentina se rindió. Se quitaron el casco y se colocaron la boina. El 13 nosotros sabíamos que ellos iban a pasar por nuestra posición. Tenían que pasar por allí: era la ruta. Ellos habían tomado Monte Longdon, que era uno de los lugares más altos de la isla. Y lo tomaron después de una batalla muy complicada, incluso admitido por los propios ingleses. En ese momento había gente que venía replegándose.

Cuando el 13 se hizo de día, los ingleses empezaron a tirar con su artillería. Cayeron algunos morterazos cerca, hubo heridos en nuestras posiciones y otros quedaron atontados por las explosiones.

Los oficiales de nuestro regimiento que realmente pelearon, llegaron y pidieron la baja. Con la mayoría pasó eso: se fueron, porque se sentían tan decepcionados por el accionar del Ejército, en este caso, o más precisamente de nuestro regimiento y de sus mandos.

Flechas de fuego

Era raro.

Yo pensaba: en semejante inmensidad, si yo me meto en algún lugar, no me encuentran. Pero lo cierto es que no te podés esconder. ¡Las balas te llueven de todos lados! Con un compañero fuimos hasta una posición de avanzada, para avisarle que esa noche nos íbamos a ir allí. Le avisamos para que no nos bajaran a tiros cuando apareciéramos. Cuando fuimos hasta esa posición de avanzada, habremos caminado dos kilómetros como mucho, hablamos con nuestros compañeros y cuando volvimos hacia nuestro lugar, nos tiraron con mortero. Nos vieron a los dos y nos tiraron. Nos estaban reglando. Alcanzamos a tirarnos de cabeza y llegamos a duras penas hasta el pozo, arrastrándonos. Dos veces nos tiraron morterazos.

Atacaron y bombardearon a mansalva la noche del 13 al 14 y después pasaron los ingleses. Esa noche nosotros quedamos ahí, nos separamos en dos pozos, porque en medio de la noche quisimos salir, lo intentamos. Pero no se pudo. Yo nunca vi tantas balas juntas. ¡Era impresionante! Se te venían todas esas flechas de fuego. Nos tiraban con fusiles, nos estaban mirando. Los teníamos a cincuenta o cien metros, como mucho. Con esa versión de que no había que entregarse de noche porque los ingleses te mataban, acordamos pasar la noche en los pozos. Pelear los pocos que habíamos quedado contra todos los que había ahí era algo imposible. Nunca supimos cuántos ingleses había allí, frente a nosotros. Habían cesado sus bombardeos, lo cual nos hizo ver que ellos estaban muy cerca; pero después empezaron a bombardear los argentinos. Dijimos: "Lo único que nos falta es que nos maten los nuestros".

Pasamos la noche en los pozos. Yo me quedé dormido en un momento. Creo que todos nos dormimos. El 14, cuando se hizo de día, habíamos pasado toda la noche escuchando hablar a los ingleses, estaban ahí nomás, pero el tema era cómo aparecer. Cómo hacer para que nos vieran. No queríamos aparecer de golpe, porque cabía la posibilidad de que nos barrieran ahí nomás. Al final uno se sacó una remera blanca, se la mostró a un inglés y nos vinieron a buscar. Así nos tomaron prisioneros.

Nos tiraron al piso y nos revisaron. A mí me abrieron los bolsillos, donde tenía guardadas cartas, plata. El tipo me revisó. Le dije que eran cartas y me las devolvió. No se quedó con nada, excepto con una cuchara que yo tenía en uno de los bolsillos. La agarró y la tiró. Evidentemente, sacaban todo lo que les parecía peligroso. Quedó el armamento ahí, las municiones. En el revoleo perdí el casco. Pero a los que aún tenían casco se lo dejaban. En ese momento empezó a nevar de una manera...

