Por Alfredo Vivarelli

Los últimos diez años han alterado definitivamente la manera de ver Cine. Con la presentación en sociedad del invento del Cinematógrafo en Paris en 1895, nació un nuevo tipo de espectador/ra entre las preferencias del público acostumbrado hasta entonces al acto presencial del teatro y sus derivados. Sobre 1910 las salas de Cine eran realidad planetaria. Con la aparición del formato sonoro en 1927 se puso fin a tres décadas de silencio y talento y se profundizó más allá del entretenimiento, un nuevo, glorioso e industrial arte. La gente no dejaba de asistir a tamaños templos de variada capacidad y estilo. Hasta la irrupción de la Televisión que alcanzó su masividad a principios de los años 60. Podríamos afirmar entonces que las salas de cine vivieron su esplendor hasta esa época para luego iniciar una lenta decadencia que culminó a mediados de los 90. La irrumpción de nuevas tecnologías entonces, desplazó la atención y modificó gustos desde el acto comunitario hacía la soledad de las viviendas.

La Pandemia, acontecimiento extraordinario surgido en 2020 y en el que aun habitamos, trastocó de manera dramática los propios cimientos de la Cinematográfia, que lejos de morir habita otras pantallas y condiciona miradas.

Aquí aparece uno de los muchos y siempre nuevos interrogantes desde donde reflexionar sobre algo tan subjetivo como son los gustos. La comodidad parece imponerse sobre cualquier otra consideración para las mayorías. Si la televisión por cable o satelital junto a formatos como el VHS, el DVD o el BlueRay no hubieran resultado suficientes para alejar a la gente de las salas de Cine, las nuevas tecnologías se ocuparon y ocupan de mantener pasivo al sujeto contemporáneo.

Pasivo desde la perspectiva de consumir (más que ver) imágenes, ya no solo desde el sillón o silla frente a pantallas convertidas en super computadoras que todo lo permite (y también omite) sino también desde una cama, un vehículo, un inodoro o hasta la cima de una montaña. Aquí las medidas no importan: más pequeña o más grande, televisores, computadoras, teléfonos celulares, todo vale a la hora de estar atento a la oferta globalizada y permanecer cada vez más solitarios. Le puede llegar tanto del país nativo como desde los siempre influyentes e imperiales centros norteamericanos o europeos, y ahora a través de rutas llamadas plataformas. Como en un monstruoso cambalache, todo se ha revuelto y mezclado generando en el público (persona que compra productos o personas con interés común que los hace parte de grupos definidos o seguidores de artistas, figuras y géneros que generan a su vez públicos diferentes que pueden ser minoritarios o mayoritarios o etc, etc, etc...) una compejidad tanto a la hora de elegir que ver como en la propia alteración y consideración de su propio gusto.

Es muy frecuente escuchar comentarios sobre la cantidad de oferta y la dificultad paradójica de elegir. Como si de un bombardeo se tratase, con series o películas, el ser humano se ve obligado a elegir ante tanta explosión mediática, resultando todos afectados: mayores de 50 años de edad que tuvieron la posibilidad de "ir al cine", los de 50 a 30 que conocieron formatos domésticos en infancias y juventudes, o los nacidos en los últimos 20 años, criaturas nuevas de la revolución, por llamarlo de alguna manera, presente.

Más frecuente y alarmante es comprobar como se ha extendido la idea de considerar valiosa o no una película en función de ser aburrida o no en los primeros diez minutos de proyección. O si es vieja, o en blanco y negro, o la procedencia de determinado país, o género. Fenómeno que alcanza a todas las edades. Con el consiguiente desprestigio y desinterés por una historia tan rica y transformadora como es la del Cine.

