Por Andrés Lavaselli

El crimen de la niña Morena Domínguez, por sus efectos en el humor social, funciona como un Cisne Negro -un evento inesperado que cambia el escenario previo a su ocurrencia- que no solo obligó a abortar una campaña que nunca terminó de involucrar a buena parte del electorado, sino que agrega incertidumbre a una elección a la que se llega con el menor nivel de certezas en muchísimo tiempo.

Un primer efecto de lo ocurrido es emocional: no importa que los homicidios dolosos hayan disminuido en el último año y que haya ocurrido lo mismo con los delitos cometidos por menores, según estadísticas de la Procuración de la Corte bonaerense. Se trata del asesinato de una nena camino al colegio, una vida segada por un motivo absurdo, el robo de un celular, un tipo de delito que sí está fuera de control. El dolor social por ese solo hecho es suficiente para tener efectos electorales.

Los comandos de campaña reaccionaron con celeridad: la suspensión de los actos de cierre (solo Javier Milei llegó a realizarlo porque lo programó para el lunes) fue un gesto básico de empatía con una ciudadanía conmovida. Pero se trató también un movimiento defensivo en un contexto en el cual la bronca con la política, en general, parece por momentos retrotraerse al período pre kirchnerista.

Como fuere, la realpolitik se impone y en todos los campamentos se hacen una pregunta ineludible: en un escenario en principio de paridad entre las dos principales fuerzas, a quién favorece lo ocurrido. Una primera lectura habla de que las propuestas más duras podrían canalizar mejor el descontento que producen hechos de inseguridad de este tipo. Es decir, Bullrich/Grindetti y Milei/Píparo, más que Massa/Kicillof o Larreta/Santilli como favorecidos.

Pero hay muchos matices que marcar. 1) El crimen se produjo en Lanús, un territorio que Grindetti no gobierna solo porque se tomó licencia para manejar un club de fútbol. 2) Su reemplazante, el interino y responsable de Seguridad, Kravetz, fue por lo menos desaprensivo a la hora de manejar información muy sensible: difundió información falsa que culpaba a un menor sin participación en el crimen.

Milei nunca habló de Seguridad: la que lo hizo fue Píparo, su candidata a gobernadora. Pero esa campaña es tan personalista que esa vos casi no se escuchó. Kicillof y su ministro Berni son responsables de la seguridad en la Provincia. Más allá de las estadísticas, el golpe es probable que les llegue. Se trata de víctimas del mismo tipo de barriadas que sufre con más intensidad el otro gran tema de esta campaña: la inflación.

Los analistas marcan por otra parte un refuerzo del desgano que ya viene caracterizando a esta elección: la posibilidad de que la participación caiga (en las provincias votaron seis millones de personas menos que en 2021) y crezca el voto en blanco. Una manera de manifestar bronca. A quién favorece eso si ocurre también es materia de teorías en disputa. Pero en principio no convendría a los centristas Massa y Larreta.

En el fondo, se trata de lo siguiente: ¿lo ocurrido cambia o no el panorama previo? Difícil saberlo, porque esta es la elección con menos certezas previas tal vez desde 1983. Hay varios factores que lo explican, además de la poca fiabilidad de las encuentras (un fenómeno global) y la apatía que podría repetir el abstencionismo previomn (un fenómeno local).

Uno de esos factores es la extraña lógica de tracción desde el centro de la boleta que se da en dos de las listas principales, la que encabeza Sergio Massa y la de Horacio Rodríguez Larreta. Ambos miden más que sus candidatos en Provincia y esperan que ellos los empujen, al igual que algunos alcaldes. Lo segundo es un efecto conocido, lo primero, inédito. Bullrich llegó como favorita, pero esa primacía está basada en buena parte en encuentras que no se sabe si se ratificarán. Larreta, además, protagonizó un crecimiento aún no del todo cuantificado en la provincia. Milei es la otra X a despejar en la ecuación electoral: es la primera vez que va a las urnas. (DIB)