10 de julio de 2023

ENTREVISTA CON MARGARITA FERRER

ENTREVISTA CON MARGARITA FERRER. "Fue muy importante el suplemento literario, por todo lo que se generó"

Junto a su esposo Juan Antonio Carrau editaron durante cuarenta y dos años el suplemento "La Cultura en El Tiempo", la publicación de mayor desarrollo temporal en la historia de este matutino. Sin dudas, constituyó un emblema del periodismo cultural, por su repercusión tanto local como nacional.

Hablar de "La Cultura en El Tiempo", necesariamente, implica referirse a sus dos hacedores: Juan Antonio Carrau y Margarita Ferrer. El suplemento cultural de este diario se publicó durante cuarenta y dos años, desde 1977, convirtiéndose en el de mayor duración en la historia del matutino que, por su parte, hoy celebra sus noventa años.

Es, también, "La Cultura en El Tiempo" la conjunción de dos historias de vida que no pueden omitirse en el recorrido que se pretende trazar en este artículo. ¿Pueden confluir la Guerra Civil Española, el exilio francés durante la ocupación nazi, la biblioteca del Banco Central de la República Argentina, el Profesorado de Azul, la Alianza Francesa local, como antesala de la creación del suplemento cultural?

Pueden.

Todo ello es la base sedimentaria de "La Cultura en El Tiempo".

"¿Dónde queda eso?"

Meditación. Juan Antonio Carrau y "Clementina", la gata que durante muchos años acompañó al matrimonio. Febrero de 1997. GENTILEZA MARGARITA FERRER DE CARRAU

Juan Antonio Carrau -nos recuerda hoy Margarita Ferrer-, era "porteño, de una familia tradicional media". Eran "cuatro hermanos varones y el único de la familia que le salió intelectual. Los otros tres se dedicaron al comercio". Carrau no siempre "se dedicó a la docencia; él trabajó en el Banco Central, incluso decía que, del Nuevo Banco de Azul, había cosas que pasaban por sus manos. Después lo trasladaron a la biblioteca: estaba encargado de comentar todas las semanas los libros de economía que llegaban al Banco Central". Carrau "estudió filosofía en Filosofía y Letras de la UBA. Y ahí participó de todo un movimiento intelectual que hubo".

Nació el 9 de agosto de 1929, y "yo soy del 11 de agosto. Nos llevamos veinte años", precisa Margarita. En la UBA, Carrau se vinculó al grupo de Juan José Sebrelli, y también estaba Gustavo Cirigliano. "Él hizo círculos de amistad ahí, no con Sebrelli particularmente, porque era comunista. Y Juan Antonio, en esa época, entiendo que estaba en la democracia cristiana, porque he encontrado un montón de libros" relacionados con ese partido político. "A él también le interesaba la política. Cuando yo lo conocí, sus padres habían muerto. Vino a Azul a reemplazar a un antiguo profesor de Griego, en los Cursos del Profesorado Anexo a la Escuela Normal, que tenía la misma estructura que el Instituto Joaquín V. González. De hecho, todos los profesores que vinieron acá eran de Buenos Aires, al principio. Yo vine a estudiar en el '66 y el profesorado se había creado en el '60".

Carrau había cursado tempranamente Letras y, años más tarde, Filosofía. "De joven, tenía una novia en Letras y se podían hacer materias paralelas. Estudió tardíamente Filosofía, años después. Había pasado el tiempo y, cuando se encontró con este profesor de Griego que dejaba la cátedra, le dijo, che, no querés ir a Azul, porque yo dejo las cátedras de Griego; Carrau preguntó 'dónde queda eso...'" [Risas].

Juan Antonio y Margarita

Margarita Ferrer y Juan Antonio Carrau, los hacedores del suplemento "La Cultura en El Tiempo" (1977-2019).

"Él vivía en el cemento de Buenos Aires, sin salir de ahí". Juan Antonio Carrau "había dejado el Banco Central, porque ya habían fallecido los padres y, de alguna manera, él había mantenido ese trabajo por la obra social para sus padres. Así llegó a Azul, para reemplazar a un profesor que dejaba su cátedra. Aquí le acomodaban los horarios a la gente que venía de afuera". Desde ese momento, y hasta su fallecimiento en 1999, Carrau mantuvo su vínculo con la ciudad de Azul.

