28 de mayo de 2025
En una amena charla compartió su visión del arte como una herramienta de expresión, transformación y conexión. Habló sobre sus clases online, surgidas en pandemia, que se consolidaron como una forma accesible de enseñar. También presentó "La Línea Azul", un proyecto que explora el dibujo como gesto esencial, y "Arte de Noche", una propuesta alternativa que llevaba el arte a nuevos públicos. La charla permitió conocer tanto a la creadora como a la docente, ambas comprometidas con acercar el arte a la vida cotidiana.
Por Mercedes Pugliese
Es de tarde. El sol ya está al filo de perderse y llego a la casa de Pato Valentín que me recibe con té en tacitas japonesas (esas chiquitas y sin asa que dejan que el calor del té entibie las manos). La charla se da en un claroscuro lleno de anécdotas que hablan de su trabajo para que el arte llegue a mayor cantidad de personas "Es que el arte es capaz de transformar la vida. Aprender a pintar de forma sistemática y consciente es una manera de dejar que lo espiritual pueda desarrollarse".
Entre pregunta y pregunta aparece su infancia en Lobos, sus estudios en La Plata y su vida en Azul desde hace tantos años...Las geografías de ciudades y grupos humanos se mezclan, pero las continuidades se vuelven nítidas... El deseo de formar comunidades fértiles y autónomas, es una de ellas.
Es que, para ella, el arte no es una actividad narcisista y solitaria... es una manera de vivir en donde cada persona tiene lugar y algo para contar que enriquece al resto. La frase "todos pueden aprender a pintar" late por los rincones y se enlaza a una manera de hacer en donde lo colaborativo es una marca de orillo.
Nombra a sus equipos de trabajos sinérgicos y entusiastas, a las estudiantes que vuelven año a año al taller y forman un grupo unido, a los grupos virtuales que se generan en su escuela online...Y al hablar de los proyectos La línea Azul o Arte de Noche, explica cómo la motiva que las calles, las ideas y las conversaciones cruzadas se vuelvan la misma cosa.
También se ve con claridad una identidad en donde no hay barreras entre su producción artística y su trabajo como educadora. En todo lo que hace combina la intuición, la práctica constante, la inspiración en las obras de otros pintores y la pregunta analítica. El pigmento que usa en un cuadro y que se escurre en el papel para generar una forma no es distinto de su búsqueda por generar modos de enseñanza más cercanos y fluidos. Modos que exigen estar con el corazón listo y la audacia a la mano para animarse a dar saltos hacia lo desconocido.
"El arte es un lenguaje, y todos podemos aprender a hablarlo"
-Hace cinco años, con la pandemia, empezó a dar clases online, algo que desconocía por completo. La tecnología le mostró algo que no esperaba, lejos de ser un lugar frío e impersonal, se dio cuenta que podía ser un lugar para compartir experiencias profundas, algo muy distinto de lo que cree mucha gente...
-Sí, creo que hay un prejuicio fuerte con la tecnología. Muchos, sobre todo quienes tenemos más de cincuenta, sentimos que ese no es nuestro mundo y nos ponemos a la defensiva. Y lo entiendo: al principio, a mí también me costó. Subía una foto cada tres meses a Instagram, y veía qué pasaba, pero nada más. Ese era todo mi contacto con lo virtual. El cierre del taller en la cuarentena me puso frente a un desafío inesperado, tener que dar las clases de manera virtual. Estudié mucho antes de entrar a este mundo y después de probar un tiempo dando clases por zoom, apareció la idea de crear una escuela online. Descubrí una manera de enseñar que no creía posible. Una forma en donde se puede llegar a muchas personas de todo el mundo sin perder la cercanía ni el acompañamiento de los procesos personales. Y no es distinto de lo que siento en las clases que doy en "El galpón", mi taller de Azul. Honestamente, ya no distingo si algo lo dije en una clase presencial o virtual. Perdí el borde.
-¿Cómo es esa experiencia de "cercanía" a través de la pantalla?
