27 de junio de 2021

UN RÍO DE VOCES MUERTAS

UN RÍO DE VOCES MUERTAS . Reflexiones en torno a Pedro Páramo, la famosa novela de Juan Rulfo.

Decenas de voces se entrelazan en el lamento rumoroso que recorre los 70 fragmentos de Pedro Páramo. La novela de Juan Rulfo fue publicada en 1955 y logró convertirse en uno de los grandes tesoros de la literatura latinoamericana.

Por Francisco Bariffi

"Soy yo, Don pedro". A primera vista, esta frase puede evocar una situación en la que alguien aclara su propia identidad. "Soy yo", dice la persona, y luego menciona su nombre. Pero si uno se dirige a la última página de Pedro Páramo, y lee la cita en contexto, uno observa que la frase no es dicha por Don Pedro Páramo sino por Damiana, la cocinera de la estancia Media Luna. En el final del texto, la mujer se dirige a la habitación en que se encuentra su patrón, y le aclara que es ella quien se acerca: "Soy yo, Don Pedro", dice entonces. El contexto, sin embargo, no inhabilita la ambigüedad del sintagma. Lo que puede leerse es que, antes de la muerte de Pedro Páramo, alguien distinto pronuncia palabras que naturalmente podrían haber salido de la boca del personaje, como si la voz del hombre encontrase vida en otros labios. En otras palabras, podría decirse que otro cuerpo se posiciona enunciativamente como Don Pedro. Esto cobra un sentido destacable si se considera que la función de Juan Preciado, el narrador de la novela, es, según el crítico Martin Lienhard, dejarse atravesar por múltiples voces, o "compilar trozos de discursos antiguos, muertos, para devolverles una vida nueva".

Una lectura similar podría tenerse a partir del fragmento N° 26 de la novela. En él, Juan Preciado oye unos perros. Cuando sale a la calle para ver qué sucede, ve a un hombre y le dice: "¡Ey, tú!". El hombre dice lo mismo: "Ey, tú". El sonido de esta respuesta, según el personaje, es el de su propia voz, como si se tratase de un eco, o como si las voces perdiesen su autoría, su propiedad, y simplemente se deslizasen por las distintas bocas del pueblo en que se desarrolla la historia.

Cuando Juan Preciado llega a Comala, el espacio es descrito como un lugar abandonado, en donde "no vive nadie". Entre sus calles no se encuentra mucho más que silencio, casas vacías, y la ausencia de la vivacidad a la que Sayula tiene acostumbrado al forastero. Este silencio que señala el personaje se contradice rápidamente con la aparición de una mujer cuya voz está hecha de "hebras humanas". Con esta mujer, Juan intercambia algunas palabras. Pero podría decirse que el lugar no deja de estar en silencio a pesar de este intercambio. Antes del final del parágrafo, el narrador vuelve sobre el aspecto desértico del lugar (la falta de aves, de niños jugando y de tejados cuidados), y revela que su propia cabeza está "llena de ruidos y de voces".

Más adelante, en el parágrafo N° 25, Damiana Cisneros dice que el "pueblo está lleno de ecos (...). Cuando caminas, sientes que te van pisando los pasos. Oyes crujidos, Risas. Unas risas ya muy viejas, como cansadas de reír. Y voces ya desgastadas por el uso. Todo eso oyes.". Y, sin embargo, en la descripción que ofrece Damiana, las voces se yuxtaponen con la "nada", o con el hecho de que las calles están tan vacías como las describe Juan Preciado.

Todo esto podría sugerir que la sucesión de voces que se presenta a lo largo de la novela no es emitida por un conjunto de cuerpos concretos que habitan en el lugar, sino que provienen del interior de Juan Preciado. A partir de la lectura de Lienhard, este personaje (o narrador-protagonista) podría pensarse como un catalizador viviente de voces muertas, o como una especie de cauce por el que fluye un río discursivo. En el parágrafo N° 32, Preciado dice: "veo cosas y gente donde quizás ustedes no vean nada".

A medida que el viaje de Juan Preciado avanza, su cuerpo es atravesado por más y más voces que responden a las distintas subjetividades del pueblo. De ese modo, transcurren monólogos interiores, recuerdos y diálogos de distintos personajes, y también las palabras de una 3era persona de identidad imprecisa. Pero no sólo el personaje de Juan Preciado es atravesado por múltiples voces. Dadas las características del texto, podría decirse que una situación similar se produce para el lector. Quien lee puede observar en sí mismo ese tránsito de murmullos que carecen de una coherencia unificadora, y, al hacerlo, a lo mejor encuentre desnaturalizado el flujo cotidiano de voces por su propia mente.

