10 de julio de 2025
En esta charla con la "Negrita" se cuentan retazos de su vida y de su conexión con el diario El tiempo a través de los años. Habla de sus afectos y de sus vivencias en una ciudad que alguna vez tuvo calles de tierra.
Especial para EL TIEMPO, por Mercedes Pugliese
En la semana de frío polar y después de dejar la bufanda, la campera, el gorro y los guantes en una silla, prendo la grabadora del celular para empezar la entrevista. La voz de la "Negrita" es la primera que se guarda "Yo soy tiempista", dice con un énfasis de esos que suenan a lacre o a letra de molde, "llevo el diario El tiempo en el alma". Y, claro, a lo largo de la charla me voy a ir enterando del porqué. Su relación con el diario tiene que ver con su historia. Una historia que la lleva de la infancia hasta la actualidad sin escalas. Para ella, esas hojas de papel son mucho más que noticias impresas, tienen calor de hogar, nombres de personas, anécdotas y una presencia continua a lo largo de la vida. Es un diario-testigo y un diario-afecto, un diario que conoce los sonidos de antes, pero conjuga también en presente.
La charla se da en casa de su hija Graciela. Hay emoción "es la primera vez que me hacen una entrevista" dice "a mí marido le hicieron una nota porque él fue el cobrador del diario durante cuarenta años, pero a mí es la primera vez". Me cuenta que su nombre real es María Haydeé Selalle y que nació en Azul el 22 de enero de 1935 hace noventa años. Esa fecha va a ser difícil de olvidar, porque en algún momento la va a volver a nombrar. Es que fue el día de su cumpleaños, muchos años después, que se mudó a su casa recién construida en medio de una lluvia torrencial y llevando en brazos a una beba de ocho meses que es quien nos ofrece alfajorcitos caseros bañados en chocolate durante la charla.
La "Negrita" está impecable con su sweater azul con rayas blancas y las medallas que cuelgan del pecho. Nacho, el fotógrafo, me hace notar que una tiene una foto...
-Es muy linda esa medalla de plata, me gusta que la imagen se ve muy nítida ¿Quién es?
-Ah, este es mi marido, Miguel, cuando tenía 18 años. Yo la tenía guardada, siempre. Cuando me tocó la desgracia de que se "me" murió, me la puse. Es el amor de mi vida, éramos muy compañeros. Yo siempre digo que los hijos son prestados, que tienen que hacer su vida, pero el marido...es el que se queda con una y cuando se va, queda un vacío muy grande. Era un hombre muy querido y trabajador. Andaba en bicicleta por toda la ciudad porque era cobrador del diario. Lo valoraban mucho. Era muy honesto. Una vez tuvo un accidente y lo primero que me dijo cuando llegué al hospital y lo vi lleno de vendas en la cabeza fue "Negrita, agarrá la bolsa que tiene la plata" ¡Estaba todo golpeado y lo único que le preocupaba era que no se perdiera el dinero! Los clientes siempre lo esperaban, cuando alguien no tenía la plata para pagar, él la ponía de su bolsillo y después arreglaba con él. "No se preocupe", le decía "después usted me da cuando tenga".
-¿Cómo lo conoció?
-De muy joven, en la plaza cuando salíamos a dar "la vuelta del perro". Qué linda esa época. Cárdenas, el de la casa de electricidad, pasaba música con tres o cuatro parlantes. Más vale que nada de cumbia, ¿eh? Se escuchaba milonga, ranchera, tango, paso doble... Andaba siempre la policía y a las diez en punto se cortaba todo. Yo iba con una amiga que era "medio" parienta y dábamos vueltas. Los varones se ponían del otro lado y decían piropos (respetuosos, más vale). Podías sentarte en un banco y conversar también. Miguel era siete años mayor que yo y ya me tenía vista. Siempre le decía a un amigo "Esta negrita va a ser mía". Cuando él viajaba en colectivo cruzaba por donde yo trabajaba y me saludaba desde ahí. Mi mamá, no me dejaba ir sola. Una vez, cuando ya estaba claro que había interés, le pregunté a mi mamá "¿Este muchacho me puede acompañar que vive a cuatro cuadras de casa?" y me dijo que no "No señorita, si sola venimos solas nos vamos" Con Miguel arreglamos para vernos al mediodía, justo cuando yo entraba al trabajo y él salía de la panadería. Ahí nos cruzábamos y charlábamos.
