10 de julio de 2025
A sus 92 años sostiene que "es realmente hermoso trabajar y poder hacer lo que le gusta a uno". A los 12 comenzó a fabricar sus primeras artesanías: réplicas a escala de aviones, planeadores, motos e, inclusive, un modelo de colectivo Mercedes Benz que fue adquirido por la empresa. Hasta que tuvo que cumplir con el servicio militar fue ayudante mecánico de la concesionaria Chevrolet. Sus aspiraciones lo llevaron a rendir examen para poder desempeñarse en los talleres que la línea "El Cóndor" tenía en Azul en las avenidas Perón y Cáneva. Y luego fue chofer profesional de esa empresa, hasta que ingresó en la Cooperativa Eléctrica. El tiempo libre siempre lo ha dedicado a la familia y a sus hobbies: "Hay que estar ocupado, para despejar la mente un poco", dice en una conversación con EL TIEMPO.
Pedro Carlos Giménez nació en Azul el 11 de noviembre de 1932. A sus 92 años, en este invierno sólo se queja del viento. "Me hace lagrimear", dice, porque al frío lo ha templado con su sombrero y su sobretodo. Aprovechando las horas de sol, camina por las calles de la ciudad; los nietros lo entretienen y aguarda las horas de la noche para estudiar. Es que Pedro, además de una vida colmada de trabajos y viajes, en sus ratos libres se ha dedicado a dos hobbies en particular. A medida que la entrevista con EL TIEMPO avanza, va desentrañando esas memorias.
"Mis padres fueron Nicolás Manuel Giménez y Elena Herminda Mouls. Mi abuelo paterno era francés", dice, al explicar el origen del apellido de su madre. "Tengo cuatro hijas y diez nietos, todos en Azul, así que no me queda tiempo para aburrirme", reconoce.
"Mi mamá siempre se dedicó al hogar y papá tenía un coche de alquiler. Así les decían en esa época, después fueron 'taxis'. Era un auto grande, tenía siete asientos. En los veranos iba para el balneario, llevando gente. Era como un colectivo" [Risas].
Registro fotográfico que conserva Pedro Carlos Giménez de la réplica a escala que realizó del modelo 0317 del ómnibus Mercedes Benz, que pertenecía a la flota de la línea "El Cóndor". La pieza fue adquirida por la empresa de origen alemán y se conserva en su casa central. "Tenía todos los detalles", afirma Pedro, en su entrevista con EL TIEMPO.
Agudiza la memoria. "Ese auto era de los años '29, '30. Era un FN: Fábrica Nacional de Armas de Guerra. Tenía la insignia en la tapa del radiador, la corona de los reyes, porque ese auto era de origen belga", dice Pedro. "Mi papá era chofer de Federico Piazza. Llegó un momento en que el patrón le dijo que iba a cambiar la flota de autos y le pidió que se encargue de vender los coches. Mi papá se quedó con uno de ellos. Cuando Piazza lo compró, papá lo trajo rodando desde el puerto de Buenos Aires hasta Azul. Era un auto al que conocía bien y lo tuvo muchos años".
De los lugares de la infancia menciona varios, pero recuerda uno en particular. "Con mis padres vivimos en varios lugares. Me acuerdo, por ejemplo, de la casa de avenida 25 de Mayo y Olavarría. Yo tenía cerca de quince años y era la época en que terminaba la Segunda Guerra Mundial, en el '45", esas fechas, admite, que son imborrables.
"Mi escuela fue la 17. Ahí terminé el primario y después empecé en la Escuela Industrial -actual Técnica "Vicente Pereda"-, pero no lo alcancé a terminar porque ya había que trabajar y la necesidad llevó a eso, por ese motivo no concluí los estudios secundarios", explica.
Como en la mayoría de los barrios azuleños de los años '30, en el suyo también había un potrero para jugar fútbol. Pedro, sin embargo, reconoce que "de chico, a mí no me llamaba mucho la atención eso. Desde los doce años empecé a hacer artesanías", y ahí afloja la primera cuestión de sus hobbies. "Un día vi en una vidriera un avioncito y me gustó. No lo podía comprar, pero además el hombre no me lo quiso vender... [Risas] Cuando salí de ese negocio, me propuse hacerlo. Así empecé, aprendiendo con el mismo trabajo, en los ratos libres". El secreto, observó en ese momento, estaba en los detalles de las piezas. Y la construcción, a escala.
