26 de junio de 2023

ENTREVISTA CON LA PROFESORA DE LETRAS VICTORIA MARTÍNEZ

ENTREVISTA CON LA PROFESORA DE LETRAS VICTORIA MARTÍNEZ. "El lenguaje inclusivo es una herramienta de resistencia"

Para la especialista en Lingüística, "no hay ningún destino del habla. Vamos a hablar como necesitemos hablar". Considera que "pasará este momento de choque, de fricción", porque "así son las olas de los movimientos". En diálogo con este diario, consideró que "no empezamos con los feminismos y la lucha por los derechos de género ahora, no son una novedad. Venimos del final del siglo XIX". Y con respecto al lenguaje inclusivo, aseveró que "no se está obligando a nadie a que lo use. El punto es que, del otro lado, sí hay una imposición de que no se use".

"El lenguaje es dinámico", asegura Victoria Martínez durante una entrevista con EL TIEMPO, y agrega: "¿Por qué la gente se pone tan loca y hay tanto 'lingüista' en las redes? ¿Por qué cada vez que uno dice algo, se genera tanta violencia? Se genera violencia porque el lenguaje es algo político, tiene que ver con la perspectiva cultural, más allá de ser una capacidad humana, que concreta la inteligencia. Eso sería desde la definición teórica. Desde la biología, es una capacidad fisiológica, centrada en un hemisferio. Ahora, en la realidad y en el uso, el lenguaje es una herramienta que brinda políticas para generar identidad, para generar cultura. Es dinámico y se va ajustando a las necesidades".

Profesora de Letras con un plan de tesis aprobado en Lingüística en el que aborda el lenguaje inclusivo como política de género, Victoria Martínez se pregunta: "¿Cuál es el punto respecto al lenguaje inclusivo? No es que surge ahora. Desde el 2016-2017 se empieza a hablar de 'todes', pero ya había una movida enorme por empezar a pensar la inclusión a partir de la forma de nombrar".

Señala entonces que, "por eso, están quienes dicen 'el lenguaje no es inclusión; inclusión es poner rampas para los discapacitados'. Todas son formas distintas, pero nombrar es una forma de incluir, porque lo que no se nombra no existe. Dotás o quitás dependiendo de si tengas la lengua hegemónica o no. Eso es lo que hace la política lingüística. Con todos los términos, no sólo con el lenguaje inclusivo, en cuestiones de género. Ser un 'negro' no es lo mismo que ser 'gente de color'. ¿Por qué no es lo mismo decir 'soy negro' que 'soy de color'? ¿De qué 'color'? Todos somos de color, no somos transparentes", asevera.

Sociedad y lenguaje

Del mismo modo, la educadora admite que "no es inocente el lenguaje. Al no ser inocente, en algún momento empieza a cambiar mucho más rápido la sociedad, los movimientos. En este caso, los movimientos por la lucha de los derechos de las minorías. Empiezan a agitar, a revolver este sistema que es patriarcal, le guste a quien le guste y no le guste a quien no le guste. Y va mucho más rápido que el cambio que se permite la lengua como tal, como sistema. La lengua en su sentido más estructuralista".

Puntualiza al respecto que "es mucho más rápida la sociedad que la lengua. Los cambios empiezan al revés. Empiezan desde una perspectiva que ahora tenemos, en el estudio de la lingüística, que es sociolingüística. Empiezan en la sociedad y después van a parar a lo que es la estructura de la lengua. Por eso es fluctuante y no está todavía aceptado en la gramática, como libro. En la gramática entendida como norma, como edición de la norma lingüística que hablamos; que, además, es decidida en la península ibérica, por 38 personas sentadas en una Academia [RAE] que no hablan nuestro español. Porque, de hecho, nadie nos pidió a nosotros opinión de si teníamos que usar el 'vos' o no. El 'vos' se usa. Se 'vosea' en el Río de la Plata desde hace cientos de años. Y, sin embargo, yo me crié en la escuela estudiando 'vosotros'. Y 'tú'; conjugaba diciendo 'yo, tú...', y en la vida salí a la calle y decía 'vos'. Bueno, eso sucedió desde hace mucho, hasta que no queda otra que la lingüística tome ese cambio, se haga cargo y diga: hay que aceptarlo. El punto es que hay decisiones que tienen que ver con los modismos, con la geografía, con el armado de un ser nacional. Y hay otro que tiene que ver directamente con una perspectiva política".

En referencia al lunfardo, visto como antecedente de algún modo en los cambios lingüísticos observados en este país, Martínez refirió que "era una lengua de las orillas. Borges mismo, que era muy letrado, decía 'esta es la lengua de los orilleros'. Además, tiene que ver con la inmigración [del siglo XIX]; tiene que ver con el guapo, con el compadrito, que eran como el gaucho en el momento en que José Hernández lo tiene que reivindicar, porque el gaucho era una 'mala palabra'".

