ENFOQUE
20 de diciembre de 2021
La siesta se hizo para jugar. Esta rotunda afirmación fue mi guía durante toda mi infancia, y la puse en práctica siempre. Bueno... casi siempre.
Mi niñez transcurrió en casa de mis abuelos paternos, viviendo al cuidado de mi abuela Emilia particularmente.
Ella fue parte trascendental del fascinante mundo que descubrí cuando transgredía la regla de oro que cumplía luego del almuerzo.
Pues debido a las inclemencias del tiempo con sus lluvias torrenciales, o sofocantes calores; o por acatar (por un rato) la sentencia oral que abuela me repetía: "La gente trabaja y merece un breve descanso que no debe interrumpirse con ruidos y alaridos"; o porque la suma de excesos de mala conducta, de mi parte, significaban un reto e impedimento a salir; debía quedarme en la antigua casona hasta que el "clima" amainara.
Era entonces el momento de inventar algún juego dentro de casa. Pero yo estaba solo, mis otros primos, también habitantes de la vieja casona, iban a la escuela.
Sin embargo, la ingeniosa y sagaz mente de un niño, ante la adversidad que planta la soledad, siempre puede más; y así fue como poco a poco encontré una espléndida diversión recorriendo las salas de la casa que repletas de cuadros me mostraba personajes confinados en diferentes rectángulos que establecieron una imaginaria camaradería conmigo.
Dispuesto a afrontar la aventura abría la puerta del escritorio de la abuela. En el ingreso una cacica pampa me saludaba. La mujer de mirada adusta, lucía arrogantemente un poncho, collar y vincha que veneraban su procedencia. Aunque parecía ser una señora de pocas pulgas y un tanto rezongona, yo intuía su nobleza y sabía que conmigo sería bondadosa.
Otros miembros de su tribu, discretamente esparcidos por la pared parecían custodiarla.
Y así observaba indios al acecho, en patrulla nocturna; y como siempre me detenía, en frente del soldado federal que a lanza y bola peleaba con su contendiente pampa, para pensar como sería el desenlace de la batalla. La fiereza exhibida por lo caballos ponía de manifiesto el convencimiento de cada hombre en la disputa.
Entonces, miraba el malón, que desde la otra pared con una furia incontenible parecía abalanzárseme.
Era hora de pasar a la siguiente sala donde el espíritu madre me recibía, como "triunfo de la sabiduría eterna en un despertar" o "secreta experiencia de un sueño". En ambos cuadros mi mirada permanecía atónita en la desnudez de las mujeres, que percibía con cierto sentimiento pudoroso.
En mi recorrido me topaba con el gentío que pugnaba por provocar la caída del símbolo de plata, representado por una enorme estatua que molestaba a la turba; más allá un monstruo devenido gorila, munido de casco y fusil, destruía lo que encontraba a su paso.
En fin, volvía al regazo de mi abuela, que enchastrada en engrudo pegaba papelitos escritos con su lapicera sobre alguna vieja revista PAN.
Yo buscaba imperiosamente su bendición para irme a jugar; y creo ahora de viejo, que ella miraba, por arriba de sus sempiternos anteojos, a la cacica pampa para juntas concederme el anhelado permiso.
Con el paso del tiempo y la muerte de abuela, la vieja casona fue puesta en venta.
Fue entonces que el intendente Prof. Ruben César de Paula anheló la adquisición del solar y la obra de Claudio Lantier allí exhibida, para integrarla al patrimonio municipal.
Las inestimables tareas de la Directora Municipal de Cultura y Educación, profesora María Raquel de Paula de Roldán, trabajando desde adentro de las decisiones palaciegas, y el Sr. Juan Miguel Oyhanarte que nota tras nota escritas en la vieja Remington, agitaba la iniciativa de que la patria chica convirtiera la casona situada en calle Mitre 410, en un museo
Don "Poliya" no pudo tener el gusto de ver su idea concretada. Pero el Dr. Héctor José Rodriguez, quién lo sucedió, con la anuencia de los ediles y la comunidad azuleña; dejó inaugurada la Casa Municipal de Arte Museo Lopez Claro el 7 de diciembre de 1995.
Y desde entonces dicho Museo mostró a quién quisiera en el mundo entero la obra pictórica de de Claudio Lantier (seudónimo artístico que eligió quien había nacido como Alberto López Claro).
El lugar también fue destino de la colección de revistas PAN Arte y Letras, que Emilia Bettinelli, esposa de López Claro, editó por treinta años con el altruista objetivo desde difundir desinteresadamente la obra de su marido; y ser medio de iniciación de escritores, poetas, críticos, que acudían a su casa a llevarle manuscritos que pronto se desparramaban en su escritorio, a la espera de lograr el hueco adecuado en la revista que sería descubierto por cientos de lectores argentinos y foráneos.
La Municipalidad de Azul también había hallado en el naciente museo el lugar natural de custodia de las obras adquiridas a los prestigiosos artistas que habían ganado el Salón Azul Nacional de Pintura y Dibujo que de manera ininterrumpida se venía realizando desde el año 1984.
El Museo López Claro prosperó en el tiempo y brindó un ambiente cultural que enalteció la ciudad.
Pronto, casi en su génesis, el Museo captó la solidaridad de un grupo de vecinos que constituyó la Asociación de Amigos del Museo, dispuestos a colaborar y atestiguar su existencia.
Llegados a este punto diré que en la primera semana del diciembre actual, concurrí al Museo a ver las obras pictóricas de mi abuelo, que se estaban exhibiendo por el momento.
Penoso fue comprobar que ningún cuadro, en pared o en atril, estaba a la vista.
Tantos muros disponibles, tanto espacio para ser compartido.
La obra del autor que daba nombre a la pinacoteca estaba ausente.
Pero estar nuevamente en esa casa me trajo la remembranza de ver pasar episodios de mi niñez, mi adolescencia, y temprana juventud. Fue esta última etapa donde había comprendido el velado significado de la sutil simbología que mostraban los cuadros, fue por esa época que comprendí la imperativa razón por la que mi abuela pretendía que parte de mi infancia se empapara del conocimiento que las escenas transmitían.
A su manera, mi querida anciana, intentaba que yo admirara la belleza que solo se ve, que comenzara a modelar el discernimiento que es subjetivo a toda persona, que otros escenarios guardaban esencial importancia en la vida.
Y en verdad, con mucha suerte, yo logré tener un lugar donde invocar momentos esenciales de mi existencia. Y más afortunado me siento porque ese lugar es orgullo de la comunidad de Azul.
Solo basta asistir y rememorar, porque nada muere si es recordado.
Saúl López.
DNI: 11.170.712
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