El diálogo en la entrevista transita con calma, sin premura, porque se percibe que habrá revelaciones. Margarita Ferrer dice: "Yo nací en Toulouse, en Francia", y aclara: "Pero soy hija de españoles. Mi padre fue refugiado político en Francia, durante la Guerra Civil Española [1936-1939]; mi madre se quedó en España. Yo todavía no había nacido. Después empezó la Segunda Guerra Mundial, la Francia ocupada, los campos de concentración, los campos de trabajo forzados. Mi madre recién logró reunirse con mi padre en 1947, doce años después de haberse casado. Ellos se casaron en el '35 y al año siguiente estalló la guerra civil. Mi madre estaba embarazada. Nació la hermanita que yo no conocí, que vivió dos días, porque tenía unas malformaciones, y a la que mi padre directamente no conoció. Luego, mi madre cruzó los Pirineos de manera ilegal", de acuerdo con las circunstancias atroces que la Segunda Guerra impuso. "Caminaban tres días y tres noches; pero caminaban sobre todo de noche. Y se juntó con mi padre en Andorra. Él la mandó a llamar cuando ya tenía trabajo, porque había estado muy mal, internado en Holanda. Había terminado la guerra y ni se había enterado, divagando por ahí. Volvió a Toulouse, donde estaban todos los españoles refugiados. Y yo nací un año después de ese encuentro de mis padres, en agosto del '48. Ellos pensaban quedarse a vivir ahí, porque había mucho español y hasta habían formado gobierno. Mi padre no estaba en el gobierno, pero habían constituido un gobierno republicano paralelo, con sede en Toulouse. Después estuvo en París también, porque pensaban derrocar a Franco, recuperar la república. Bueno, Franco se murió en 1975; mi padre, que pensaba volver, se murió en 1966... Ahora, ¿por qué nos vinimos a la Argentina? Es algo que yo le pregunté a mi padre, cuando ya era más grande. Se hablaba, hacia el año '50, de otra posibilidad de guerra. ¿Una tercera guerra...? Ya con lo que habían pasado, no, una tercera no. Aquí en Argentina vivía una familia lejana, pero que tenía una relación de amistad con mis padres, y le dijeron que se vengan para la Argentina, porque aquí se estaba tranquilo. Por supuesto, mis padres no tenían plata, pero había organizaciones. Era el año '50, una época muy complicada. Hace poco me enteré que a nuestros pasajes los pagó una organización de republicanos en el mundo, que se encargaba de repatriar o enviar gente a otros destinos. Yo preguntaba a mi padre, ¿en qué clase viajamos? Y él me decía 'en tercera, porque no había cuarta'. En esa época, a la Argentina también venían muchos del nazismo, en ese barco que vine yo. Leyendo otras cosas me enteré".

El destino hacia la Argentina

Un sector de la biblioteca de la familia Carrau-Ferrer. "Parte de la biblioteca que yo tengo, de la colección Austral, la trajeron en el barco mis padres", revela Margarita al recibir a El Tiempo para la entrevista. FOTO: NICOLÁS MURCIA

"Yo vine con dos años y medio", recuerda Margarita, "en un viaje con algunos inconvenientes, porque tuve las amígdalas infectadas y pensaban que tenía difteria. Salimos del puerto de Marsella, en un típico barco para inmigrantes que después no realizó ningún otro viaje. Ese fue el último. Un viaje que pasaba por Senegal, Brasil y llegaba acá. Cuando llegaron a Senegal nos desembarcaron a nosotros, me pusieron a mí en cuarentena, pensando que podía ser difteria. Después nos reembarcaron y llegamos acá, en febrero de 1951. Mis padres habían embarcado el 30 de diciembre... No pasamos por el Hotel de Inmigrantes. Mi padre era del Partido Socialista Español, afiliado a la UGT, por eso él se fue enseguida, como voluntario [republicano]. Trabajaba en el Banco de Valencia y después terminó en los campos de trabajo forzados de los alemanes, porque estaba en la Francia del Sur, en el gobierno de Vichy. Mi papá, José Ferrer. Mamá, Vicenta Montañana de Ferrer. Yo soy española pura, nacida en Francia por casualidad, y naturalizada argentina. Para la Argentina, yo era francesa y no podía trabajar. Una serie de peripecias, de la vida de uno, ¿no?", refiere sonriendo.