Por otro lado, señaló que "no estamos hablando de una lengua estándar avalada, la del lunfardo. De hecho, las palabras luego se incorporan a la lengua que utilizamos hoy. En este siglo XXI hablamos con muchas palabras del lunfardo".

"Las" y "los"

"Hay una política -añadió-, detrás, que dice cómo es el hablar correcto para cierto estrato; qué le permitimos a un estrato social y a otro; qué le permitimos en este momento a unos géneros y a otros. Toda la lucha del lenguaje inclusivo viene de la época de la reduplicación. Por ejemplo, es inviable estar diciendo 'las' y 'los' estudiantes, 'las' y 'los' ministros... Atenta contra la política del lenguaje, que tiene una política intrínseca, interna, que es la de una economía".

Desde su óptica, "nosotros tenemos que tratar de ser efectivos en el habla con la menor cantidad posible de palabras. No lo hacemos en la literatura porque, justamente, es el ámbito de la creación y de la estética; pero en la vida real tenemos que ser económicos. 'Los' y 'las', permanentemente, es inviable. Pero es un intento de empezar a pensar la inclusión del género femenino. Hay documentos en nuestro país, en Perú, en Bolivia, en México, en muchos lugares, no sólo de habla hispana. Estoy pensando en Holanda, en un montón de países que empiezan a tomar el género femenino como algo que tiene que estar incluido en el discurso, para generar esta idea de igualdad. El punto es que, además de ser incómodo, es redundante y complejo. Imaginemos en un texto escrito lo que puede ser 'la' y 'lo', replicado en infinito en diez páginas. Imposible. Pero además hay un tema: empieza a aparecer todo lo que es la comunidad LGBTIQ+, otras manifestaciones genéricas, que no es que aparecen porque antes no existían: estaban desde antes de la conquista. El tema es que empiezan a darse un lugar, a decir 'yo estoy' y 'yo quiero ser visible'. Y en el ser visible no entro ni el 'el', ni el 'la'. ¿Qué soy? Entonces aparece la 'e', que tampoco es un invento nuestro, viene del latín".

En tal sentido, Victoria Martínez subrayó que "en el latín, que es la lengua de la que provienen las lenguas romances, tenemos un participio. Hay gente que piensa que se nos ocurrió la 'e' y que podría haber sido la 'u', porque daba lo mismo. La 'e' es una marca de participio activo en el latín que nosotros conservamos. De hecho, 'estudiante' es una palabra que podría no manifestar género si es 'le' estudiante. Ahora si digo 'el' estudiante, le estoy generando el género masculino con el determinativo, con el artículo. Y si digo 'la' estudiante, también. Y si digo 'los', era el famoso ¿quién es 'los'? ¿Son ustedes los que están acá o yo también tengo que ir en el 'los'? Yo no me considero 'los', pero históricamente llevamos más de 500 años. Es un lenguaje que dice las mujeres entran dentro del 'los'. Entonces, está bien que incomode. Está pensado desde esas minorías, para incomodar".

Sin marca de género

En cuanto a las lenguas originarias, Martínez explicó que "hay lenguas que no tienen marca de género. O que tienen algún género neutro, por lo menos de las que manejamos o conocemos. Algunas lenguas de pueblos originarios tienen algo similar al latín, también con el género neutro. Hay lenguas de raíz sajón que también tienen algún género neutro".

En esta cuestión, "el punto con el lenguaje inclusivo es que tiene que molestarnos, porque es una herramienta de resistencia. El lenguaje es identidad. Lo veo en las discusiones de la gente, que son los usuarios del lenguaje, y muchos dicen que esto nace en las universidades. No. En las universidades tomamos el fenómeno y lo analizamos. Ni siquiera decimos si está bien o está mal. Pero, en realidad, el fenómeno lo tomamos de la calle. Y, precisamente, lo que incomoda es que se toma de la calle, de las minorías. Porque si todo el mundo dice 'los' y entendemos que están mujeres, trans, niños; pero no, no entendemos eso. Sólo lo entenderá así quien cree en esta política lingüística. Y las minorías no podrían determinar cuál es la norma, porque son menos. Justamente, los derechos se conquistan haciendo ruido. Nadie conquista un derecho sentado en su casa. Las minorías salen a la calle, a las marchas. Es la contrarresistencia al 'no puedo nada'".

