ENFOQUE
1 de agosto de 2021
Por Marcelo Gorini
Contador Público Nacional, UBA
Al estudio de las ciencias económicas, se lo suele relacionar con fórmulas matemáticas y financieras; sin embargo, estamos ante la presencia de una ciencia social y, como tal, estudia fenómenos relacionados con el ser humano. De hecho, en un principio fue la filosofía, la rama que estudió este tipo de cuestiones.
A lo largo de nuestra historia (Edad Antigua, Media, Moderna) estos estudios han ido evolucionando, influenciados por las diferentes corrientes de pensamiento en cada caso.
Como sabemos, la cultura moderna imperó por más de quinientos años, pero a raíz de resultados negativos, como guerras, entre otros, la humanidad viró hacia una idea de placer, en contraposición al conflicto.
De este modo, durante el tercer tercio del siglo xx, se abre paso el postmodernismo. Un nuevo paradigma sobre la valoración del hombre y su paso por la vida, que modifica parámetros esenciales influyentes en la toma de decisiones, tanto en el ámbito privado, como en la gestión pública.
Para destacar algunos ítems de la nueva ola en contraposición al modernismo, podemos mencionar una prioridad desmedida hacia el propio Yo, al punto de eliminar al otro, dejando atrás de este modo la idea de comunidad; se busca una satisfacción egoísta que tiende al individualismo y fragmenta la sociedad.
Asimismo, interpone el deseo a la razón, optando por una felicidad inmediata en contraposición a un bienestar permanente; el presente es lo único importante y ya no es valorado el pasado ni el futuro, priorizando lo superficial por sobre lo profundo, generando sociedades tristes y pendientes de lograr un standard de belleza.
Por otro lado, la planificación le da paso a la improvisación, así como la imagen a la palabra. Se interpone la seducción a la persuasión, por lo que la política, pasa a ser gestión. La sociedad del conocimiento pierde su primacía ante la sociedad del espectáculo, resultando así una sociedad sin normas, en vez de una disciplinaria.
A contrario censu de la modernidad, que proponía la búsqueda de la verdad surgida de hechos reales, las nuevas ideas proponen que cada persona pueda tener su propia verdad de acuerdo al modo de ver el mundo.
Comenzamos a ser tratados como consumidores, en vez de ciudadanos, lo que interpone la ética del consumo a la ética del trabajo y, aunque parecieran aumentar niveles de libertad, casi de manera proporcional podemos asegurar que disminuyen los niveles de seguridad (alimentaria, habitacional, económica, laboral, jurídica).
Tal es así, que se origina la teoría subjetiva del valor, la que, paradójicamente no incluye ninguna fórmula matemática. Su análisis se basa en reemplazar el modo de obtener el precio de un producto o servicio dejando de calcular sus costos y rentabilidad, para pretender cobrar por ese bien, lo que el consumidor esté dispuesto a pagar, de acuerdo a sus gustos o necesidades.
Mientras miro las nuevas olas... ya soy parte del mar
A partir de este nuevo paradigma, y recurriendo a la historia reciente, podríamos analizar si las políticas llevadas a cabo desde este nuevo prisma mejoraron la base material de las naciones o la vida de sus ciudadanos.
Si bien este debate existe desde hace tiempo, a partir de la pandemia, se aceleró a pasos agigantados, especialmente a causa de decisiones tomadas desde sectores de poder, en contra del bienestar de la comunidad.
No pareciera ser el futuro de una sociedad saludable la toma de decisiones desde el egoísmo, sino todo lo contrario. Las medidas económicas, también pueden ser tomadas desde el amor, la empatía y la solidaridad, proyectando crecimiento sostenido y evitando la concentración de recursos en pocas manos.
De acuerdo a ello, las nuevas generaciones podrán gozar de sociedades ordenadas regidas por principios y valores permanentes que propongan el progreso de todas las personas por igual o deberán sufrir sociedades inseguras, en todos los ámbitos, tendientes a generar exclusión y sufriendo las consecuencias.
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