-Es muy fuerte. La semana pasada, por ejemplo, me encontré con unas alumnas en Buenos Aires y sentimos que nos conocíamos desde hace rato aunque era la primera vez que nos veíamos cara a cara. Esta posibilidad de entrar en las casas de cada persona es compartir lo más íntimo, lo que muchas veces no se cuenta en voz alta... En uno de los retos de inicio de año propuse un calendario de quince días con desafíos diarios para volver al eje después de las vacaciones. Las propuestas eran simples: conectar con la taza de la mañana, el cielo, el paisaje cercano...y a poco de empezar me empezaron a llegar mensajes conmovedores, personas que contaban lo que impactaban estos ejercicios en sus vidas. Me acuerdo especialmente de una mamá que acababa de perder a su hija hace un mes y de una mujer que tenía a su pareja con una enfermedad terminal. Las dos agradecían estas propuestas que les permitían abstraerse por un rato de su propia realidad... Sé que no calmé ninguna tristeza, pero estoy segura de que pudieron conectar con ellas mismas a través de la acuarela y empezar a aliviar de a poco el dolor que sentían.
Del cuadro colgado al arte como camino
-¿Cuándo hablás del arte, no lo haces sólo desde la técnica, ¿no?
-Claro. Me encanta que alguien venga a clase queriendo pintar "un cuadrito para colgar", y que un año después esté preguntándose qué es el arte. Porque eso es lo que me interesa. Yo no busco formar artistas consagrados. Me fascina trabajar con personas que vienen sin saber del todo a qué vienen. Es como si vieran apenas la punta del iceberg, y me emociona acompañarlas a descubrir todo lo que hay debajo. Cuando recién empecé sentía que la gente no quería escuchar sobre lo espiritual en el arte, pero en realidad en el transcurso de las clases es algo que aparece con mucha naturalidad y es el motor para que cada persona encuentre su propio estilo. Me encanta cuando la gente va a una muestra de fin de año y se sorprende al saber que vienen de la misma escuela.
-Esa una gran defensora de un método de enseñanza que ofrezca herramientas y modelos de otros artistas. Un camino en donde la práctica y la reflexión son fundamentales.
-Totalmente. Durante años nos vendieron que hablar de "método" era una mala palabra, sobre todo en educación. Pero yo creo profundamente en los caminos con etapas y aprendizajes concretos. Esto no quiere decir que no haya desvíos, pero proponer un sistema claro y reglado, es la posibilidad de allanar y enriquecer el proceso. Pintar no es solo una catarsis hermosa. Si querés expresarte, tenés que conocer el lenguaje... Como un escritor que necesita saber combinar las palabras y los verbos, un artista del pincel, tiene que manejar una gramática particular. Aprenderla es lo que permite ser más libres. Sin las herramientas apropiadas es muy difícil lograr lo que se quiere expresar. Esas clases en donde se dice "tres respiraciones y a pintar" sin enseñar caminos posibles, suele generar una sensación de frustración muy grande, como si el arte fuera solo de personas iluminadas.
Pato Valentín y la entrevistadora Mercedes Pugliese.
-En su caso, arte y educación... aparecen entrelazados.
-Es verdad. Me costó darme cuenta. Durante mucho tiempo tenía dos mails, dos cuentas de Instagram. Por un lado era la artista y por el otro, la docente. En algunos lugares me presentaba como pintora y, en otros, como educadora... Hasta que, después de la pandemia, retomé el taller de Diana Aisenberg, al que vuelvo cada tanto, y ella, que me conoce bien, me dijo: "¿Por qué cuando te presentás hablás de dos personas?. Es como si estuvieras dividida". Y ahí lo entendí. Soy ambas, siempre lo fui. Desde chiquita le daba clase a los muñecos mientras pintaba. Estudié profesorado sabiendo que no quería dar clase en lo formal, pero intuyendo que era por ahí.
Comunidades que transforman
-En todos sus proyectos aparece el trabajo en equipo y la formación de comunidades: ¿Qué lugar tiene para usted lo colectivo?