-Qué romántico, es bueno saber que encontraron la manera de verse (la miro cómplice) ¿Cómo fue la propuesta de casamiento?
-No me acuerdo bien, creo que fue muy simple "¿Y si vamos a casarnos?" Yo no dudé, tenía diecisiete años, era chica, ya sé, pero estaba enamorada. Tuve suerte porque hicimos el civil y la iglesia el mismo día, no era común eso, pero teníamos una conocida que nos hizo el favor. Me puse un trajecito azul para el mediodía y un vestido corto para la iglesia. No era blanco, era celeste y en la cabeza llevaba una capelina negra con medio velo. La ceremonia fue en la catedral.
-Por la manera en que habla de él se nota el amor que se tenían ¿Cómo era compartir la vida con Miguel?
-Era encantador y parece mentira que hayamos vivido más de sesenta años juntos...Una vuelta, me dijo, perdonando lo que te voy a decir, "yo cuando me casé creí que era una joda para Tinelli, pero le hice caso al cura y acá estoy hasta que la muerte nos separe" y así fue... Miguel se levantaba a las cuatro de la mañana y se iba a la panadería. Al mediodía almorzaba en casa y después agarraba su bicicleta y empezaba con las cobranzas y las changas. Siempre picoteaba: vendía vino, iba a la panadería de los Rampoldi... Yo pasaba a la tarde por la redacción del diario y les llevaba mate a los muchachos del diario que trabajaban en las máquinas y me daban cinco centavos por la cebada. En esos tiempos era plata...
Me acuerdo que cuando decidimos hacernos la casa con Armando Caputti, yo le dije que iba a volver a trabajar en casa de familia. A él no le gustó y estuvo una semana medio serio, pero después aceptó. Con los años me reconoció que si no hubiera sido por mi decisión no hubiéramos terminado de pagar...Yo trabajaba en dos casas, pero cuando nació uno de mis nietos, me fui a cuidarlo. Diez años estuve con él, fue lo más lindo. Ojo que yo no era de esas abuelas que lo consentía en todo, yo le decía que no tocara y no tocaba.
Pero no era todo trabajo, mi marido era muy bailarín, tuve suerte. Cuando éramos jóvenes íbamos a los clubes a bailar. En todos había baile, en Alumni, en el Sportivo Azul, en el salón del Teatro Español, Cemento...nos encantaba bailar. Pero también éramos de quedarnos adentro. Nos juntábamos en familia, mi mamá incluida porque vivía con nosotros. Los varones jugaban a la conga y las mujeres, a la lotería. No salíamos mucho al cine, pero reconozco que las películas eran muy buenas en esa época, Mirtha Legrand, Juan Carlos Thorry, Niní Marshall... Las hijas sí, tuvimos tres, iban a la matiné que se daba en el cine San Martín o en el Teatro Español. Cuando eran chiquitas, eso sí, íbamos a la plaza de la calesita con el carrito y les dejábamos dar dos vueltas aunque saliera la sortija.
La medalla con la foto de su marido Miguel a los 18 años que lleva colgada desde que él falleció. NACHO CORREA
-Recién contó que su mamá vivía con ustedes ¿Cómo era ella?
-Mi mamá me crió sola. Yo no sé de dónde venía su familia, porque fue madre soltera y de mi papá no supe demasiado. Desde que tengo memoria trabajaba lavando ropa en la casa de los Ronchetti, que eran los verdaderos dueños del diario. Lavaba a mano, eso sí, no como ahora que hay lavarropas, se aprieta un botón y listo. Me acuerdo bien de esa casa. Úrsula, la mamá, se sentaba, bien sentada, en un sillón que daba a un patio de luz. Ahí se quedaba tejiendo a crochet durante rato largo. La tengo bien presente. A mí también me gusta tejer, con dos agujas y a máquina. Quién sabe, el gusto tal vez venga de verla tan concentrada...
