PERSONAJES POPULARES AZULEÑOS

PERSONAJES POPULARES AZULEÑOS

El día en que Rosa Ávila enfrentó en duelo a Julián Andrada, compañero de Moreira

Entre los juegos de atracción de los gauchos estaba "la visteada", un duelo a mano limpia o a mano armada, que requería suma destreza. Aunque a menudo se jugaba por dinero o por un cordero, existió una forma más peligrosa: la visteada "al primer corte", daga en mano. El emprendedor afincado en Azul Rosa Ávila un día supo que el ladero de Juan Moreira había llegado a Azul. Se llamaba Julián Andrada y al poco tiempo lo desafió. Un aspecto curioso de esta historia es que quedó el registro fotográfico.

17 de diciembre de 2022

"En el peligro ¡Qué Cristo! / El corazón se me ensancha / Pues toda la tierra es cancha / Y de esto naide se asombre / El que se tiene por hombre / Ande quiera hace pata ancha". Martín Fierro.

Hombres de fama, criollos de ley, los hubo muchos por estas tierras, desde que en la segunda década del siglo pasado [XIX] comenzaron a poblarse, como un corolario de la "guerra del desierto", iniciada para reprimir el avance de las indiadas que, en son de lucha, llegaban hasta no muchas leguas de Buenos Aires, tierras que en un principio tuvieron como límite el Salado y luego, a medida que avanzaban las carretas hacia el Sud, trayendo la civilización, se fijaron sobre el Callvú Leovú y el Tapalquén.

Época aquella terrible, con sus sangrientos malones, incendios, robos y cautiverios, durante la cual el hombre tenía que ser "más hombre", para defender sus hogares, para pelear al mismo tiempo por su familia y por la patria, desangrada ella también por las terribles guerras civiles. Y en esa serie de combates, casi diarios, en que se peleaba desde el amanecer hasta que el sol se iba poniendo; en que se luchaba hasta el fin, boleadora o daga en mano -agotada ya la carga de los fusiles-, fue surgiendo con timidez, como una nueva raza que le daba la tónica a la argentinidad, el gaucho, el hombre atrapado por los acontecimientos que debía vivir y defender la inmensa pampa, que se extendía "como inmenso piélado verde" a los ojos asombrados del viajero, por miles de kilómetros.

Era la inmensa llanura argentina "misteriosa para el hombre", donde se vivía de milagro y había que aprender a vivir, desde que se aprendía a divisar el horizonte...

Pampa bruta, indómita, cruzada por salvajes malones y más tarde por las carretas, índices de una civilización naciente. Inmenso mar de hierbas, donde el nativo se perdía con su caballo y necesitaba de todos sus sentidos para no sucumbir en la travesía, atrapado por una fiera o tumbado por un huracán. Tierras fértiles pero inhóspitas, sin pueblos, sin casas seguras, sin humildes ranchos para dar albergue a los audaces que se animaban a hollar su virginidad.

En ese ambiente fue naciendo ese gaucho, estoico como un espartano, conquistador como un romano, valiente como las armas... Ese gaucho, que ha escrito verdaderas hazañas en el historial de la patria, que luchó en los campos de Chacabuco y Maipú, llegó a Perú y culminó su campaña de la independencia en Ayacucho. Ese gaucho que, más tarde, fue llevado al Paraguay, conquistó para la República laureles en cientos de combates y tierras -miles de leguas- en la guerra del desierto. Ese gaucho que cada día se levanta más alto en el Altar de la Patria y al que no le hacen mella sus detractores, que nunca supieron de pobrezas y sacrificios, ni de luchas por el supremo ideal que es la Patria.


Entre los juegos de atracción de los gauchos estaba "la visteada", un duelo a mano limpia o a mano armada, que requería suma destreza. Aunque a menudo se jugaba por dinero o por un cordero, existió una forma más peligrosa: la visteada "al primer corte", daga en mano. El emprendedor afincado en Azul Rosa Ávila un día supo que el ladero de Juan Moreira había llegado a Azul. Se llamaba Julián Andrada y al poco tiempo lo desafió. Un aspecto curioso de esta historia es que quedó el registro fotográfico.

El Azul fue un faro en el desierto

Aun cuando se sabe que mucho antes de que llegara el comandante Pedro Burgos, con su tropa de caballería y las carretas repletas de gente para levantar el Fortín, existían rancheríos por esta zona, y que ya en 1829 y 1831 se levantaron planos de un pueblo, la vida de Azul es relativamente joven -135 años [al momento de redactarse este artículo]- en relación a otras ciudades del interior del país; de ahí que, memorizando entre gente antigua, quienes han vivido por estos pagos desde principio de siglo, saben bien y con datos fidedignos, que el esfuerzo de sus pobladores -precisamente de sus hijos gauchos- fue lo que contribuyó desde el primer momento a darle un lugar preponderante en el centro y sud de la provincia, en los más diversos órdenes de la vida ciudadana. Y con el correr de los años, aquel gaucho, que se había criado en estancias, que sabía de domas y resereadas, que aprendió a sembrar trigo y maíz, mientras cuidaba las haciendas; que levantó ranchos y luego casas, después de aventar las tolderías, entró por méritos propios en los gobiernos municipales, en las entidades sociales, comerciales, deportivas, etc. Y de esto último es de lo que hoy quiero ocuparme, destacando un episodio que sucedió allá por el Novecientos y tantos, cuando el Siglo XX surgía esplendoroso y el Azul se había transformado de pueblo en ciudad con todos sus valimientos.