Margarita Ferrer detalla que "mi padre y mi madre se fueron de Buenos Aires", en pleno desarrollo urbanístico y constitución del conurbano. "Primero, mi padre trabajó en Buenos Aires con el abuelo de una prima, que era ebanista. Ayudaba y trabajaba en eso. Mi madre zurcía para afuera. Estuvieron unos meses y a mi padre luego le propusieron ir a ocuparse de un escritorio de una cerealera, en Juan N. Fernández".

Hacia ese nuevo destino dirigió la familia. "Fuimos a Juan N. Fernández, vivíamos en una habitación y cocina. Mi primera amiguita allí fue María Cristina Tierno, con la que vine después de estudiar Literatura acá. Estuvimos un tiempo en esa casa. Poco después le ofrecieron a mi padre la presidencia de la Asociación Española de Juan N. Fernández, que tenía casa para el que presidía. Era una casita justo al lado de los grandes salones. Y allá fuimos. Nosotros nunca tuvimos casa propia, hasta que me casé y es donde vivo".

También recuerda que "había un almacén de Ramos Generales, cerealera y consignataria en Claraz. Un pueblo a doce kilómetros de Juan N. Fernández. Un pueblo rural, pero que tenía más posibilidades porque era el único almacén que había. Poseía una casa chorizo, una casa grande. Ahí me fui con mis padres. Nos mudamos cuando yo tenía nueve o diez años. Un pueblo que ahora tiene 600 habitantes. El almacén desapareció, porque dejó de pasar el tren. Estuvimos viviendo en Claraz hasta que yo me vine a estudiar a Azul".

Al recorrer la casa del matrimonio Carrau-Ferrer, colmada de libros, vinilos, fotografías, recuerdos de viajes, en casi todos los ambientes, Margarita menciona que "parte de la biblioteca que yo tengo, de la colección Austral, la trajeron en el barco mis padres. La promoción social era estudiar. Mis padres lo tenían claro. Y, al final, uno termina cumpliendo el mandato. En Claraz no había colegio secundario, ni nada. Entonces decidieron que yo iría pupila. Mi padre, ateo total, lo puedo asegurar. Mi madre no, ella era religiosa. Pero una religiosa contrariada, porque se había educado en la educación protestante. Venía de una familia protestante".

Los estudios en Azul


Un antiguo ejemplar de "La Cultura en El Tiempo" hoy, en la mesa de trabajo de Margarita Ferrer. "Fue idea de Juan Antonio. Ya venía con una dinámica y le apasionaba" la idea de editar un suplemento literario. FOTO: NICOLÁS MURCIA

"A mí me ponen Pupila en Juárez, en un colegio de Hermanas. Mi padre seguía recibiendo el diario de Francia, con letras rojas, El Socialista. Se lo mandaban los amigos. Porque él seguía el historial de allá. Estuve pupila en Juárez, de quinto grado hasta quinto año. La monja ya sabía que mi padre, de religión, nada; pero hablaban francés con la superiora y, a su vez, tenían la historia de la Segunda Guerra Mundial en común. La monja era de la Francia ocupada, de la zona de Alsacia y Lorena, que habían tomado directamente los alemanes. Yo termino el secundario pupila, me recibí de maestra normal nacional, con prácticas y todo. Terminé a los 17 años, en el '65. Y en el '66 me vine a Azul. Mi madre se quedó en Claraz con mi padre, pero él ya tenía cáncer de vejiga, había pasado por tres operaciones; un fumador empedernido que no pudo dejar nunca; tres paquetes de negro por día, imposible. Él murió en octubre del '66".

El derrotero de vida, para Margarita Ferrer, continuó en Azul, con la férrea meta de iniciar sus estudios superiores. En el diálogo con este diario recuerda que "aquí estudié, vine a eso. Estuve primero con Cristina Tierno, en una pensión que había en el Obispado, en la calle Bolívar, justo en la esquina. Después que muere mi padre, mamá se viene a vivir conmigo, y estuvimos en una pensión, de Ballota. Nos dieron una cocinita, una habitación y un bañito. Estuve bastante con mi madre allí. Mi padre siempre decía: vos tenés que estudiar, no trabajar. Ellos habían ahorrado plata que ponían a interés en escribanías. Los ahorros eran eso, básicamente, que les daban interés. Y gracias a eso vivimos con mi madre. Ella lo administraba y yo pude estudiar. Cuando terminé el cuarto año, normalmente la fiesta de fin de curso del Profesorado se hacía en el Jockey Club, pero esa vez se hizo en Alumni. Y allí estaba Juan Antonio. Yo iba a ser su ayudante en la cátedra de Latín -a mí siempre me ha encantado todo lo que es idioma-. Algunas veces salíamos a tomar un café con otras amigas y con él, con todo el grupo, porque éramos de cuarto año. Después de la fiesta de fin de año, el noviazgo empezó a través de lo epistolar. Mirá qué antiguo, ¿no? [Risas]. Así empezamos la relación. Juan Antonio después empezó a venir; salíamos a tomar un café, sin nada todavía de novio, pero ya nos tuteábamos en las cartas y todo eso. Y en el mes de mayo, más o menos, un día que me escribe y me dice: este fin de semana, si vos me decís que sí, yo me quedo en Azul. Entonces yo dije, bueno, ¡tengo que tomar una decisión! Así que no consulté con nadie, como nunca consulto [Risas]. Yo vivía con mi madre, y mi madre se enteró cuando ya estaba todo decidido".