"El servicio militar me tocó acá en Azul. Estuve un año ahí, pero yo ya era mecánico de la empresa Chevrolet, que también era de los Piazza. Es fue mi primer trabajo. Ahí trabajé unos años. Cuando me tocó el servicio militar, me guardaron el puesto y volví a trabajar después de un año", que era el tiempo obligatorio que demandaba el servicio en los cuarteles.
Pedro recuerda que, en la Chevrolet, "yo trabajaba en el taller como ayudante y, entre otros, le arreglaba el auto al 'Poroto' Squirru, que era muy amigo de mi papá. Un día él me preguntó cuánto ganaba en ese taller. Eran 35 pesos en aquel momento [antes de 1950]. Me dijo si quería ganar 100 pesos. ¡Claro, cómo no! Me mandó a la estación del ferrocarril, que era donde paraba el colectivo 'El Cóndor'. Ahí me dieron el pasaje para ir a Buenos Aires a dar examen como mecánico".
Sin saberlo, sólo por probar, se decidió a viajar. No sabía entonces que esa decisión iba a cambiar el rumbo de su vida laboral. "Tomé el ómnibus, hice todos los trámites en la empresa y, cuando vine, ya tenía el puesto en el taller".
Es que, a veces, las cosas de la vida suceden de esa manera, sin dilaciones. Pedro había demostrado cabalmente sus condiciones para el trabajo. "'El Cóndor', aquí en Azul, tenía su taller en Perón y Cáneva. Ahí empecé a trabajar también como mecánico, aprender los movimientos y reparar los coches. Ese fue mi segundo trabajo. El servicio militar me tocó a los 20 años, así que fue después de eso que empecé en 'El Cóndor'. Estuve varios años como mecánico ahí. El ómnibus pasaba y, si tenía alguna falla, lo reparábamos". Se requería de un trabajo preciso y, además, rápido, porque las unidades debían continuar viaje.
Pedro Giménez y tres réplicas realizadas a escala. "Cuando trabajaba en mi tallercito haciendo mis artesanías, escuchaba toda esa música clásica, todo el tiempo. Es una música que despeja la mente y te da ideas", recuerda NICOLÁS MURCIA
Es entonces cuando Pedro revela algo más sobre sus hobbies. "Un día se me dio por dibujar el ómnibus que yo atendía todos los días. Hice un dibujo y lo fabriqué a escala. Me llevó bastante tiempo, casi tres años, pero lo pude terminar. Y con todos los detalles", explica orgulloso. El modelo era un Mercedes Benz 0317, un clásico de la época.
Inquieto, observador, pulcro, Pedro Giménez tenía aspiraciones, más allá del taller de la flota de ómnibus. "Yo venía que los conductores ganaban bien, estaban muy bien ellos; algunos hasta tenían empresas de taxis y varios hasta su departamento en Mar del Plata. Al final me decidí, di examen para conducir y entré. Desde ese momento trabajé varios años como chofer. 'El Cóndor' hacía el trayecto Buenos Aires-Bahía Blanca por la Ruta 3, pero también tenía la línea Buenos Aires-Mar del Plata por la Ruta 2, por la que también hice muchos viajes".
"Como chofer también aprendí mucho", afirma Pedro, porque a cada tarea le exprimía todo el conocimiento posible. "Conduciendo el ómnibus un señor que era de Bahía Blanca me propuso llevar ese colectivo que había fabricado a escala. Cargamos la maqueta y me llevó al diario, pero yo no sabía. Ahí me hicieron una nota. El ómnibus estaba bien hecho, tenía todo, cada detalle. Era una réplica exacta. Tiempo después, cuando llego a Buenos Aires siendo chofer, entrego la unidad y la documentación un día, y me dicen ahí que había un señor que quería hablar conmigo. Yo no conocía a casi nadie, y así lo referí. Me dijeron que era alguien de la empresa Mercedes Benz, que quería hablar conmigo porque había visto el ómnibus en un diario de Bahía y me esperaban para charlar en la casa central. Fui, el hombre muy atento me dice que tenía una orden de su jefe de Alemania para darme lo que necesitaba para hacer otra maqueta más grande. Lo empecé, pero no llegué a terminarlo. La empresa, de todos modos, adquirió la réplica del 0317 y fue expuesto y difundido en la prensa alemana. Otro motivo de orgullo para Pedro Giménez.
