ESPECIALES DE "EL TIEMPO"

ESPECIALES DE "EL TIEMPO"

El azuleño de los oficios paralelos

Nací un año bravo para la Argentina, 1955, pero eso lo supe después. El 11 de febrero pasado cumplí 67 y, hace unas pocas semanas, me jubilé. Estuve treinta y tres años como ordenanza en los Tribunales de Azul. Si digo que mi nombre es Oscar Mario Vasallo, inclusive en el edificio, quizá pasa de largo, porque todos me conocen como "Carozo", el sobrenombre que tengo, prácticamente, desde el nacimiento. Y eso gracias a una de mis hermanas que, en lugar de decirme "Oscarcito", como no le salía, empezó a llamarme "carocito" ni bien nací. Y ahí me quedó, adherido a la piel.

Por: Marcial Luna
30 de octubre de 2022

Mi escuela, la primaria, fue la N° 12, en Mitre y 1° de Mayo. Y mi barrio de la infancia, La Tosquera. Estuve hasta los 17 años en la que era la casa de mis abuelos, en Maipú y Sarmiento. Después, con la familia -los cinco hermanos y mis padres-, pasamos a la casa de Pringles 471, donde vive actualmente mi madre, América, con sus 96 años.

Lindo barrio La Tosquera...

Yo creo que, antes, las barriadas eran más familiares. Otra cosa.

Habría conflictos alguna vez, seguro, no lo niego; pero lo cotidiano es esto que digo: eran más unidos los vecinos.

Cuando era chico, siempre estuve muy enfermo. Cada dos o tres meses me internaban. Tuve lo que antes se llamaba un "falso cruz", también "tos convulsa" y antes, nos decían, eso no tenía cura. Te decían también que, hasta los diez, doce años, la enfermedad te iba a durar. Pero yo tuve problemas serios hasta los 14. Me ahogaba, me faltaba el aire...

Igual hice cosas. Jugué en Alumni, en Vélez, en la Selección de Azul, incluso dos Regionales. Siempre de "4".

Me acuerdo de los torneos Barriales, cómo no. Estaba el club "El Atlántico". No sé si no tenemos el récord ahí, de campeonatos. Porque ganamos catorce seguidos. ¡Algo increíble!

Era fútbol entre barrios, de seis o de siete jugadores, en cancha chica. Estaban los Canevello, Angelito Cejas, el que le decían "Conejo" Arrouy, Assennato, y varios chicos del barrio.

En ese tiempo, eran bares y clubes a la vez. "El Atlántico" estaba en Sarmiento y Maipú, justo frente a mi casa. Primero se llamó "Los Eucaliptus", nunca supe por qué. Era un bar donde se jugaba a las barajas y, además, funcionaba nuestro club. No había dirigentes, me refiero a gente de "afuera", sino que eran todos vecinos de nuestro barrio. ¿La camiseta? Sí, me acuerdo, era celeste y blanca, así, con la franja celeste horizontal.

El que jugábamos era un torneo que hoy podríamos decir "de inferiores", porque se podía participar hasta los 14 años de edad. Fútbol de purretes, como le decían los mayores.

Para ese entonces, ya ni me acordaba de la tos, la verdad. Por eso seguí. De ahí pasé a Vélez, hasta los 17 años, y alcancé a jugar en primera; después me pidió Alumni. Ahí jugué tres años más.

En Vélez y en Alumni jugué con el "Paisano" Frías, sí señor. ¡Cómo no me voy a acordar de él! Pedrito era vecino nuestro. Vivía a media cuadra de casa, por Sarmiento, desde que su familia llegó al barrio. Fue un gran arquero, ¿quién lo puede dudar?

Me acuerdo de algo que pasó mientras hacíamos una práctica. En ese tiempo las pelotas eran de cuero y, para las prácticas, Alumni ponía las pelotas más viejas. Con las nuevas se jugaba los domingos. La pelota se mojaba en invierno y, al estar pelada, se ponía pesada. ¿Quién pateaba semejante cosa? Ahí estaba Ernesto "Culinga" Guedes, ¡un fenómeno!

En un momento agarró la pelota el "Paisano" y lo llamó:

-Culinga, vení.

Y eso que ya se atajaba con guantes y Pedro era un pibe fornido, un arquero con buen porte.

-¿Qué te pasa, querido...? Si no pateas más despacio, no atajo más -le dijo Pedro a Ernesto. ¡Es que le estaba quemando las manos!

