HISTORIA DELCRIMEN

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El crimen del concejal en 1926: el cianuro que desapareció y el cuerpo sin sangre

La muerte de Carlos Ray en Vicente López ganó la primera plana de los diarios de la época. Su pareja y otro concejal estuvieron detenidos. Pero todo quedó en la nada y el asesinato sin resolver.

19 de junio de 2021

Por Fernando Delaiti, de la agencia DIB

Una película, un tango, una obra teatral y decenas de páginas de los diarios del país. Eso fue parte de lo que dejó el asesinato sin resolución del médico y concejal radical Carlos Ray en su casa de Vicente López, en la zona norte del Gran Buenos Aires. Entre el cianuro que un estudio encontró en su cuerpo (otra autopsia más tarde dijo lo contrario) y los disparos que se escucharon en la madrugada del 10 de septiembre de 1926, mucha tinta y poca sangre corrió en torno al dirigente que adhería a la UCR antipersonalista, una reciente fracción del partido de Hipólito Yrigoyen.

Elegante, fumador empedernido, de buena oratoria, Ray solía organizar reuniones con correligionarios, asesores y amigos en el suntuoso chalet donde vivía desde hacía años junto a María Poey de Canelo, quien era su pareja aunque no estaban casados. A la mujer cordobesa de 31 años, que tenía una hija de 14, la había conocido en 1917, dos años después de recibido de médico.

De acuerdo a las crónicas periodísticas y las declaraciones ante la Policía de aquella época, la noche anterior al crimen se juntaron en esa vivienda a cenar y jugar a la "escoba de 15" los tíos de Ray, una pareja amiga y el concejal José Pereyra. Este último personaje quedó en la mira al ser sindicado como amante de Poey, a quien, aseguraba parte de la prensa, le mandó a construir una casa a su gusto.

Tras una velada tranquila, alrededor de la 1 de la madrugada todos los invitados se retiraron: el último en irse fue Pereyra. El silencio de la noche se interrumpió a las 5.30, cuando Poey salió al balcón y gritó por ayuda. Para reforzar el pedido hizo tres disparos al cielo con un revólver. Rápidamente llegó un vecino, quien llamó a un médico, pero la Policía tardó dos horas en arribar a la vivienda.

El concejal estaba muerto, entre la cama y la puerta del balcón, con un revólver debajo de su cuerpo y un disparo de una Browning 9 milímetros que le había entrado por el hombro izquierdo. Sin embargo, no había sangre ni en las sábanas ni en su ropa. Como si el balazo se lo hubieran pegado a alguien que ya llevaba tiempo muerto.

Las declaraciones del jardinero, que vivía con su esposa en la parte alta del garaje, y de la mucama, se sumaron a la de Poey, quien contó que dos ladrones enmascarados entraron a la habitación y cuando su marido sacó un revólver para defenderse recibió el disparo. A partir de allí, empezaron una serie de contradicciones, pese a que de la casa faltaron joyas, 20.000 pesos (unos 800.000 de la actualidad) y pieles.

Hubo vecinos que escucharon primero dos disparos (los que se dieron en la habitación) y luego los tres de ayuda. Sin embargo, los que vivían en la casa escucharon solamente tres. También hubo versiones sobre que dos personas escapaban del lugar a esa hora de la madrugada. Otros no vieron nada. A esto se sumó que testigos reconocían las grandes peleas entre el concejal y su mujer, y las curiosas visitas de Pereyra a Poey.

Primera autopsia

Pero el dato que faltaba lo aportó la pericia del laboratorio de tribunales: el muerto había sido envenenado con cianuro. A esto se sumó que la posición del cuerpo tendido en la habitación no concordaba con los dichos de Poey y que en el estómago del concejal había alimentos sin digerir, por lo que la hora de la muerte era rara que fuese a las 5.30.

A pesar de las dudas, el juez en lo criminal de La Plata Julio Facio ordenó la detención de Poey y Pereyra, y allí se profundizó la grieta del periodismo. La Razón y Última Hora, entre otros, apuntaban a la mujer y a su supuesto amante, mientras que el diario Crítica se inclinaba por la versión del robo.

La acusada, de quien la prensa decía sin piedad cosas como que era una "mujer aventurera, falta de escrúpulos y de una vida verdaderamente azarosa", fue interrogada durante 36 horas y sostuvo su versión. Sobre el cianuro, dijo que lo había comprado el jardinero por orden de Ray para combatir hormigas, pero éste luego ante el juez lo negó.

Facio decidió realizar una nueva autopsia, que se hizo el 21 de septiembre, once días después del crimen. En este segundo estudio de las vísceras, no se detectó cianuro. Sin embargo, merece un párrafo aparte el rol del jefe de la sección Policiales de Crítica, Gustavo Germán González, el mítico GGG, quien logró presenciar ese momento al vestirse como plomero de la morgue. "No hay cianuro", titulaba el diario. Esa noticia tuvo tal efecto entre los lectores, que llegó a ser una expresión de uso corriente entre los porteños, para indicar mucho énfasis en una negación.

El desenlace

Poey y Pereyra siguieron igualmente detenidos hasta el 28 de diciembre, cuando la Policía capturó a dos ladrones y los acusó del asesinato de Ray. Se trataba de Víctor Antía y José Llancoy, que cuando se presentaron ante juez ya tenían sus confesiones firmadas. Pero eso y contradicciones en sus relatos hacían que no cerrara su historia.

No obstante, el último día del año, la mujer y el concejal detenido fueron liberados. Tomaron el tren desde La Plata hasta la estación Constitución, donde llegaron cerca del mediodía. Allí, una multitud los esperaba, como si fuesen héroes. En caravana pasaron por la casa del ex presidente Hipólito Yrigoyen, a quien le dedicaron cánticos a su favor. El caso se había politizado por completo, y en eso jugaban un rol clave los diarios antiyrigoyenistas.

Ya en abril de 1927, los rateros detenidos dijeron ante el juez que todo lo confesado era mentira y que lo hicieron por presiones y amenazas de la Policía. Hacia noviembre el magistrado dictó la falta de mérito de los dos ladrones y volvió a detener a Poey y Pereyra, quienes luego recuperaron la libertad y fueron sobreseídos definitivamente a mediados del año siguiente por decisión de jueces de Buenos Aires.

Al juez Facio, con Yrigoyen de nuevo en la presidencia, le tocó el turno de enfrentar un juicio político, del que salió absuelto. Poey y Pereyra siguieron con su vida, mientras que la cultura popular le regalaba al país una obra teatral titulada "Aquí no hay cianuro!", el tango "No hay cianuro" de Ausonio Rivero Pisani y grabado por la orquesta de Osvaldo Fresedo, y ya en 1960 la película "Los acusados", protagonizada por Silvia Legrand. Mucha ocurrencia, para un crimen nunca resuelto. (DIB) FD


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