Para fabricar sus piezas a escala "yo conseguía los materiales. Cobre, bronce, plata, chapas. Un avión que hice a escala, tiene el fuselaje construido a partir de una bujía. Mucha gente me regalaba materiales, me los llevaban a casa o me los ofrecían. Porque hay gente que tira todo... [Risas] Yo no. Recopilaba todo y los iba utilizando a esos materiales". Así, en su taller hogareño, fue acopiando múltiples elementos que luego serían transformados en piezas artesanales.
Los viajes, ya no sólo como chofer de 'El Cóndor', han resultado trascendentes en su vida porque, en cada oportunidad, algo puede conocerse y aprenderse. "Hice varios viajes a Europa. En una de esas oportunidades, la empresa que contraté para que me llevara en el tour, me regaló un día de campo, pero en Turquía. En el recorrido ese paso por un puesto donde se vendían diferentes artesanías y ahí vi unas motos muy lindas, así que las copié y después las empecé a fabricar en mi casa. Eran motos en miniatura y pude hacer infinidad de piezas, mientras seguía trabajando".
"A esas piezas, por encargue, las vendía", recuerda también Pedro. "Y como yo volaba planeadores antes, también fabriqué planeadores a escala. La Federación Nacional de Vuelo a Vela de la Argentina me llegó a encargar los modelos y yo se los hacía. Hice muchos planeadores, por ejemplo para los campeonatos mundiales, porque los extranjeros compraban todo".
Cada artesanía tiene su propio tiempo, dice Pedro, ya se trate de una réplica de avión, planeador o moto. "Cada pieza que construía me llevaba unos veinte días, por lo general. Las motos tal vez menos, pero los aviones llevaban más tiempo. Acá en Azul hice algunas muestras, y también en el gremio de Luz y Fuerza, porque me jubilé en la Cooperativa Eléctrica de Azul. El hotel del gremio, por ejemplo el que está en Mar del Plata, permite a los jubilados que hacen artesanías que las exhiban. Yo iba a Mar del Plata cada temporada de verano y exhibía mi trabajo de todo el año".
Se lamenta, de algún modo, porque "ahora no puedo hacerlo a ese trabajo artesanal. Tengo afectada un poco la vista", admite, a sus 92 años y mientras atiende su celular.
Del Azul de sus tiempos juveniles recuerdo que "hubo muchas casas comerciales que después cerraron. Me acuerdo de un señor, Manuel Sánchez Trespalacios, que fue promotor del Teatro Español, y tenía una despensa en Rauch e Yrigoyen. Era muy amigo de mi papá, muy buena persona", y allí recurrían para adquirir las provisiones para el hogar. "Ya tengo mucha edad para acordarme de todo, pero muchos grandes negocios han desaparecido. De los diarios recuerdo El Ciudadano, El Tiempo, el Diario del Pueblo. Siempre me gustó leer los diarios".
Luego revela otra instancia de sus hobbies. La afección en la vista ya no le permite trabajar las miniaturas a escala, pero ello no implica que Pedro se ha quedado con los brazos cruzados. Lo revela en la charla con este diario: "En los últimos tiempos, aunque hace ya unos años [Risas], estudio alemán. Lo hago por mi cuenta. Todas las noches le dedico al menos una hora".
"Me encanta el idioma -reconoce Pedro-, hace como diez años que lo estudio. O más también. Cuando me invitaron los alemanes para el tema de la maqueta del ómnibus, me encantó escucharlos hablar. Y con ese señor, que era jefe de propaganda de la Mercedes Benz, empezamos a conversar y él era piloto también, además de empresario. Por eso, tuvimos tema para hablar de muchas cosas".
Sin embargo, a pesar del empeño en el estudio, no le resulta sencillo hoy establecer una comunicación para desarrollarlo aún más. "Hoy, nadie de las cercanías, habla el alemán", reconoce Pedro. "Sé ir a las colonias de Olavarría, a la zona de los alemanes, y cuando voy a comprar algo a un negocio de ellos y les hablo en alemán, me dicen 'perdone, pero la lengua la he perdido, no la practico...'. No habla nadie alemán. En Azul hay un muchacho que tiene negocio de reparaciones, con parientes en Alemania, pero cuando fui a verlo me dijo que no hablaba el alemán, que le gustaría aprenderlo, eso sí. Igualmente yo lo practico todos los días, me armé una carpeta; y por la computadora también", refiere Pedro, que aprecia la tecnología actual y hace uso de ella dentro de sus posibilidades.
No deja de ser parte de su filosofía de vida: "Siempre estuve ocupado con las artesanías. Mientras trabajaba, lo hacía en los ratos libres. Pero hay que estar ocupado, para despejar la mente un poco. Para mí ha sido una felicidad, porque hacer algo que te guste, tener tiempo para ello, es realmente muy lindo, muy gratificante".