Lo primero que preguntaron, ni bien nos tomaron prisioneros, fue: "Dónde están los oficiales". Ellos buscaban oficiales. Nosotros les decíamos: "No, no hay oficiales acá". "¿Y dónde están los oficiales?", nos preguntaban. Y uno de nuestros compañeros les decía: "Runaway! Runaway!" [Risas.] Porque se las habían tomado. ¡Realmente nos dejaron solos! Los ingleses nos creyeron. Nos preguntaron si éramos soldados o conscriptos, porque para ellos era una gran diferencia. Les dijimos que éramos conscriptos. Y nos preguntaron: "¿Todos?". "Sí, somos todos conscriptos". Uno nos respondió: "Con nosotros no van a poder". Porque nosotros éramos todos conscriptos y ellos, soldados profesionales.

En un momento, pasó un helicóptero argentino con una bandera blanca: era el símbolo de la rendición argentina.

El camino de regreso

Cuando se rindió Argentina, un inglés empezó a los gritos y ordenó a los suyos. Cada cual tomó sus cosas y empezó a caminar. A nosotros nos hicieron formar y tomar distancia. El tipo dijo: "Vamos a Puerto Stanley" [Puerto Argentino] y cada uno salió caminando con sus cosas. No fue necesario decirles nada más.

El 14 de junio a la tarde, desde la posición inglesa, salimos caminando hacia Puerto Argentino. Cuando estábamos llegando, antes de cruzar un puentecito que había que atravesar, porque había una entrada del mar que dividía la montaña de Puerto Argentino, a un inglés le pedí un cigarrillo. Me dio el paquete. Yo me quedé con un cigarrillo y le devolví el atado, y me dijo: "No, no, repartilo con tus compañeros". También juntamos unas latas de comida.

Una vez que llegamos con los ingleses a Puerto Argentino, nos hicieron descargar unos helicópteros en los que traían cosas. Ellos ya habían ganado, estaban relajados. Algunos más jovencitos se habían puesto un poco belicosos. Otros estaban alcoholizados y empezaban a pegar patadas. Nos tenían a todos contra el piso y dijeron: "Que nadie levante la cabeza", pero uno la levantó. Vino un inglés, de atrás, y lo enterró en la turba de una patada. Al margen de ese episodio, nos trataron bastante bien, sin ningún tipo de problemas. Los que nos tomaron prisioneros a nosotros fueron los que estaban combatiendo, así que nos mandaron a las líneas de atrás de ellos, que eran los que se encargaban de los prisioneros, heridos y demás cuestiones. Y ellos siguieron peleando. Se olvidaron de nosotros.

Cuando fuimos para atrás, llegamos a un lugar que es donde vi cómo el inglés, sentado, fumando con toda tranquilidad, tiraba con el mortero. Ahí nos tomó otro militar, nos hizo sentar en piedras, él también se sentó y nos pusimos a hablar. Me preguntó qué hacía y le dije que, en ese momento, había empezado a estudiar abogacía y que también trabajaba. Nos preguntó la edad, si había oficiales o no. Fue todo un interrogatorio, pero muy distendido. En un momento nos dijo: "Quédense tranquilos, porque ustedes se vuelven a sus casas y yo me vuelvo a la mía". Todavía Argentina no había firmado la rendición.

Al llegar a Puerto Argentino nos soltaron. "Chau, andate. Y arreglate como puedas". Empezamos a caminar para buscar a nuestro regimiento. Y lo encontramos. Ahí estaba este jefe que se las había tomado. "Uh, yo pensé que te habían matado", fue lo que me dijo ni bien me vio. Desde ese día me resultó cada vez menos simpático. Le perdí todo respeto, porque considero que actuó muy mal. ¡Era el responsable de nuestra sección y salió disparando de miedo! Toda su función fue una calamidad.

En el Canberra

Mientras nos llevaban prisioneros, los ingleses enfilaron directo hacia el Puerto. A nosotros nos dieron sus mochilas, de gente muerta o herida. Mientras íbamos caminando uno nos dijo que, si encontrábamos comida, la juntáramos. Íbamos pasando, en ese momento, por todo el lugar donde había habido batallas.

Para llevarnos, nos cargaron en unas barcazas. Ya en el barco, nos revisó gente de la Cruz Roja y se nos asignó el lugar donde íbamos a estar

En el Canberra nos revisaron y estuvimos embarcados un día y pico, porque, según decían, Argentina no daba puerto para recibirnos. Entonces, primero dijeron que íbamos a Montevideo, después a la Isla Ascensión y no sé a cuántos lugares más. Un día estábamos comiendo, Argentina había perdido en la inauguración del Mundial '82 uno a cero con Bélgica, y los ingleses nos ponían los resultados del partido en el comedor [Risas.]