Increíble, Guedes. ¡Tenía una patada tremenda!

En Azul, creo que fue uno de los que vi patear más fuerte.

Después sí. Nos enteramos que había desaparecido el "Paisano" Frías; pero mucho no se decía. No estaban los medios que hay hoy para enterarte. Y él nunca habló de su militancia con nosotros. En el barrio no había teléfono, no había televisión. Había radio, sí, pero nosotros a esa edad, ¡qué íbamos a escuchar radio! ¡Ni bola!

Pero siempre lo recordamos al "Paisano". Cada vez que hablamos del barrio, de los clubes o el fútbol, él está ahí.

***

¿Mi viejo? Se llamaba Miguel Antonio. Él fue el que me dejó el trabajo en Tribunales. Estuvo ahí treinta años y se jubiló, aunque a la par también fue sastre. Su taller lo tenía en casa. Me acuerdo de esas planchas de antes, gigantes, y hasta tuvo las de carbón. Recuerdo que mi viejo hizo un traje todo cosido a mano. Algo increíble. Todas las puntadas iguales. Vos lo mirabas y decías: no puede ser... Era exageradamente prolijo. Un fenómeno.

Yo era pibe y, a esa edad, se te viene encima el temita en la familia: Y ahora, ¿qué vas a hacer? Entonces el dilema fue ese, seguir la secundaria o trabajar.

En esa época, de empleado se ganaba muy bien. Entonces te convenía más trabajar que estudiar; esa es la verdad.

Los invito a aquella mesa familiar, un almuerzo, para que esto se entienda:

Un empleado común de San Lorenzo ganaba lo mismo que un secretario o secretaria de Tribunales, que era una persona con título en Abogacía, alguien que había hecho todo un recorrido en el estudio. Y esto, precisamente, surgió durante una charla, un mediodía en casa, entre mi hermana Mari, que trabajaba en San Lorenzo, y mi papá, que ya estaba en Tribunales y sabía bien cuánto se ganaba ahí, en cada cargo. Fue él quien le dijo a mi hermana Mari: ¡Pero... ganás lo mismo que una secretaria de Tribunales!

Yo pensé: tengo que perderme todos los años de secundario y de terciario, ¿para cobrar lo mismo? Ni lo dudé.

Con los años eso se revirtió, claro. Y también es lógico. Pero en el momento que me tocó a mí, ni lo dudé. Mi elección fue trabajar.

Si tengo que hablar de Tribunales, yo empecé con la jueza Ana de Benedictis. Ella me decía que yo era su "hermano". Es que realmente ella adoraba a mi viejo. Decía que mi papá era su segundo padre. Él también trabajó con ella, hasta fines del '88 o principios del '89. En junio de 1989 yo entré a trabajar en el juzgado de Ana. ¡Entre mi viejo y yo hicimos 63 años en Tribunales!

Como mi padre, fui ordenanza. Había que hacer la limpieza y repartir expedientes. En ese tiempo se repartía todo el día. Actualmente, en Tribunales, hay catorce dependencias afuera del edificio, aunque ahora es casi todo virtual. Pero en aquellos tiempos, recuerdo salir cinco, seis veces por día a hacer "pases", es decir, llevar un expediente del juzgado a otra oficina.

Siempre estuve en el mismo juzgado. El Civil 2. Tuve oportunidad de irme a otro lado, incluso cuando Ana se fue como camarista, pero me quedé en el juzgado 2. ¿Cómo decirlo? Ya era parte de mí.

Después de Ana llegó Graciela Sagastume. "Lala". Estuvo unos cuantos años y, luego de estar sin reemplazo, se nombró como juez a Rodrigo Bionda. Tenía un atraso tremendo ese juzgado, por el tiempo que había estado sin juez a cargo, y él tuvo que ponerlo al día. Trabajó como un animal y lo consiguió: se puso al día. Hubo días en que Rodrigo estuvo doce horas, y más, adentro del juzgado.

Por eso siempre digo: las mejores cosas que me pasaron ahí adentro fueron los compañeros, e incluyo a los jueces entre ellos, claro. Los extraño horrores. ¡Me hicieron cinco despedidas ahora que me jubilé!

***

Sin dudas, sí. En todos esos años el momento más bravo que vivimos fue el motín de Sierra Chica. Algo terrible.