Con Juan Antonio Carrau, recuerda Margarita, "estuvimos 30 años juntos. Era un tipo que no era lo sociable que soy yo. Me junto con gente, me adapto. Mi marido era un tipo que tenía amistades y todas que tenían que ver con el intelecto. Las cultivaba, pero de a uno, no en grupo. Él mantuvo siempre las relaciones con toda esa gente que tenía que ver con lo intelectual. A mí también me ha gustado todo ese tipo de cosas, porque uno es con quien está, uno se va haciendo con otros también. Es así que armamos un dúo bárbaro con mi marido, independientemente de las diferencias de edad. Por ejemplo, él detestaba las reuniones de mucha gente, las fiestas donde se suponía que irían muchas personas. A él le gustaba viajar, era algo que estaba entre sus pasiones. Su padre había nacido y se había criado en Barcelona, así que también tenía el otro mambo de viajar, de irse, de conocer a todo eso".

El estudio fue una constante, tanto en el caso de Juan Antonio como de Margarita. De hecho, "yo hice hace poco una maestría sobre literaturas comparadas, sobre Manuel Vicent, autor que vive, y que publica en el diario. Él es periodista también, publica en El País", uno de los principales diarios españoles.

De bodas a Europa


Una de las tantas charlas y exposiciones organizada por los hacedores de "La Cultura en El Tiempo", en instalaciones de la Alianza Francesa. En la foto, Juan Antonio Carrau, Roberto Mauri, Alberto Aliberti y Fulvio Milano. GENTILEZA MARGARITA FERRER DE CARRAU

¿Cómo era la vida del matrimonio Ferrer-Carrau en aquella década del '70? "Vivíamos más sencillo, sin darle bolilla ni a las marcas, ni a nada. No teníamos auto -nuestra casa está a una cuadra del Profesorado, donde trabajamos muchos años-, eso es importante y además teníamos 'economía de guerra'. Nos fuimos de viaje de bodas a Europa, eso sí. Mi madre nos dio plata, él les pidió plata a todos los hermanos. No me compré vestido de casamiento. La verdad es que nunca tuve esa seducción por el vestido blanco, la fiesta. Preferimos viajar. Nos fuimos a Europa, pero además sacamos ocho créditos para viajar. Fuimos dos meses, un viaje recontra programado. Llegábamos a la estación de ferrocarril, y nos íbamos al primer hotel que estaba más o menos cerca. Ahí fui a conocer la familia. Pagamos durante dos años los créditos, porque hasta sacamos créditos para valijas, que no teníamos. Él compró tecnología, que la tengo ahí, una Super 8, y una grabadora Grundig. En ese primer viaje Juan Antonio trajo para vender unas calculadoras, que recién se conocían en Europa -creo que quedaron acá, porque nosotros, para vender, un desastre [Risas]-. Uno de los hermanos, que se ligaba al comercio, le dijo: che, ¿por qué no traes calculadoras? Era el '71. Nosotros viajamos como gitanos, llevando cosas que ni te digo. Íbamos cargadísimos".

