16 de diciembre de 2019
Por Eduardo Agüero Mielhuerry
Pedro Burgos nació en la provincia de Santa Fe el 31 de marzo de 1777. Fue bautizado en Rosario, pero en las actas no se hallan registrados sus padres. Sin embargo, posteriormente en su testamento declaró ser hijo de Narciso Burgos e Inés Aguilar. En el mismo sentido, su hermana Martina, al contraer matrimonio confirmó poseer los mismos progenitores.
En su posible ciudad natal, Rosario, se unió en matrimonio con Manuela Giménez, el 14 de noviembre de 1806, de la cual se separó poco tiempo después.
Una descripción familiar lo pintaba con una figura mediana corpulenta, morocho, con el rostro picado de viruela y de barba espesa. Era un hombre de campo, sencillo, rudo, un típico paisano conocedor experto de la campaña de entonces y sus costumbres, con las virtudes y los defectos elementales de los hombres de su tipo. No sabía leer ni escribir; tampoco sabía firmar.
Se estableció en Chascomús, como hacendado enfiteuta –y después propietario– de una estancia. Burgos formó una chacra en las inmediaciones del Salado, para cuyo trabajo obtuvo bajo fianza y como peones dos soldados españoles prisioneros: Ignacio y Melitón Córdoba. Al año siguiente recibió del gobierno, en propiedad, una extensión en el paraje Camarones Grandes donde formó el establecimiento “Los Milagros”. El casco estaba situado junto a una laguna homónima.
El 9 de abril de 1827, a través del régimen establecido por la Ley de Enfiteusis, el gobierno le otorgó a Pedro Burgos una extensión de campo que rondaba las 30.000 hectáreas en el partido de Tandil. En las vecindades, poblaban grandes campos los Anchorena, los Terrero y los Rosas, primos y socios en la actividad pecuaria. Juan Manuel de Rosas, mayordomo de los Anchorena primero y luego estanciero de participación en los problemas de la campaña, se destacaba asumiendo un liderazgo tan autoritario y efectivo en su comarca, que los vecinos estaban con él o en su contra. Por esas cuestiones a veces inexplicables de la admiración desmedida -o la obsecuente conveniencia-, Pedro Burgos se subordinó plenamente a la figura dominante de Rosas, capaz de manejar la indómita pampa como a centenares de hombres. Inclusive llegaron a ser compadres lazo considerado muy importante en la época. Y por supuesto, Burgos adhirió incondicionalmente a la política federal.
El Fuerte San Serapio Mártir del Arroyo Azul
Enviado con órdenes especificas del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, el coronel Pedro Burgos llegó a la vera del Arroyo Azul con la intención de establecer allí un fuerte que sirviera como nueva frontera con los “dominios de los indios”.
Cuando Rosas habla de la fundación del Azul, no toma para sí todo el mérito de la misma, sino que, reconociendo el esfuerzo y los acertados arbitrios de su colaborador, le aplaude que se haya situado sobre el arroyo Azul, acepta las indicaciones y pedidos que Burgos formula y le recomienda que “anime a todos los pobres que considere ser conveniente que vayan a acompañarle (en la fundación de Azul) bajo la seguridad de que la obra ha de ser buena y segura”.
Adoptando para el reparto de las tierras el modelo de Suertes de Estancias, el Fuerte San Serapio Mártir del Arroyo Azul fue erigido, además, para servir de protección y nucleamiento de los nuevos pobladores. En este punto es importante destacar que hablamos de “nuevos pobladores” sobreentendiendo la existencia de previos, los cuales estaban atomizados por la zona, e incluso en un asentamiento conocido como “San Benito” (quizás una colonia negra), en lo que es la zona del actual Balneario Municipal “Almirante Guillermo Brown”.
El agrimensor Francisco Mesura fue el encargado de diseñar la cuadrícula del Fuerte. Como signo de preocupación ante los malones, la planta originaria en forma de damero, con múltiples solares, se enmarcó en profundos y anchos fosos que tenían como respaldo occidental el arroyo y abarcaban las que hoy son avenidas: Presidente Juan. D. Perón, Bartolomé Mitre y 25 de Mayo.