En ese contexto, la lingüista precisó que "recién ahora empezamos a tener profesionales trans y que reciben su título como trans, ¿no? Y que están en las universidades avalando que sea 'doctore'. Y escucho a gente decir 'qué barbaridad, ¿dónde estudió? No le den el título'. Estudió en un lugar que estudia cualquier profesional. Sólo que, desde la perspectiva genérica, no es ni médico ni médica. Esa lucha se tiene que dar desde las minorías y entrar, después, a pelear dentro -nada más ni nada menos- de una situación política de gente que se sienta a decidir el destino del habla", en referencia a la Real Academia Española.

Por ello, para Martínez, "no hay ningún destino del habla. Vamos a hablar como necesitemos hablar. Pasará este momento de choque, de fricción. Así son las olas de los movimientos. Esto es acomodamiento y asimilación, en términos psicológicos. Estamos en la etapa del acomodamiento y en algún momento va a pasar. Pero no empezamos con los feminismos y la lucha por los derechos de género ahora, no son una novedad. Venimos del final del siglo XIX, cuando se conquistaron algunos derechos. Y ahora se tienen que conquistar otros. Creo que la prueba de que realmente es una herramienta política y de resistencia e identitaria, lo da el hecho de que yo no veo gente indignada, discutiendo y teorizando sobre temas que no conoce, en las redes, cuando al travesti le decían 'traba'. El 'traba', el 'travesaño'... podemos ir al infinito con los términos peyorativos sobre el género o sobre los oficios o las profesiones. Nadie se enloqueció en las redes ni en ningún lado; nadie dijo nada de eso. Y ahora hay como una efervescencia en la discusión y de teorizar sobre cosas que no se saben y 'vienen a corromper'. ¿Qué corrompen?", cuestionó Martínez.

Mutaciones

Sin lugar a dudas, explica la especialista en Lingüística, "la comunidad de hablantes hace que el lenguaje sea lo que es. Por algo los arcaísmos quedan en desuso. Por algo se pierden palabras en la evolución del lenguaje. Mutan los significados y los significantes. Los adolescentes, sobre todo, ahora dicen 'me espoilea', 'me gustea', o 'me ghostea'. Son todos verbos que aparecen a partir de la tecnología y de las necesidades de nombrar cosas nuevas. Nadie dice, qué horror, qué es 'ghostear', que viene de ghost y que es 'fantasma' en inglés. ¿Por qué no decir 'fantasmea'? ¿Por qué dejamos entrar los barbarismos, los extranjerismos? Y nadie hace nada porque no traen -o no conllevan- la discusión sobre algo tan importante que es darle voz a estas minorías, a las que había que tener ocultas y tapadas. Entonces, al nombrarlas, se les da entidad. Y dar la entidad es un problema. Porque no están solamente en la plaza quejándose un día o pidiendo derechos o cupos laborales. ¿Por qué nosotros, los blancos, heterosexuales, los que entraríamos en el canon hegemónico del ser social burgués, por decirlo de alguna manera, nunca tuvimos que estar explicando ni pidiendo derechos por ser heterosexuales? Porque está naturalizado. Entonces, las minorías lo tienen que pelear".

"Esto no se frena"

Victoria Martínez destacó que "cuando esto explota y empieza a salir desde las marchas, desde los colectivos de lucha, y empieza a entrar en las universidades, en las instituciones educativas, no lo frenás más porque para muchos se convierte en una necesidad. A mí no me es simple hablar en el lenguaje inclusivo. No es que nací hablando con la 'e' para poder usar un genérico que incluya sin marca de género. Y en mi casa tengo dos hijos varones y no les digo 'chiques'. No necesito hacerlo, porque sé quiénes son, cómo se perciben y cómo se perciben ante mí. Cuando hablo con un amigo que sé que se autopercibe, le digo mi 'amigo', no le digo 'amigue' por las dudas. En cambio, cuando entro a un aula con 200 personas, en una universidad, no tengo por qué saber quiénes son. Con entrar y decir 'buenas tardes a todes' yo siento una postura. Es la postura que en algunos casos dice 'ah, bueno, nos reconocen', y en otros casos 'uy, deforma la lengua'; porque hay toda una cadena de significación atrás del lenguaje inclusivo. Muy particular, muy de tejer concepciones y significaciones al estilo libre: hablás el lenguaje inclusivo entonces estás a favor del aborto, y entonces seguramente sos zurdo, y así se tejen, ¿no? Las significaciones tienen que ver con las luchas. Seguramente luchas que coinciden, otras que no, pero están estereotipadas. También está estereotipado que, si yo entro a un aula y digo 'buenas tardes a todes', hay gente que va a decir 'me incluyeron'. Después, si lo puedo sostener o no lo puedo sostener, no importa, porque utilizo el lenguaje de acuerdo a la necesidad. Tal vez no necesito estar diciendo todo el día 'todes'. Ya dejé marcada mi postura de entrada, después nos iremos conociendo".