El silencio

Al final nos llevaron a Madryn, después a Trelew y de ahí volamos a El Palomar. Fuimos directo a Campo de Mayo, no a nuestro regimiento. Ahí nos «guardaron». Nos cortaron el pelo, nos dieron ropa nueva. Llegamos hechos un «chiche» a La Plata. Estábamos impecables. En Campo de Mayo nos tuvieron dos días. Llegamos el domingo que era el Día del Padre.

Estuvimos quince días de licencia y después debimos ir por una semana al regimiento, porque seguíamos bajo bandera. Nos hicieron revisaciones médicas, hablamos con una psicóloga. Cada vez que llegábamos al regimiento, a la mañana, estaba lleno de gente y nos preguntaban por los soldados. "¿Lo viste a tal?". "¿Lo viste a fulano?". Nadie les decía nada. De algunos se sabía que habían muerto

Al regresar al regimiento de La Plata nos dijeron que no podíamos hablar. Ni con la prensa, ni con nadie. Cuando volví a La Plata, me fui a Buenos Aires antes de viajar hacia Azul. Al otro día, iba caminando por Florida y vi la cartelera del diario La Nación. Me paré, miré y no sé cómo salió el tema con la gente que estaba allí, pero comenté: "Yo recién vengo de Malvinas". La gente se empezó a amontonar alrededor y me preguntaba cosas. Vino un policía y me increpó: "Pibe, circulá porque si no te meto adentro". Me fui, indignado.

El dato

El testimonio que aquí se publica es el fragmento de un capítulo del libro "Azuleños en la Guerra de Malvinas, del autor de este artículo, que se encuentra en proceso de conclusión. En tal sentido, se incluyen las experiencias personales de quienes participaron directamente, en territorio, en el conflicto bélico de 1982.

Las invasiones inglesas de 1982

Yo creo que la guerra se pierde por falta de conducción -afirma durante la entrevista Fabián Mendilaharzu-. Fue un caos. A la distancia uno ve que fue tan de gusto hacer esa defensa estática y tenernos sesenta días en los pozos de zorro... De gusto, porque nosotros combatimos solamente la noche del 13 al 14 de junio, y llegamos el 13 de abril. En abril tiramos unos tiros, de práctica nomás. Pero la mayoría de las veces fue pasar días y días sin hacer nada, absolutamente. Eran interminables esos días. Lo único que se podía hacer era mejorar el pozo, tratar de que no hubiera agua, ir acomodando eso.

Yo no sé si era factible que la guerra se ganara. Según los ingleses, estuvieron a punto de perderla, sobre todo cuando perdieron embarcaciones importantes (una fue con Conveyor, donde había mucha logística y eso los complicó a estos tipos). Pero, básicamente, vimos una conducción pésima de nuestro lado. Es como que nunca imaginaron que iban a una guerra. Yo estaba en el regimiento cuando Galtieri dijo: "Si quieren venir, que vengan". Había distintas opiniones sobre eso. Estaban los que decían: "¡Qué pelotas que tiene!", y yo pensé: "¡Cuánto whisky tiene encima!".

Por eso creo que a la guerra nos mandó Galtieri y nos mandó la gente. Nos mandó el pueblo. Tres días antes la gente había ido a la Plaza de Mayo a protestar contra la el gobierno militar y la situación económica. Estaban los gremios allí. Y el 2 de mayo volvieron a la plaza para apoyar a ese mismo gobierno. Salieron a favor de ellos. Es la sociedad que tenemos. Seguramente la responsabilidad mayor la tiene la gente que tomó la decisión de recuperar Malvinas, el gobierno de Galtieri. Pero hay que convenir que no tenemos ningún tipo de crítica sobre las cosas. Hoy ganamos y somos los mejores. Mañana perdemos y somos los peores. Y siempre ha sido así, en todos los aspectos. Pero esta vez no era un partido de fútbol. Esta vez se trató de una guerra.


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