-Un lugar central. El trabajo del arte puede ser muy solitario. Construir comunidades es mi modo de contrarrestar eso. Pero además, creo con todo mi ser que el arte transforma. No el mundo entero, pero sí un día, un momento. Y eso ya es muchísimo. No hacerlo, me parece egoísta.
- "La Línea Azul" fue una propuesta ciudadana en donde participaron muchos chicos de colegios secundarios de Azul. Fue un proyecto en donde lo comunitario fue central...
-Sí, buscábamos llevar el arte de los barrios al centro de la ciudad enseñando a pintar en diferentes colegios y diseñando con los jóvenes los murales que harían para el resto de las personas. Trabajamos con diferentes instituciones de la ciudad y fue un proyecto lleno de desafíos que surgió por una beca que ganamos a través del Fondo Nacional de las Artes. Fueron dos años y medio de ir a las escuelas y pintar en las calles. Los alumnos hacían propuestas en las clases y los maestros venían a pintar los sábados. No faltaba nadie, el compromiso era increíble. Pintamos en conjunto y las obras todavía pueden verse. El proceso, eso sí, no terminó como habíamos soñado porque se cayeron apoyos clave, y no pudimos hacer el cierre que habíamos pensado. Eso dolió, la verdad... Pero con el tiempo entendí que el valor estuvo en el proceso: los talleres, las pinturas compartidas, las charlas y los sueños generaron una fuerte sensación de hermandad. Me emociona cruzarme con docentes que me cuentan que siguen usando en sus clases la técnica del zentangle que les enseñamos...Eso sigue vivo. No fue un fracaso. Fue un camino trazado, una línea que sigue echando raíces entre quienes participaron.
-En ese cruce entre arte, educación y comunidad, creó también "Arte de Noche", un proyecto maravilloso en donde la noche en la ciudad se volvía mágica.
-Sí, fue una experiencia hermosa. La propuesta fue abrir espacios culturales y otros inesperados al inicio de cada estación del año para que los artistas de la zona pudieran exponer sus obras. Había edición verano, otoño, invierno y primavera... Era muy lindo ver cómo las comunidades habituales de uno y otro lugar se cruzaban en la calle y comentaban lo que veían en los diferentes espacios. La convocatoria era muy buena y los cierres con música eran multitudinarios. La idea surgió como una reacción a la falta de apoyo institucional. Armamos un grupo de voluntarios con el que nos propusimos hacer algo por fuera del Estado. Para lograrlo inventamos un plan de aportes colectivos y mandamos a hacer objetos con el logo del programa y las obras de los artistas. Había lápices, libretas, pañuelos que se vendían en cada evento para sustentar la edición siguiente. Las personas se comprometían con el proyecto y siempre compraban algo porque sabían que era la garantía de que hubiera una próxima vez.
Lo disfrutamos mucho y hasta nos llamaron de Tandil para replicarlo allá, pero llegó la pandemia y el equipo se dispersó (creo que fue un error que fuéramos todos voluntarios). Sin embargo, quedó en la gente la idea de haber sido parte de esta propuesta cíclica en donde la repetición iba construyendo una comunidad con códigos propios. Algo muy diferente a los eventos de una sola vez que pueden ser muy llamativos, pero no generan pertenencia.
De Azul al mundo
-¿Y ahora?: ¿hacia dónde va su energía?
-Estoy muy entusiasmada con la Escuela de Arte Online, sigo trabajando en comunidad, pero desde lo tecnológico. Armé un equipo hermoso con el que trabajamos como pares y donde todos están involucrados en el proyecto. Sin decirlo demasiado y a medida que fui abriendo las puertas, la gente que se acercó, fue la que estaba interesada en la propuesta. Mi deseo es que esta escuela sea una referencia en Latinoamérica. No sólo para que los que sigan los cursos aprendan a pintar, sino para que vivan la experiencia completa. Una experiencia en donde el arte se vuelve una manera de pensar y de vivir. Me gusta saber que la virtualidad conecta paisajes diversos. Desde Azul, con mis perros y mis árboles, llegamos a gente en Canadá, en Uruguay, en Venezuela, en Chile, en España. Eso es magia, ¿o no?.
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