La cultura en un suplemento

Margarita Ferrer: "Yo nací en Toulouse, en Francia, pero soy hija de españoles. Mi padre fue refugiado político en Francia, durante la Guerra Civil Española". FOTO: NICOLÁS MURCIA

Durante la entrevista, al rastrear en la memoria de Margarita Ferrer el origen del suplemento "La Cultura en El Tiempo", menciona que "yo estuve al lado de Juan Antonio en el suplemento, como correctora, desde el comienzo. Nosotros nos casamos en el '70. Y el suplemento es del '77. En ese año nos vinimos a vivir a Azul, cuando nació mi hijo Alexis. Yo terminé la carrera acá y viví un año en Buenos Aires. Mi marido viajaba para dar clases en Azul. Le habían agrupado los jueves y viernes. A mí me agrupaban todas las horas -yo embarazada-, en Saladillo. Hacíamos así: él venía a Azul, yo a Saladillo, y nos encontrábamos los fines de semana. Lunes, martes y miércoles salíamos. Habíamos sacado un abono en el Teatro Colón, porque a él le encantaba la música clásica. Íbamos mucho al cine y a las librerías, ni te digo. Esas librerías de viejo, en aquella época... Todo eso me encantaba. Comíamos pizza de parado en La Americana... Hemos sido muy callejeros". [Risas]

-¿Y la decisión de venir a Azul?

-Fue de los dos -afirma Margarita-, porque en un momento vivíamos allá y él venía a Azul. Entonces, la decisión cuál era: el nacimiento de mi hijo, Sebastián Alexis; dónde lo iba a tener. Juan Antonio ya tenía su trabajo aquí y yo tenía posibilidades también en Azul. Entonces, hacia Azul nos vinimos, definitivamente -explica.

"Nosotros estábamos todas las semanas en el diario y a la vez hacíamos la actividad cultural desde la Alianza Francesa y, algo antes, desde el Museo Squirru. Al suplemento yo me integro, pero no venía del lado del periodismo. Mi marido sí. Hacía diarios en Buenos Aires, revistas. Toda esta gente que venía, que escribía y que invitábamos para escribir en el suplemento, e invitábamos a dar charlas muchas veces en el Colegio de Escribanos, en distintos lugares, era toda gente muy interesante. Por ejemplo, Luis Ponzo. Él era odontólogo de profesión, pero se dedicó a la escritura. Era todo un grupo de gente que venía originariamente del oeste, de Castelar, como es el caso de María Rosa Lojo, cuando todavía no se la conocía. Y después unimos la actividad cultural de la Alianza Francesa con el Profesorado. María Rosa Lojo dio su tesis doctoral sobre Sábato, todo el simbolismo de Sábato y Marechal, con una capacidad de producir conocimiento increíble. Fue una movida interesante. Eso también lo generó el suplemento literario".

El suplemento "La Cultura en El Tiempo", añade Margarita Ferrer, "fue idea de Juan Antonio. Ya venía con una dinámica y le apasionaba eso. A mi marido le encantaba todo ese diálogo que tiene que ver con la literatura o la política. Fue muy importante el suplemento literario, por lo que se generó. Era un trabajo que había que leer, y volver y volver. A veces las correcciones que no estaban terminadas... Tiempo después, la tecnología ayudó muchísimo, pero ya no estaba Juan Antonio. Yo seguí publicando cosas que Juan Antonio tenía. Él tenía acumulado material, así que eso yo publiqué todo, durante bastante tiempo. Y mantuve una comunicación con todos los colaboradores. Esos colaboradores del suplemento siguieron publicando", desde 1999, cuando se produjo el fallecimiento de Carrau.

El primer número de "La Cultura en El Tiempo", aparecido en la edición del sábado 24 de septiembre de 1977.

"La cultura en El Tiempo", menciona luego Margarita Ferrer, "recibió el premio Caduceo al mejor suplemento de la provincia. Fuimos a recibir esa distinción en La Plata. Hay que destacar también la libertad que dio el diario, la libertad y la confianza que depositó el director, Alfredo Ronchetti, en Juan Antonio y después en mí. Y cuarenta y dos años... ¡Es un montón! El hecho de haberlo publicado durante tantos años, es mucho tiempo para una ciudad chica como Azul". En efecto, la publicación que tenía en mente Juan Antonio Carrau contaba con el beneplácito de la recocida poetisa azuleña María Alex Urrutia Artieda -quien, por otra parte, junto al doctor Bartolomé J. Ronco, había publicado el primer suplemento literario en El Tiempo, en 1939, aunque en este caso el desarrollo temporal fue breve-.