El Cine fue considerado el séptimo arte a partir de un Manifiesto publicado en 1911 por el crítico Ricciotto Canudo (1879-1923), quién "... creyó ver en el Cine un epicentro y una posible culminación de pintura, arquitectura, escultura, poesía, danza y música..." (cito al gran Homero Alsina Thevenet). El público fue ampliándose poco a poco y sus gustos definiendo en función de diferentes parámetros, como nivel de educación y hasta clases sociales, que a su vez fue marcando corrientes y tendencias de los productores y artistas que lo hacían. Y así hasta el presente, donde parece imperar un solo tipo: el más contemporáneo y que encuentra en las presentes series de plataformas como Netflix o Disney, entre otras, una nueva vía de expresión cinematográfica al haberse, en principio, agotado o estrechado las tradicionales de difusión (léase salas del cine y canales de televisión). Un tema complejo y fascinante que excede este espacio pero necesario y a tener en cuenta debido al llamativo impacto actual de una manera si se quiere totalizadora de, insisto, consumo contra visionado.

En mi experiencia personal como programador de películas en diferentes espacios no comerciales de Azul, Tandil y Chillar entre los años 2014 y marzo de 2020, cuando la Pandemia puso final abrupto a tal cometido, tuve la oportunidad de experimentar el placer que a los concurrentes ofrecía la visión comunitaria de un film. Donde más allá del entretenimiento se valoraba la calidad del mismo en su variante artística. Que podía gustar o no como toda experiencia. Pero despertó el interés del nada despreciable número de 200 personas que, sumadas, fueron a los diferentes sitios: museos, bibliotecas , librerías, talleres en espacios dependientes de UNICEN, PAMI, salas de colegios profesionales , centros culturales y teatrales regionales o Escuela de Bellas Artes azuleña sin olvidar la asistencia como invitado ocasional a clases impartidas por amigo docente y difusor del Arte, donde la atención y curiosidad de un alumnado joven fue un más que estimulante y esperanzador incentivo para continuar con este emprendimiento.

Experiencia enriquecedora para todos los concurrentes donde se compartía lugar, palabra y gusto común: películas de diferentes orígenes llenaron los siempre reducidos espacios así como temáticas y géneros varios. Desde Hollywood hasta Leonardo Favio, desde Alemania a Pedro Almodovar...hasta el Cine mudo.

Experiencia que también permitió tratar en primer plano el citado tema del título de este artículo: el gusto. Y descubrir entonces como la oferta selectiva lo amplía y fundamentalmente enriquece. Ante el estímulo, el público reacciona y desde el interés común por la experiencia, aumenta. Y así, el placer de descubrir nuevas o viejas películas y disfrutarlas, más allá del origen o época en que han sido realizadas, devuelve al eventual espectador a un tiempo pasado de goce y disfrute compartido. Mas el enriquecimiento de la mirada, herramienta imprescindible para continuar aprendiendo. A los jóvenes, la posibilidad siempre abierta de descubrir nuevas sensaciones más allá de las mayoritariamente impuestas.

Agradecimientos a los espectadores, talleristas y alumnos que acompañaron todos estos años así como a los responsables de actividades en Biblioteca Popular de Chillar, programa UPAMI (taller para mayores), Museo López Claro y su Asociación de Amigos, Museo Squirru, Centro Basko Gure Txokoa, Escuela de Bellas Artes de Azul, Espacio La Salita del Equipo Delta, La Criba, Casa Ronco, la comisión del Círculo Árabe donde proyectábamos un ciclo para 2020, los comunicadores Julio Fernández, Mirta de la Torre, Gustavo Cruz, Miguel Di Spalatro, Espartaco Sarramone, Carolina Di Cataldo, Pablo Schiro, Toqui Carlomagno, Hugo Cabral y otros que me ofrecieron sus micrófonos y cámaras, los amigos Florencia Lafón y Silvio Oliva Drys en sus librerías y clases escolares, los canales locales de televisión de Azul y Chillar, los compañeros de El Tiempo y Pregón que difunden o difundieron actividades y artículos como este.

A la memoria de Héctor Ferrarelo, alias "Cacho Nebbia" y amigos espectadores que nos despidieron en este duro tiempo. Que el futuro nos devuelva estos lugares hoy suspendidos. Que los gustos vayan aumentando día a día. Hasta entonces.