La Plaza Mayor (conocida hoy como Plaza Gral. San Martín), no era más que un alfalfar en el cual pastaban los caballos del Ejército y se detenían las carretas de provisiones. Y en torno a ella se comenzaron a erigir los edificios necesarios para la administración y el culto, el cuartel, la habitación del cura, ranchos y tres locales comerciales. En la actual Plaza Alsina (a la izquierda del Palacio Comunal), se levantaba el faro de vigilia del mangrullo.
Según el plano del pueblo elaborado por el Agrimensor, se dispuso del solar correspondiente a la esquina oeste de las calles X y XXVI (actuales Yrigoyen y Colón, respectivamente, donde actualmente se encuentra la Estación de Servicio), para construir la vivienda del coronel Burgos. Éste último formó allí su hogar definitivo con Josefa Correa, quien integró la caravana fundadora.
Fruto de su relación con Josefa nacieron siete hijos: Hilarión, Cosme, Pedro, Dionisio, Lucas, Mariano (que falleció a temprana edad) y Petrona. Todos fueron bautizados en Azul y anotados en el registro parroquial como legítimos. Sin embargo, de acuerdo a las leyes vigentes por entonces, Burgos cometió el delito de adulterio, al tratarse de una persona casada que, voluntariamente, violó el deber mutuo de fidelidad impuesto a los esposos. Por ende, sus hijos eran adulterinos según la ley vigente. Años más tarde, al desarrollarse un pleito judicial por cuestiones testamentarias, se afirmó que Burgos tuvo otros hijos, pero ninguna otra filiación pudo ser probada.
En abierta violación a la declaración de la Asamblea del Año XIII, poseyó dos esclavos negros: Martina Burgos y Clemente Burgos (uno nativo de Angola y otro de 17 años bautizado en Azul, el 13 de febrero de 1834, por el cura Clemente Ramón De la Sota). En este punto, es importante aclarar que, a pesar de lo establecido por muchas leyes, la costumbre seguía teniendo un peso preponderante (lamentablemente).
Desde el acto de la fundación del pueblo, Pedro Burgos ejerció las funciones de Juez de Paz y Comandante militar del punto y de la frontera del Arroyo Azul, hasta el año 1836. Tuvo a su cargo, en esos tiempos, a pesar de su condición de analfabeto, todas las actividades civiles y militares indispensables para la organización y administración del nuevo y modesto núcleo urbano.
El sable del Restaurador de las Leyes
En 1834, tras su regreso del mal llamado “desierto”, el General Juan Manuel de Rosas se instaló con su Ejército en el Fuerte San Serapio Mártir del Arroyo Azul.
Durante su estadía en el mismo, depositó en la modesta capilla rancho, al pie de la imagen de Nuestra Señora del Rosario, la espada que había ceñido durante las operaciones, junto a dos espigas de maíz adornadas con cintas color rojo punzó, siendo ambos símbolos inconfundibles de “la Mazorca”.
Algún tiempo después, el Comandante del Azul, Pedro Burgos, le escribía a Doña Encarnación Ezcurra expresándole: “Este pueblo tiene el honor y la gloria de conservar la invencible espada que ceñía el Señor General en Jefe del Ejército de la Izquierda, el Héroe del Desierto, con la que triunfó de los amotinados del primero de diciembre y restableció el imperio de las leyes. Ella es, Señora, y será sostenida con noble orgullo por todos los que habitan en Azul de este vecindario, que no atina el ajustado encomio con que debe congratular a ese Ilustre Ciudadano, y exprimirle todos los sentimientos plausibles de su reconocimiento, puesto que no es dable que miren sus constantes sacrificios sin aquel agradecimiento digno del respeto con que la admiración suele acercarnos a los portentos. Ella, (repetimos) será una garante para las generaciones más remotas de su brillante empresa a los desiertos del Sud, inmortalizará su memoria”.
Sin embargo, la historia cambió su rumbo. Se asegura que el arma permaneció muchos años en el lugar; luego se la colocó en el segundo templo que tuvo Azul, el cual reemplazó a la capilla rancho y allí permaneció, incluso después de la caída de Rosas.