Yo era amigo de María de las Mercedes Malére, la jueza que secuestraron. Fui hasta esa cárcel para ver cómo estaba todo. Algo tremendo. Ahí estaban las fieras más importantes, por eso se temía lo peor, porque a esos tipos no les importaba nada ya. No tenían límite. Por suerte, Mercedes sobrevivió a eso.

Pero volviendo a la cuestión, sí, trabajé desde muy pibe. Me acuerdo del Diario del Pueblo. Ahí entré de chico a repartir diarios. No vendía en la calle, sino que tenía un reparto fijo en varias casas. Dejaba los diarios y se cobraba por mes la suscripción. Salía a la tarde el Diario del Pueblo. Me daban todas las direcciones y yo salía a repartir. Ahí conocí a Mario Miguel Marateo, que escribía las Sociales, y a tu viejo, dos tipos muy queridos.

¿Después? Después me fui de ahí a trabajar de pintor con Peñalva, que vivía más o menos en 9 de Julio y Burgos. Aprendí el oficio con él, aunque en aquella época se estilaba empapelar todas las paredes más que pintar, aunque algo con la brocha y el pincel siempre se hacía.

También estuve cinco años en San Lorenzo. Fue más o menos cuando empecé como zapatero. ¡Treinta años dediqué a ese oficio! Hasta tuve local, uno en Rauch entre Mitre y Belgrano. Aprendí en la calle Colón y Santa Fe, con Kuitert; y, cuando pude comprar las máquinas, arranqué solo.

Lo hice en paralelo a Tribunales. No, de todo un poco. Fabriqué botas, zapatos. Después se pusieron de moda los borceguíes, a los que les ponía "grasa de pata" para que fueran impermeables.

También hice algunos trabajos por encargue; por ejemplo, el de las novias. Venían las chicas y pedían que les forrara los zapatos con la misma tela que iban a usar en el vestido. Me traían un pedazo de tela, desarmaba íntegro el zapato, lo forraba con esa tela y lo volvía a armar. Quedaban muy bonitos.

Una vez, recuerdo, hice unas botas de avestruz con un cuero curtido que trajo una mujer del campo. Era finito como un papel, pero de lo más fuerte que conocí en mi vida. Cosas que uno cree cuando las ve recién.

Trabajé como zapatero estando en San Lorenzo y después en Tribunales. Seguí un tiempo y dejé el taller, pero empecé como pintor. Y sigo todavía, con Julián Combessíes, un amigo que sigue como ordenanza en Tribunales.

Claro. Como siempre nos ocurre en la vida, también tuve un trabajo muy pero muy feo, donde está el Matadero viejo, el que tiene la fachada que hizo Salamone. En invierno entrábamos a las 7 de la mañana, por lo que salíamos de noche, pedaleando. Y terminábamos a las 7 de la tarde; es decir, volvíamos también pedaleando de noche.

Fue mucho antes del '89, antes de entrar en Tribunales. En esa época todavía estaba la curtiembre Piazza. Tiraban en el terreno del Matadero todos los sobrantes. Y ahí se hacía un prealimento balanceado, no sé para qué animales. En el campo nosotros hacíamos horquillas, dábamos vuelta los cueros y esos descartes que tiraba Piazza. Ahí conocí el gusano blanco, que no era grande, ¡era gigante! Y las ratas más grandes que vi mi vida...

¡Cómo sería de peligroso ir ahí que un día un auto mató a uno de nuestros compañeros! Bravo era el apellido del muchacho. Lo atropelló un vehículo cuando estaba cruzando la ruta. Yo tendría quince, dieciséis años, y él andaba ya por los treinta y pico.

Trabajo feo y pesado, ese en el Matadero viejo. Porque había que hombrear bolsas, además. Recuerdo que había cerrado una sedería y entró a trabajar ahí con nosotros uno de los ex empleados. Venía de trabajar treinta años en una sedería. ¡Pobre hombre! Nunca había trabajado en lugares así, de trabajo pesado.

Nosotros llevábamos cada cual nuestra bolsa y este hombre no podía cargar con la suya. No había caso. Y se la llevaba este hombre, Bravo, el que atropellaron. Llevaba la de él y la del compañero.

Al final, volvemos al principio. Por eso digo: lo distinto que era la gente antes. Le importaba el de al lado. No sé, gente más servicial, más humana, al fin de cuentas.


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