22 de octubre de 2023
La reconocida escritora quien colaboró durante muchos años en el suplemento "La Cultura en El Tiempo" escribió para este diario una vez más. Se trata de un comentario sobre "La interrupción acontenció en septiembre" del narrador, ensayista y poeta de Villa Mercedes.
A continuación un comentario de la novela de Carlos E. Berbeglia, "La interrupción acontenció en septiembre" a cargo de Graciela Krapacher, quien reside en Buenos Aires. La escritora colaboró en "La Cultura en El Tiempo", el suplemento que se publicó en este matutino durante muchos años.
"La inaprensible veladura del enigma"
"En la numerosa penumbra, el desconocido/ se creerá en su ciudad/ y lo sorprenderá salir a otra,/ de otro lenguaje y de otro cielo..." (El forastero, de J. L. Borges).
Asociada a la pluralidad como un rasgo irónicamente exagerado, que suele adoptar el género novelístico, La interrupción aconteció en septiembre de Carlos E. Berbeglia es una novela en apariencia caótica, donde irrumpen historias disímiles que se van entrelazando poco a poco. La obra se instaura como un laberinto donde el protagonista suele extraviarse, se mueve entre el ser y la apariencia, entre el decir o el silencio, la negación o la argucia, entre la exaltación del yo y la bruma del desapercibimiento, entre la vigilia y el sueño, el narrar y el ser narrado. Si bien la línea del relato se fractura o discontinua, el texto parece ir reordenándose sobre un sendero subyacente, marcado por el peregrinaje del protagonista, hacia un final que va colmando los vacíos de la ambigüedad. El viaje expresa la noción de libertad y conforma el eje de la novela, que adquiere una tipología con rasgos de ciencia ficción impregnada de elementos maravillosos. El universo aparece como un laberinto sin salida, como un encierro. Prevalece la multiplicidad de formas, planetas chatos, ovoides, redondos, ahuecados y "planetas de endemoniada forma helicoidal". Abunda una
concepción de lo inconcebible. La veta surrealista asoma en el intento de hacer posible toda imposibilidad. La temática de la libertad se inicia como contrapartida del presidio del protagonista, aliado con la traición como salida, como justificación: "la belleza de la independencia sin límites." El concepto Disposición Absoluta está relacionado con la
libertad de decisión: "nos valemos del Otro hasta tanto logramos nuestra finalidad." La libertad se erige como "la máxima luminosidad posible", se anega en la degradación omnímoda del encierro y se recupera en el límite del ser. Su búsqueda convierte a Emilio en un
"nómade por vocación." El viajero se traslada hacia el futuro y también hacia el pasado de la infancia, en busca de nuevos espacios y de la recuperación de la imaginación y la fantasía perdida. Si bien los Foldas son refugios, sitios impenetrables para la Neutralidad, hasta la protección temporal se torna carcelaria. Se consolida una transposición de la prisión real a otras imaginarias; en cualquier Galaxia que arribe, se sentirá cautivo. Siempre el marco, la frontera, el cerco y la vigilancia panóptica. La transubstanciación también es una manera lúdica de huir, en un glóbulo rojo de su propia sangre. El protagonista es un fugitivo que encarna otras realidades, todo es mudanza y devenir, es a la vez víctima y victimario, en la ceremonia de la venganza. El destino del viajero es "contemplar el mundo." "Todo viaje es un viaje hacia adelante aunque lo emprendamos hacia atrás". El tiempo es una noción frecuente en la obra del autor. El peregrino enarbola la aventura tornada en desventura, con la cual justifica su búsqueda de la libertad. La problemática de los viajes en el tiempo, al ser cuestionada, invalida la fantasía, instala la duda y la contradicción: "Es una pura fantasía gestada durante mi pesar y encierro." La insistencia de la "La Ida", que subtitula cada una de las cuatro partes de la novela, nos recuerda la primera parte de "Martín Fierro", el viaje de persecución y huida del héroe del poema épico. Esta reiteración parece apelar a la
continuidad del itinerario sin definición "de este andar sin tregua". El héroe siempre está en peligro: "la pared de este abismo, insondable, horrible, caprichoso...redoblo la marcha por la impiadosa calle... interminable caminata... El infernal torrente sube con más ferocidad ahora y el arremolinamiento que lo precede es una sola boca con miles de dientes reptando para destrozarme".