Algunos antecedentes: @ y "X"

En documentos, comunicados y diversos textos, desde hace algunos años, comenzó a visualizarse la utilización de la arroba (@), y también en algún momento la "X", que era posible escribir, pero no se podía pronunciar -por ejemplo, en una transmisión radial o televisiva al dar a conocer un comunicado. ¿Fueron antecedentes inmediatos del movimiento que desarrolla el lenguaje inclusivo? La profesora Martínez lo explica: "Es un antecedente. Arroba no es una letra del alfabeto, directamente. Pero se entendía cómo estábamos cambiando ahí el significante, la forma gráfica del signo lingüístico de la palabra, pero no es una letra del alfabeto. Y la 'X' lo es, pero es impronunciable. Hay que buscar algo que podamos pronunciar.

-¿Se descartaron?

-No se descartaron -respondió Victoria Martínez-. Yo a veces recibo correos o textos con la 'X'; a veces recibo textos con 'las' y 'los'. O gente que habla reduplicando el femenino y el masculino, y gente que usa la 'e', o gente que mezcla. Porque, en realidad, de eso se trata: el lenguaje en movimiento constante.

Al respecto, la docente mencionó que, "cuando las lenguas romances aparecieron, nadie le planteó al latín que se había vulgarizado y que tomó contacto con las lenguas de la península ibérica y se formaron las lenguas romances, que tuvieron una gramática estática y perfecta. Uno lee una versión de Cantar del mio Cid del año 1215, en castellano antiguo, y Jimena está una vez con 'J', otra vez con 'X'. En otras palabras, vemos que primero dice fermosa con la 'F', después la 'H' (hermosa). Se va acomodando, hasta que luego se estandariza en la norma y pasa a la gramática; pero eso tarda. No es ese período en el que se logra estandarizar la lengua. Ahora sucede lo mismo".

Adolescencias y luchas

En cuanto al movimiento actual, relacionado con la dinámica del lenguaje, Martínez apuntó: "Las adolescencias vienen muy fuertes, peleando los derechos por su identidad, por los cambios de género. Por suerte es así, porque nosotros somos 'los del medio', los que nos cuesta. Si hablamos, por ejemplo, de la deconstrucción, yo no me siento deconstruida para nada. Trato y hay un montón de cosas que me cuestan, y tampoco las hago entrar a prueba de bala. Uno lo tiene que ir generando como un proceso. Pero sucede algo con el 'las' y el 'los' que también sigue dejando fuera a la gente; porque esta reduplicación, en un intento de generar un lenguaje incluyente, deja fuera a las minorías, que no son 'las' ni 'los'. Por eso necesitamos la 'e', como marca neutra".

Observando el panorama general en cuanto al lenguaje, Martínez aseguró que "yo celebro los debates, sean en las redes sociales, por los usuarios, en las escuelas; pero siempre el debate fundado. No me detengo a discutir con gente que me dice que se deforma en el lenguaje, porque en realidad no se está obligando a nadie a que lo use. El punto es que, del otro lado, sí hay una imposición de que no se use. Ahí nos damos cuenta de esta pugna política ideológica. Y uno de los discursos más fuertes, para hablar de inclusión es, si quieren incluir, ¿por qué no hablan lengua de señas o por qué no usan el braille? Esto es muy común. Y, en realidad, hay que retrucar y decir, sí, sería ideal usar el braille, que es para personas que tienen una discapacidad visual. La persona que nace hipoacúsica no aprende a hablar español, aprende lengua de señas".

Inclusión y justicia social

"Los sistemas de lengua de señas -explicó luego la profesora de Letras-, son nacionales; en algunos casos hasta provinciales, porque la seña varía. Los famosos cronolectos por las edades, los famosos geolectos por las zonas geográficas, también los tienen las señas. Y son una lengua primaria. El lenguaje inclusivo está dentro de la lengua de señas. El sistema de señas en Córdoba, por ejemplo. Ya están las señas particulares para nombrar lo que no es ni masculino ni femenino. En género gramatical estamos hablando y, por supuesto, en género humano. La persona que escribe en braille, cuando esté hablando de alguien que sea trans, tendrá que hacer la combinación de puntos que pueda marcar lo no binario. ¿Y por qué no puede haber una 'e' en el braille? El punto está en la significación, no en el código. Lo que significa de manera incluyente es lo que digo, no cómo lo digo solamente".

"La inclusión también es justicia social, igualdad en las oportunidades de acceso a la educación", afirmó Martínez, para concluir: "La inclusión es un montón de cosas. Pero ¿por qué no el lenguaje también? Es una forma más, ni más importante ni menos".


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