Años después, el general Manuel Escalada propuso la construcción de un nuevo templo en reemplazo de la Iglesia que databa de la época de la fundación, y que se encontraba casi en ruinas.
Así, aunque demorada la iniciativa por los vaivenes políticos, en 1862, cuando era imprescindible recaudar fondos para el nuevo templo, la espada de Rosas fue vendida en $ 250 al vecino Manuel Vega Belgrano (sobrino nieto del prócer). Se dice que éste luego la entregó al Museo Público de Buenos Aires como donación, pero se desconoce la verdad.
El Presidente de la Mazorca
Durante el primer gobierno de Rosas, su Ministro de Relaciones Exteriores, Tomás de Anchorena, fue uno de los encargados de disponer la detención por parte de la policía de muchos unitarios. Éstos últimos, agrupados bajo el mote de “Salvajes Unitarios”, eran confinados a la Estancia Callejas, en Camarones Grandes, al sur del Río Salado. Allí, en lo que prácticamente era un campo de concentración los esperaba el coronel Pedro Burgos. Éste, lentamente, con el transcurso de los años, fue acentuando su postura como personero de un régimen dictatorial, cruel ejecutor y beneficiario.
La Sociedad Popular Restauradora fue creada a fines de 1833 (durante el gobierno de Juan Ramón Balcarce), por los partidarios rosistas con el objeto de canalizar la acción política de los “federales netos”, buscando además que el poder pasara nuevamente a manos de Juan Manuel de Rosas, quien en esos momentos se hallaba ausente por encontrarse al frente de una expedición al sur de la provincia de Buenos Aires. Conocida popularmente con el nombre de su grupo de choque, la “Mazorca”, no vacilaba en recurrir a la violencia para conseguir sus objetivos y suprimir la oposición.
Al momento del nacimiento de la Sociedad, los federales se habían dividido en cismáticos y apostólicos, y sus principales promotores fueron doña Encarnación Ezcurra (esposa de Rosas), algunos militares rosistas, como Prudencio Rozas y Celestino Vidal y futuros mazorqueros como Ciriaco Cuitiño.
El primer presidente de la Sociedad Popular Restauradora fue el Coronel Pedro Burgos y su primer vicepresidente Julián Salomón. Este grupo de choque propició que Juan Manuel de Rosas volviera al poder en 1835 ostentando la suma del poder público, hecho que lo convirtió en dictador y que duró hasta su caída, luego de la batalla de Caseros.
Por entonces, no sólo se hizo absolutamente obligatorio el uso de la cintilla punzó (no exhibirla podía ser castigado con la muerte) sino que se convirtió a la figura de Rosas casi en un elemento de veneración. Múltiples y sanguinarios hechos de violencia fueron llevados a cabo por la Mazorca bajo la consigna de: “¡Mueran los salvajes unitarios!”.
A la caída de Rosas la Mazorca quedó abolida y sus dirigentes fueron enjuiciados y muchos de ellos ejecutados. Entre esos dirigentes pueden nombrarse a Fermín Suárez, Ciriaco Cuitiño, Torcuato Gánale, Leandro Antonio Alén (padre de don Leandro Alem, fundador de la Unión Cívica), Antonio Reyes, Manuel Troncoso, Silverio Badía, Estanislao Porto y Manuel Gervasio López.
La vida después de Azul
En Azul, Burgos pobló la margen occidental del arroyo Azul, al norte del pueblo, a unas dos leguas de la sexta Suerte de Estancia en ese rumbo. Según el censo de 1836, poseía dos estancias, que aumentaron a seis leguas de campo en 1841 y una estancia compuesta de 8 suertes en el cuartel Cortaderas. Tenía como empleados a 62 personas: 50 blancos y 12 de color. Un censo de 1839 le atribuye en Azul unos 8000 vacunos, 600 ovejas y 100 yeguarizos.
Al alejarse de Azul en 1836, Pedro Burgos abandonó a su concubina Josefa Correa, quien se fue a vivir a Chascomús, donde se la conoció públicamente como “la viuda del coronel Burgos”. Por su parte, el Coronel pasó a convivir en la ciudad de Buenos Aires con la señorita Juana Márquez, sin nunca contraer matrimonio ni tener hijos.