Al referirse a los comienzos de la publicación, Margarita Ferrer menciona que "el suplemento empezó, podríamos decir, con cartas que venían. Iban y venían. Juan Antonio tenía contactos en Buenos Aires, La Plata, la zona oeste, y acá en Azul se contactaba a través del Profesorado. Eso era también algo que había pedido el director del diario y, de hecho, fue así, porque fue un canal de difusión importante el suplemento", señala Margarita y además recuerda: "Juan Antonio hablaba de 'retroalimentar'. De esa manera, se empezaron a incorporar personas que estaban en otros círculos artísticos, poéticos".

"En la factura del suplemento se trabajaba mucho. Llegaban los textos para publicar. Algunos eran manuscritos, razón por la cual había que tipearlos y eso se hacía en casa. Juan Antonio acumulaba materiales, en la medida en que iba conectándose con la gente, alguna de la cual también venía a Azul a dar charlas. Él leía los textos que llegaban, o los leía yo y se lo compartía, en voz alta. Ahí se veía si había que corregir algo. Fue muy minucioso en la corrección de lo que era poesía, por ejemplo, porque entendía que tenía que salir perfecta la publicación. Una vez corregido, llevaba el material al diario para que lo tipearan y poder hacer después las 'pruebas de galera', como le llamaban. Ese material volvía a casa y se revisaba. A veces había tantos errores de tipeo que había que pegarles las correcciones; palabras, una letra, una coma. Jueves y viernes el suplemento era motivo de trabajo acá en casa, se ultimaban los detalles para lo que salía el sábado. Era mucho trabajo. Yo a veces protestaba, porque era trabajo de mucha paciencia, y yo soy de poca..." [Risas].

"Pero Juan Antonio era especial para eso -añade, de inmediato-. Tenía toda la paciencia. Así transcurrió la primera etapa, hasta que el diario pasó al offset. Ahí fue más claro, yo no lo veía a él pegar tanto papelito en las tiras de impresión de los textos, con las correcciones. Incluso había comprado una pequeña guillotina y un sistema de cúter para cortar justito y pegar después. Era algo muy laborioso".

En su comienzo, "el suplemento tuvo una sola página, tamaño sábana, por lo que no se necesitaba tanto material; siempre algo quedaba pendiente para próximos números. Luego fueron dos páginas, finalmente se llevó a cuatro", ya en el formato tabloide. "La primera edición se publicó el sábado 24 de septiembre de 1977. Luego empezó a salir en la edición dominical del diario, hasta el último número, en septiembre de 2019. Los primeros números fueron, prácticamente, producidos con gente del Profesorado. De a poco se incorporaron al suplemento comentadores de libros, gente de diversos puntos del país. Sobre todo, se hicieron contactos a través de Roberto Glorioso. Él tenía mucha vinculación, principalmente con poetas y escritores de Buenos Aires y de La Plata; iba a los talleres de Ana Emilia Lahitte, una poeta excelente. Roberto fue muy generoso. Acercó gente de fuste".

Otro aspecto que destaca Margarita Ferrer durante la entrevista es que "el suplemento no terminaba con la publicación. Después teníamos que preparar los sobres y se los enviábamos a los autores publicados; así en cada edición de sábado, primero, y luego de domingo. Esos envíos los hice hasta que se editó el último suplemento. Y cuando nos íbamos de viaje, por ejemplo en 1979 que viajamos nuevamente a Europa, quedaron a cargo del suplemento Raquel Rocca -que fue una gran colaboradora, como comentarista y crítica de libros, por mucho tiempo- y Rubén Boggi, que publicaba poesías [y luego se incorporó a la Redacción de El Tiempo]; fue así que el suplemento siguió saliendo mientras nosotros estábamos de viaje. Dejó de salir un tiempo cuando falleció Juan Antonio, que fue algo repentino, y lo retomé yo a pedido del director del diario, Alfredo Ronchetti, que vino a verme para decirme si no quería continuarlo. Para mí, era una manera de seguir conectada con Juan Antonio. A mí me sirvió eso. Era una responsabilidad importante -afirma Margarita Ferrer-, porque él había tenido una meticulosidad y un diálogo con todos los que publicaban, y a mí no me resultaba algo fácil. A él le encantaba discutir, confrontar, era mucho más filosófico desde ese punto de vista. Así, entabló amistades con mucha gente y, por supuesto, me llegaron a mí también cuando me hice cargo del suplemento. Por ejemplo, Jorge Isaías, que fue director de Cultura en Rosario, un escritor maravilloso, sencillo, un gran narrador que mantenía el interés sin ser rimbombante. También Felicitas Casavalle, que vivía en Holanda y era sobrina del Padre Abel, y que vino a Azul a dar charlas sobre escritores. Ella también estaba en una vertiente espiritual y eso a Juan Antonio siempre le interesó. También una gran colaboradora de los primeros tiempos fue María González Rouco. Después dejó de escribir porque tenía sus propias páginas, dedicadas a la inmigración gallega".