Yo era chica, tendría cinco años y cuando me daban permiso salía a jugar a la esquina. Las calles eran de tierra en ese tiempo y saltábamos a la rayuela, a la soga y al elástico, pero lo que más me gustaba eran las payanas. Podían ser de piedras o cosidas en tela, daba lo mismo, lo importante era jugar. También recuerdo cuando Carmen Salcedo, la señora que ayudaba en la casa y crió a todos los chicos, me sacaba a pasear de la mano con Alfredito, uno de los hijos.
-Los puedo ver jugando en la vereda en una ciudad tranquila y con pocos autos. Me gusta pensar en esa vida que sucedía en la calle en donde se juntaban diferentes chicos simplemente a compartir la vida...
-Y sí, eso se perdió. Yo no nací vieja, me divertía sanamente. Lo máximo que hacíamos era tocar los timbres y patear los tachos de lata. Nada más. No rompíamos las cosas ni ensuciábamos la calle. Los carnavales eran también un momento lindo. Había disfraces, bailes, chistes entre chicas y chicos...era una fiesta que esperábamos todo el año y donde todos participábamos.
-Me hace acordar en la diferencia entre ir al cine y ver una película en la computadora. En el primer caso se ríe y se llora al lado de otras personas que comparten la experiencia. En la casa, en cambio, esa vivencia es solo individual. El otro día estuve en la promesa a la bandera que se hizo en El Parque y sentí que algo de eso volvía a pasar...
-En mi época las fiestas patrias no se festejaban en el Parque sino en la plaza. Más vale que antes no cambiaban de fecha como ahora: el día de la bandera se festejaba el día de la bandera. Íbamos a desfilar en grupo con los delantales blancos almidonados, las medias tres cuartos y el moño en el pelo. Eran momentos muy emocionantes. Salíamos todos en orden y cuando había que cantar las canciones patrias, nadie se quedaba callado. Una vez nos llevó el papá del intendente De Paula, no me olvido más.
-Siento que esa actitud no se pierde nunca, que una aprende a vivir en comunidad y se disfruta la compañía.
-Y sí. Algo de eso me pasa ahora que vivo en un hogar. Me quebré la cadera hace un tiempo y me trajeron al hogar Laura Vicuña. Cuando me repuse a los dos meses, mis hijas me dijeron que era hora de volver y yo les dije que no, que me había encariñado y que me sentía bien así. Me encanta estar acá y recibir a mi familia, también charlo con las mujeres que nos cuidan. Me visitan las hijas y mis siete nietos. También tengo bisnietos. Por suerte no hay horarios fijos y salvo en el tiempo de la siesta, todos pueden venir cuando quieran. Me gusta charlar y estar con los demás. Sueño que los jóvenes tengan una vida sana y linda como la que yo tuve. Yo sigo disfrutando la vida
-¿Y cómo son sus días en el hogar?
-Los días son tranquilos y ordenados, el único problema es que a las ocho hay que estar en la cama. Por suerte, mi yerno Roberto me puso una tele y miro un rato, pero no mucho porque me termino aburriendo. Pero también tengo un velador que es lo que más me importa ¿sabe por qué? Porque leo el diario "El tiempo". Me lo traen los miércoles, viernes y domingo. Primero voy a las notas que hablan de temas que me interesan, pero después, y en general en la cama cuando ya hay silencio, leo todo el resto. No me pierdo nada, lo leo completo y no dejo nada afuera. Es que, como le dije, el diario es mi vida y me gusta pasar los dedos por las páginas. Me entero de las novedades y siempre aprendo algo que no conozco. A mí que no me hablen mal del diario, porque lo llevo en el alma, como le dije al principio, soy una "tiempista".
Y dicho esto, apago por fin la grabación. Me levanto del asiento y la abrazo con fuerza. Es la manera de decirle gracias por dejarme ver a través de sus ojos. Gracias por llevarme de la mano a una Azul llena de música, bicicletas y encuentros. Gracias por recordarme que la felicidad puede caber en las páginas de un diario leído a luz de velador en la quietud de la noche. Cosa curiosa, al salir, no me abrigo. Quizás el aire ya no esté tan frío.
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