Burgos luchó contra los Libres del Sur, movimiento de oposición y revolución contra el gobierno de Juan Manuel de Rosas, ocurrido en el entonces sur de la provincia de Buenos Aires a fines del año 1839. Los revolucionarios lograron dominar los pueblos más importantes de la zona en esa época -Dolores, Chascomús y Tandil- pero fueron vencidos rápidamente en la batalla de Chascomús, del 7 de noviembre de ese año. La satisfacción por la victoria alcanzada llevó a los rosistas a una gran celebración, la cual en pocas palabras describió Ramos Mejía: “…Celebraban con gran bullicio la derrota de la Revolución del Sud en la batalla de Chascomús, Rosas, su compadre Burgos y todos los federales que los seguían estaban completamente ebrios. Dos días y dos noches duró el beberaje…”.
En 1845 pasó a ser comandante del cuartel general de Santos Lugares, en el actual partido de San Martín. A partir de 1846, creada la División del Azul, pasó a revistar en su plana mayor (hasta 1851). Volvió a Azul, pero tuvo que renunciar al mando militar por una enfermedad que no especificó.
Retornó al mando de Santos Lugares a fines de 1848.
El derrumbe del imperio de Rosas…
El 1º de mayo de 1851, Justo José de Urquiza lanzó su Pronunciamiento, por el que reasumió la conducción de las relaciones exteriores de su provincia, Entre Ríos, aceptando inesperadamente la renuncia que todos los años Rosas hacía de las mismas.
Primero atacó a Oribe en Uruguay. Lo obligó a capitular con él y entregar el gobierno. A continuación se apoderó del armamento argentino que formaba parte de las fuerzas de Oribe… y de sus soldados, que fueron incorporados al Ejército Grande.
Urquiza se trasladó a Santa Fe, derrocó a Echagüe y desde allí atacó a las filas de Rosas. Tras la defección de Pacheco, Rosas asumió el comando de su ejército al frente del cual fue derrotado en la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852.
Tras la derrota, el Tirano abandonó el campo de batalla -acompañado sólo por un ayudante- y firmó su renuncia en el "Hueco de los sauces" (actual Plaza Garay de la ciudad de Buenos Aires):
“Creo haber llenado mi deber con mis conciudadanos y compañeros. Si más no hemos hecho en el sostén de nuestra independencia, nuestra identidad, y de nuestro honor, es porque más no hemos podido”.
El otrora todopoderoso Juan Manuel de Rosas se refugió en el consulado británico, la tarde del día siguiente, protegido por el cónsul británico Robert Gore y finalmente partió hacia Inglaterra en el buque de guerra británico Conflict…
El mismo día…
A los 74 años, el coronel don Pedro Burgos falleció el 3 de febrero de 1852, día de la Batalla de Caseros.
Pasó la noche anterior a la batalla en compañía de Juan Manuel de Rosas quien a pesar de sus preocupaciones le dedicó varias horas a su enfermo y postrado compadre.
El rostro de Pedro Burgos
No se conoce retrato alguno de Pedro Burgos, pero de acuerdo a una versión de 1909, se decía que había sido de mediana estatura, morocho y marcado su rostro por picaduras de viruela. Lucio Mansilla que lo conoció en su edad madura lo describió “redondo como un tonel”. Aseguran que era un hombre alegre y decidor, galante con las damas, de buena presencia y bien conceptuado en Buenos Aires, donde tenía afectos y vinculaciones.
En el nicho derecho del frente del Palacio Municipal de Azul, se halla la escultura del Coronel Pedro Burgos, inaugurada el 16 de diciembre de 1979, durante el gobierno del Intendente designado Coronel Carlos Manuel Ricardes. La obra fue realizada especialmente ese mismo año por la reconocida docente y artista plástica azuleña Susana Vilardebó, valiéndose de un retrato que fue hecho en base a uno de un hermano o un hijo (varia el parentesco según la versión oral), del fundador de Azul.
El gobernador Juan Manuel de Rosas tenía una especial predilección por Azul y sus vecinos. De hecho dejó en nuestra capilla su espada como ofrenda a Nuestra Señora del Rosario.
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