Otra muestra, en los '80, organizada por los editores del suplemento literario. Roberto Glorioso, Juan Antonio Carrau, Helios Gagliardi (detrás de) Alicia Scaparoni de Andrada y Cristina Martínez, directora y secretaria del Profesorado de Azul, respectivamente. GENTILEZA MARGARITA FERRER DE CARRAU

En el 2000, recuerda finalmente Margarita Ferrer, "cuando yo me hago cargo del suplemento, ya había más tecnología en el diario y años después me dio una gran mano Alejandro Pessina, en todo lo que era el diseño de las páginas del suplemento. Siguió mucha gente de la primera época y yo fui incorporando gente nueva. Roberto Glorioso y Gladys Barbosa fueron puntales importantes para el suplemento. Del Profesorado se incorporó gente que escribía bien, incluso alumnos. Luego vino Azul Ciudad Cervantina que también fue un vehículo para publicar distintos temas. Y se sostuvo el suplemento hasta que se pudo. Todo el pasado sirve, pero la vida es un hilo hacia adelante. De todos modos, después de jubilarme, miré todo lo que se había hecho con el suplemento, todo lo que se ha publicado, y recuerdo que pensé: ¡Cuántas cosas que hemos hecho...!".

Los colaboradores de "La Cultura en El Tiempo"

Margarita Ferrer recordó a los colaboradores que, en su extensa trayectoria, tuvo el suplemento "La Cultura en El Tiempo". Entre los azuleños, mencionó a

Adriana Abadie, Jotaele Andrade, Cristina Assenatto, Gladys Edich Barbosa Ehraije, Rubén Boggi, Dante Bustos, Alcira Caldentey, Florángel Camponovo de Turón, Estela Cerone, Alejandro Cetto, Carlos Cúccaro, Ana María De Benedictis, Dora De los Santos, Nélida Delbonis, Silvina Delbueno, Beba Diéguez de Vázquez, Andrés Diéguez, Roberto Glorioso, Raquel González Bonorino de Rocca, Rita González Hesaynes, Héctor Mañandés, Jorge Meza, Marita Minellono, Mariel Patronelli, Mónica Pérez de Jacobson, Haydée Polero, Michou Pourtalé (azuleña radicada en Buenos Aires), Blanca Prat de Casares, Clara Recalde, Graciela Ribet, Augusto Rocca, Matías Sassale, Ana María Turón, Martha Vargas.

Entre los colaboradores de otras localidades, mencionó a Antonio Aliberti, Aurora Alonso de Rocha, Rodolfo Alonso, Eduardo Balestena, Luis Alberto Ballester, Luis Benítez, Carlos Enrique Berbeglia, Enrique Blanchard, Alberto Buela, César Cantoni, Felicitas Casavalle, Susana Cassati, Gustavo Cirigliano, Gustavo Cirigliano, Jorge Clemente, Alba Correa Escandell, Carlos Alberto Débole, Jorge Dietsch, Elsa Fenoglio, Olga Ferrari, Mabel Fontau, José Carlos Gallardo, Oscar González, María González Rouco, Amadeo Gravino, Paul Guilmot, Florencia Güiraldes, Jorge Isaías, Sebastián Jorgi, Ana Emilia Lahitte, María Rosa Lojo, Margarita Mazzara, Fulvio Milano, Hugo Mujica, José Narosky, Nicandro Pereyra, Adalberto Polti, Alberto Luis Ponzo, Horacio Preble, Graciela Puente, Carlos Riera Cervantes, Adolfo Rocha Campos, Elsa Rosenthal, Jorge Smerling, Enrique Solinas, Mateo Amado Sosa, Nora Thames, Gabriela Urrutibehety, Victorio Veronese, Irene Vilas, Miguel Ángel Viola, Irma Emiliozzi.

Los ilustradores fueron: Rubén Roldán, Osvaldo Morúa, Ricardo Bevacqua, Roberto Mauri, Helios Galiardi, Oscar Levaggi, Carlos Terribili, entre otros.


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