"Ahora también estoy ocupado con los nietos [Risas]. Los tengo a todos en Azul y con las hijas hablo a cada rato porque viven acá, es una gran cosa. No tengo tiempo para aburrirme, siempre estudiando algo. En la escuela primaria de mi época -década de 1930- se podía estudiar bien. Pero la gente ha cambiado. Mis hijas son todas docentes y me cuentan que hasta se perdió el respeto, entre los chicos e inclusive de los chicos hacia las maestras. Eso, en mi época, no se veía", sostiene Pedro, al observar unos de los tantos cambios sociales que marcan esta nueva época. En ese aspecto, al menos, reconoce el retroceso.
Los vaivenes socioeconómicos han marcado al país en las nueve décadas que Pedro Giménez puede referir. "La economía en Argentina tuvo muchos períodos de caos, pero a mí siempre me fue bien con los trabajos, pude ir mejorando".
"Cuando trabajaba como chofer en 'El Cóndor' había un pasajero que era de Azul y trabajaba en Buenos Aires. Un día me llama para pedirme un favor. Le dije que, si estaba a mi alcance, que contara con ello. Me pidió que, cuando yo salía de la terminal, lo hiciera despacito -en la ruta después se recupera-, porque él marcaba la tarjeta a las seis o siete de la tarde, quería tomar un taxi y me alcanzaba en el colectivo. Empezamos así y le hice años ese trabajo, porque eso le permitía llegar a la casa y ganarse varias horas con su familia. Un día, hablamos de los pormenores de la empresa, porque estaban en una cuestión de cambiar de manos. Yo le anticipé el tema y le dije que pensaba irme de la empresa, que me volvía a Azul aunque no tuviera trabajo; era algo que yo había decidido. Y fue así que un día este hombre me preguntó que no quería entrar en la empresa donde trabajaba él: la Cooperativa Eléctrica de Azul. Él era sindicalista y me ofreció trabajo. Yo le dije, mire, de electricidad no sé nada... [Risas], pero él me dijo que no era un problema, que me iban a instruir. Me dieron un temario, lo estudié bien en el ómnibus, cuando no me tocaba conducir, y un día este hombre me dice que ya estaba disponible mi puesto y que tenía que venir a Azul. Pedí permiso seis meses en la empresa y me vine. Llegué a Azul a dar el examen. El señor Homero Assennato fue el que me tomó ese examen. Entré por treinta días de prueba y después de ese período quedé. Además, como yo era chofer profesional al conducir unidades de 'El Cóndor', durante los primeros tiempos fui chofer del señor Assennato y también de Don Silvestre Sottile. Tiempo después me dieron a elegir, dentro de la Cooperativa Eléctrica de Azul, el puesto que yo quisiera en la red. Elegí un puesto de guardia. En ese lugar trabajábamos dos personas. Me fue bien también allí y me pude jubilar a los 58 años de edad. Ellos se jubilan a los 55, pero yo venía de 'El Cóndor', así que acumulando todos los años de aportes, me fui a los 58. Me fui muy bien, eran unos señores para tratar, eran muy educados. Con ellos entré a trabajar cuando tenía 32 años y hasta que me jubilé".
Pedro recuerda un viaje "que hice con Sottile a Córdoba. Yo conducía y le pedí permiso para encender la radio. Cómo no, me dijo. Había un concierto de la Filarmónica de Berlín; estaban ejecutando una obra de Mozart. '¿A vos te gusta esa música?', me preguntó Don Sottile. Yo le dije que sí, que para mí es lo más grande que hay. Él la escuchó contentísimo".
"Yo siempre escucho música clásica. Fue algo que siempre me llamó la atención. En la discoteca tengo todo clásico, Beethoven, Mozart, Hydn, Paganini, Brahms, Wagner, Bach. Ahora tengo CDs, pero antes tenía los discos de pasta. El jazz también me gusta, pero el jazz 'del ayer', lo moderno no. El jazz de los años '50 y más atrás también. Había orquestas muy lindas. Cuando trabajaba en mi tallercito, fabricando las artesanías a escala, escuchaba toda esa música clásica, todo el tiempo. Es una música que despeja la mente y te da ideas". Al final de la charla con EL TIEMPO, Pedro admite sin dudar un instante: "En la vida hice todo lo que me gustaba. Y es realmente hermoso trabajar y poder hacer lo que le gusta a uno".
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