Se vivían hermosos días; la gente trabajaba y alegre se divertía, los domingos y en las fechas patrias, en los juegos criollos: domas, cuadreras, carreras de sortija, etc., cuyos lances se extendían en las huellas de las afueras de la ciudad o en las Esquinas de Campo, allá por "La Nutria", "De Tourné", "De Lima", "De Berdiñas", o decenas más ubicadas en nuestro Partido. Y en cada una de esas fiestas el hombre de campo, el paisanaje, se divertía a más y mejor, junto a los puebleros que, atraídos por la novedad, se unían al entusiasmo general.

Por ese entonces había otro juego de atracción entre los criollos y era "la visteada", un duelo a mano limpia o mano armada, que requería suma habilidad y ligerezas, mucha vista y mucha pierna, para seguir la lucha.

Por lo general, se simulaba una pelea enconada entre dos rivales y otras veces las visteadas eran en forma jocosa: a "dedo tiznado", o sea, quien le señalara con un tizne la cara a su eventual enemigo, resultaba el vencedor. Muchas veces se jugó por plata o por un cordero "ensillado", sobre quien iba a resultar el vencedor... Pero, a la par de la inocencia de ese juego, estaba el otro, el más peligroso. Una visteada al primer corte, o sea, a primera sangre, como un duelo común.


"En la parte superior se destaca la daga, que hizo famoso a Don Julián Andrada en sus andanzas con su compañero de aventuras en el siglo pasado [XIX]: Juan Moreira. Arma que se guarda en el Museo Histórico de Azul". [Epígrafe del original] FOTO EL TIEMPO/HEMEROTECA J.M. OYHANARTE

Julián Andrada y Rosa Ávila

Por aquellos años se había establecido en Azul, con una gran casa de remates de haciendas, en la finca de las calles Bolívar y Burgos, don Rosa Ávila que, con su hermano Pacomio, eran antiguos vecinos afincados en lo que hoy es la Estación Ariel, propietarios de una hermosa estancia, donde criollo que llegaba de paso era recibido como un hermano. Los Ávila eran gente chapada a la antigua, que sabían tanto domar un potro como echar un pial "de volcao", a participar con sus pingos en una "polla", que los tenían y de los buenos. Les sobraban a ambos conocimientos sobre diversiones de campo; y sobre todo Rosa Ávila tenía fama de ser un excelente "visteador"; de ahí que estuviera "prendido" en cuanto se armaba en las "esquinas" una jarana de tal naturaleza.

Un día, conversando entre gente amiga, supo que andaba por Azul don Julián Andrada, nada menos que el compañero inseparable de Juan Moreira hasta su muerte, en el año mil ochocientos setenta y tantos.

Don Julián ya no era el hombre joven y ágil que había cumplido muchas hazañas junto al famoso Moreira. Había nacido por las tierras de Navarro, allá por 1846; vale decir que a principios de siglo [XX] tendría sus 59 años bien cumplidos.

Llegó Andrada al Azul después de haber recorrido con su familia, siempre en trabajos de campo, los pueblos de Lobos, 25 de Mayo, Olavarría y Tandil, conservando siempre su fama de hombre capaz de defenderse y salir airoso en cualquier entrevero, daga en mano.

Por su parte, como decía antes, Rosa Ávila se tenía fe para el cuchillo y decidió "probarse" ante un hombre de los kilates de Julián Andrada.

Un día se conocieron y, entre charla y charla, salió a relucir la cuestión de las "visteadas", del aguante y la valentía para pelear a pie firme; y una palabra trajo la otra y por fin el desafío: un duelo criollo al primer corte...

Y ambos estuvieron de acuerdo. ¿Cómo no iban a estarlo y aceptar la lucha, si tanto Andrada como Ávila eran gauchos capaces de probarse con la "herramienta" en la mano?

Poco después, un día se encontraron en un campito de las instalaciones feria de la Casa Ávila, situadas más allá del "Gas Viejo" de esta ciudad. No había público. El duelo se había mantenido en secreto. Sólo lo presenciaron Anselmo Garro (padrino de Julián Andrada), Pacomio Ávila (padrino de su hermano Rosa) y don Roque Arbeletche, un porteño que vino a oficiar de "tercero", por si había dudas...

Y comenzó el duelo: empuñaron la daga con la derecha, bien cubierta la zurda con el poncho, escondiendo la mitad del cuerpo para evitar un "dentre" peligroso a la barriga. Pasaron los minutos. Se hicieron varios tiros de hacha y punta, y don Rosa, un tanto cansado, dio un traspié y medio se enredó en las espuelas y ahí nomás estuvo el golpe certero de don Julián y el primer corte...

Terminó la visteada. Se abrazaron Andrada y Ávila y quedó para la historia, grabado en sendas notas gráficas, un duelo criollo que tuvo como protagonista en Azul a uno de los más famosos gauchos de la provincia: don Julián Andrada, quien antes de fallecer, allá por agosto de 1928, a los 82 años, solía recordar pasajes de esta original aventura.

[Referencias: artículo firmado sin seudónimo, sino como Pedro Borghi López. Publicado en El Tiempo el domingo 9 de julio de 1967. El título original es "Julián Andrada y Rosa Ávila" y lleva un subtítulo: "Daga a daga se enfrentaron dos criollos de ley, allá por el 900 en una visteada famosa". Archivado en Hemeroteca JMO de Azul].


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