Estas imágenes reviven las aterradoras aventuras de "Un descenso al Maelströn" de E. A. Poe y "El viaje al centro de la Tierra" de J. Verne. La novedad y la transgresión siempre han marcado el estilo en la narrativa del escritor, en esta novela se detienen en el enigma, que se cuela entre líneas, tienta al lector, crea brumosas expectativas y se diluye en la misteriosa huida. Éste asoma, a lo largo del texto, bajo imágenes auditivas que van instalando el suspenso significativo. El sonido adquiere un segundo protagonismo y diversas formas: "El mismo chasquido anterior, algo similar a un trueno debilitado...no solamente suena en la atmósfera...repercute en los celulares...sorprende dentro de las casas...por las calles...buscan su origen sin hallarlo". Pero, a la vez que se lo afirma y determina en el paratexto de la novela y se lo recrea en su interior, aparece la contradicción:
"Ninguno de estos acontecimientos sucedió en el septiembre lluvioso del Sur de América del Sur...", lo cual siembra la incertidumbre y la disolución del arcano desde el comienzo, se habla de "falsos testimonios". Pero la intensidad del malestar retorna, merma y vuelve a desaparecer, se convierte en mito, en leyenda, en "asunto literario, inexplicable como todo lo tramado por la fantasía", en miedo latente porque "aquello que no anticipó su venida, es factible que regrese igual de sorpresivo." Su desconocimiento aparece expresado en "el regreso del Malestar al fondo innominado del cual había salido." Se divulga la duda de la causalidad, de la propia significación. Los sonidos se dulcifican en una música barroca o una balada irlandesa. Se justifica el Malestar Septembrino en la opresión, la guerra, el despojo, la corrupción, la indiferencia, la incomunicación, pero hay quiénes no escuchan dicho "sonido", como si nada de esto sucediera. Se lee una frase esencialmente reveladora: "el jardín de los enigmas que no le interesó desentrañar" que se relaciona con uno de los puntos que, de manera subterránea, plantea la novela: el enigma que nunca se descubrió, la desestructuración del sentido ansiada por el dadaísmo. Sin embargo, el misterio converge en la esencia del viaje, el concepto de camino como "resolución de los enigmas o aumento de los mismos". El peregrino avanza y todo es sonido: los ruidos "me golpean, mi carcajada deformada en esa confusión sonora...intento completar, a los gritos, mi poema inspirado en el vacío auroral..." Concomitante con la inquietud y el malestar, el poeta canta en el último verso: "el persistente tumulto de mi yo", precedido por el título del poema "En el vacío" que se repite e intercala entre las estrofas, exacerbando el desasosiego. En la búsqueda de los eslabones perdidos, se dimensiona el enigma y se acrecienta la desazón cuando la causa se ausenta. La ambigüedad, la intuición y la suposición conducen hacia la fascinación que ofrece el secreto. En referencia al título, la paradoja es que dicha interrupción no conforma el motor de la novela, sí alimenta el suspenso que se redime con la causa del viaje-huida de Emilio, que se resignifica con la temática de la libertad. El narrador es un operador de sueños, de su fragilidad fugaz. De tan inconcebibles los mundos que conoció el peregrino, la experiencia se resuelve en lo onírico y el pesimismo lo torna pesadilla. El narrador, en tercera persona, alude a Emilio como protagonista de "pesadillescos episodios" y éste dice:"Sueño con imágenes demenciales, un mundo onírico riquísimo..." El rasgo expresivo de la escritura de Berbeglia se manifiesta en las imágenes sensoriales barrocas y modernistas, en la profusa imaginación de las metamorfosis constantes y en el lenguaje exquisito y recargado. La referencialidad sufre alteraciones y se confunden los códigos connotativos, los contrarios no se oponen. No está exenta su narrativa de escenas de crueldad extrema, como tampoco de las de dulce erotismo. Es curioso el uso de conceptos abstractos y autosuficientes basados en la nominalización. La Maldita Negrura, plena de malignidad y despótico poder, desterrada por la Disposición Absoluta que se dispone en otro de manera transitoria; la Gran Memoria del Sistema de la Cohorte, grupo probo, es en sí misma
una permanencia paralela y vigilante, el gran testigo, en contra del cambio; la Apoteosis que refiere al viaje en globo, reiterado en otros textos del autor, al amor, al rapto y desaparición de la amada. La Neutralidad es la que morigera los cambios, es contraria a la libertad y hace las veces de lo divino, otra temática recurrente del escritor. El deseo de otro mundo prevalece y se instala, entonces, la utopía. La bella poesía intercalada en la novela también se identifica con la libertad. Emerge un remedo de la infancia que se injerta de forma subrepticia, a la vez que el personaje se siente encerrado en sí mismo "este laberinto-yo que se entromete en mi cuerpo, lo corta, lo desgarra..." y, siempre, la pregunta angustiante ¿he salido?.
(Colaboración: Graciela Krapacher)
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