De este modo, la novela se teje con hilos o hebras de voces que atraviesan a Juan hasta absorberlo como uno más de los hilos. En el fragmento N° 36, el personaje muere, y su fantasma expresa: "me mataron las voces". Aunque siga caminando por las calles, tratando de alejarse de las voces, las lleva consigo mismo. De alguna manera, su propia voz se diluye en el desfile de murmullos de los fantasmas de Comala, marcando, por un lado, la ruptura de la unidad de su propio yo, y, por el otro, la ruptura de la unidad del narrador protagonista que inicia el relato. En palabras de Gustavo Lespada, podría hablarse de una "relativización del narrador unívoco (canónico), que pone en evidencia su inadecuada subjetividad por medio del fluir de esos "murmullos ", que también desplazan a la primera persona narrativa que es Juan Preciado, y que no son otra cosa que las voces de una comunidad".

Esta característica hace que no haya distancia entre la lengua del narrador y la de los diferentes personajes, a diferencia de lo que sucede en el sistema dual del realismo decimonónico en que los personajes hablan la lengua de su lugar de procedencia mientras que el narrador utiliza la lengua "neutra" de la clase dominante. El flujo de voces, entones, permite que el texto se distancie de la figura del narrador individual y apartado de los otros que el texto figura, y que se produzca una recomposición vivificadora de las narraciones orales, anónimas y colectivas de la cultura campesina mexicana.

Desde este punto de vista, podría decirse que, en la novela, lo múltiple e impersonal cobra una importancia que desdibuja lo individual e identitario. Si al principio del relato Juan Preciado parte en busca de su padre o unidad de origen, lo que encuentra, en cambio, en la tierra de donde proviene, es, como se dijo, una multiplicidad de relatos y discursos que desestabilizan esta unidad de origen y la posibilidad de que el sujeto rastree su procedencia con certeza. Juan Preciado busca a alguien que está muerto, a "alguien que no existe". Es enviado por su madre a un pueblo en donde a simple vista no parece haber nada que encontrar más que las preguntas de quien transita sin destino prefijado: "¿dónde es esto y dónde es aquello?".

Además de la muerte de la madre y de la ausencia del padre, la novela juega con la posibilidad de que las madres sean múltiples. "Al año siguiente naciste tu", dice Dorotea a Juan Preciado, "pero no de mí, aunque estuvo en un pelo de que así fuera". También del personaje de Susana San Juan se dice que "ella ni madre tuvo". De esta manera, la historia dificulta el rastreo de las raíces del sujeto, o incluso la idea occidental de que existen estructuras arbóreas que rastrear para reconstruir una historia lineal o una fuente certera de origen absoluto.

En relación con esto último, no es menor el hecho de que los hijos de Pedro Páramo sean de un número impreciso. Incluso Abundio, el hombre que acerca a Juan Preciado a Comala, resulta ser hijo de Páramo. La fuerza de fertilidad en el personaje no sólo se observa en su poder sobre las tierras de Comala, sino también en el hecho de que su semen parece espolvorearse por el pueblo como las semillas que transportan las aves frugívoras. El hecho de que los hijos sean múltiples significa que el hombre que Juan Preciado busca no sólo es su padre sino el de muchas otras personas, y que ese padre no sólo se ha ausentado de una familia sino de muchas otras también. De algún modo, esto retira a Juan Preciado de la unidad de la estructura familiar tradicional e inscribe al personaje en una red de conexiones mucho más amplia y difícil de estructurar entre los distintos cuerpos del pueblo.

Cuando la madre de Juan Preciado le pide a su hijo que vaya a conocer a su padre, la mujer dice: "No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro". En esta escena parecen expresarse dos voces en el habla del personaje. Por un lado, la de una mujer tímida y dócil, y, por el otro, la de una mujer dispuesta a expresar enojo y a exigir lo que se le debe. Contradicciones como esta dan cuenta de la fractura que en el sujeto habilita la confluencia de discursos heterogéneos, e incluso contradictorios.

Este tipo de operaciones (que, como fue mostrado, pueden pensarse sobre todo a partir del personaje de Juan Preciado) permiten poner en cuestión la noción de sujeto como unidad internamente coherente, autónoma y transparente a sí misma. "En mi investigación", dice Antonio Cornejo Polar en Escribir en el aire, "lo que he encontrado con frecuencia es precisamente lo contrario: un sujeto complejo, disperso, múltiple", un sujeto en que se entrecruzan identidades diferentes, variantes y heteróclitas. En su libro, el autor peruano se asegura de aclarar que si destaca su oposición a la noción moderna de sujeto no es por una mera celebración del caos posmoderno sino para señalar, a partir de esta crítica básica, las heterogeneidades culturales que atraviesan la región latinoamericana. Las categorías homogeneizadoras que definen la identidad del sujeto, pero también la identidad de los pueblos (como, por ejemplo, la idea conciliadora de "mestizaje"), unifican diferencias e ignoran la tensión no resoluble entre dichas heterogeneidades.


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