17 de mayo de 2020
Una promesa brava, más porque fue formulada por alguien que comenzó a pitar desde los 12 o 13 años y llegó a consumir tres atados, y a veces cuatro, por día.
Escribe: Ángel O. Raco.
De la Redacción de El Tiempo.
"Cuando cumpla los 50 dejo de fumar". Una expresión de deseo, o una simple frase lanzada para dejar conformes a los que me "quemaban la cabeza" pidiéndome que deje el cigarrillo, que era una locura lo que fumaba.... Y tenían razón, mucha razón.
Pero lo mío era una adicción, era algo que me dominaba.
Mi historia ligada al tabaco comenzó en la adolescencia (a los 12 o 13 años) y recuerdo que los primeros "fasos" que probé eran los "Via Apia" mentolados -similares a los cigarrillos medicinales que se vendían en esos tiempos en la farmacia para "pelearle" al asma-. Los comprábamos juntando las moneditas con un vecino de mi edad -un gran amigo que no vive más en Azul-, y para no llevarlos a nuestras casas -para evitar la "biaba"- los dejábamos escondidos en los respiraderos de los sótanos del edificio de la Escuela N° 12 que funcionaba en Avenida Mitre y 1° de Mayo. El escondite duró un tiempo, hasta que hubo alguien que se "avivó" y los "puchos" comenzaron a desaparecer.
Así empezó mi historia fumadora.
Amores de estudiante
Después vino la secundaria y la época de los "cigarrillos sueltos" que compraba en un bar cercano, o en el kiosco "de a la vuelta" sobre la misma manzana de mi casa. Si las monedas alcanzaban, los puchos eran para la ida y la vuelta (yo estudiaba en "La Normal" y vivía en 1° de Mayo entre Mitre y Prat, o sea que la distancia eran 15 cuadras, aunque invariablemente hacía una escala en la casa de mis abuelos, en 9 de Julio entre Burgos y De Paula, donde mi abuela siempre tenía algunas monedas para "el vicio" y para comprar algo en el kiosco de la escuela.
En esa época eran un cigarrillo para "el viaje" y uno o dos para los recreos. Estos últimos se apagaban cuando sonaba el timbre y se continuaban en el otro recreo, por lo que se guardaban en el bolsillo de la solapa del saco con el consiguiente olor a tabaco quemado, que se potenciaba con el apagado.
Después vino el primer "laburo", el peso en el bolsillo y los cigarrillos también. En mi casa, recién cuando cumplí los 18 años pude fumar delante de mis padres.
Pasaron los años y cada vez mi adicción iba en aumento. Vino la "colimba" y las encomiendas a Tandil se sucedían con "vituallas" donde no faltaban los atados de cigarrillos.
Dos intentos fallidos
El vicio iba "in crescendo" y los pedidos familiares para que deje de fumar se sucedían cada vez con más frecuencia, pero yo continuaba con un mínimo de cuatro atados en los bolsillos, en la guantera del coche o en una carterita de cuero de esas que llegaron a estar de moda en la década del '80.
A todo esto, intenté dejar el cigarrillo una vez, pero la fuerza de voluntad me duró 10 días, después lo agarré con más fuerza. Mi pasión por el Ajedrez conspiraba para que no cesara de fumar. Antes se permitía fumar en todos los ámbitos.
Otra vez, en lo que fue mi intento más serio por alejarme del cigarrillo, estuve sin probarlos nueve meses, donde por creer que había dominado la adicción empecé a fumar pensando que podía consumir 7 u 8 cigarrillos diarios, pero fue todo más fuerte. También me gusta la pesca -otro caldo de cultivo para esta adicción-, llegando a tomar antitusivos para poder "darle al pucho" libremente.
En tanto, a las acometidas de mis familiares sobre cuándo iba a parar con el cigarrillo, yo respondía que cuando llegara a los 50 iba a dejar.
Llegaron los 50... ¿Y ahora?
Finalmente, cumplí 50 años. En el festejo de mi cumpleaños, algunos me regalaron encendedores y bueno, hubo que hacer de "tripas corazón" y agradecerles el presente, pero si por favor podían cambiarlo porque no fumaba más.
Así pasó mi cumpleaños, y comenzaba lo que pensé que iba a ser lo peor: aguantar sin prender un cigarrillo. Pero quizá porque esta vez mi decisión iba en serio, no sentí ganas. El entorno no me era favorable -tanto familiar como laboral- ya que todos fumaban, pero no sólo no me molestaba que lo hicieran adelante mío, sino que tampoco me afectaba el humo o el olor a cigarrillo.
Es como si todo en mí hubiera hecho un "click", y entonces me di cuenta que esta vez era para siempre.
Lo cierto es que para dejar el cigarrillo no me sentí condicionado por molestia de salud alguna, simplemente fue una cuestión de voluntad, una decisión de la cual jamás me voy a arrepentir y mucho más ahora, cuando no se puede fumar en la mayoría de los lugares, porque pienso que hubiera sido demasiado fuerte para alguien que fumaba entre dos y tres atados diarios y a veces hasta cuatro. Quizá ahora estaría "enchalecado".
El cigarrillo ahora es un recuerdo (ni bueno ni malo) para mí, pero como para acordarme, están los "kilitos de más" que me acompañan, desde hace 15 años, a todas partes.
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