ESPECIALES DE "EL TIEMPO"

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George Heinrich: el artillero nazi que vivió en nuestra ciudad

En los diarios de la época se hizo referencia, pero pronto el caso pasó al olvido: un tripulante del Admiral Graf Spee -el acorazado hundido en el Río de la Plata en 1939-, vivió el resto de sus días en esta ciudad y fue sepultado en el cementerio local. Sin embargo, pocos saben de la existencia de George August Heinrich, el único efectivo militar nazi que vivió en Azul.

Por: Marcial Luna
25 de septiembre de 2022

Habitualmente en nuestro país se relaciona el arribo de personajes de mayor o menor jerarquía dentro de la estructura del Tercer Reich, en coincidencia con la finalización de la Segunda Guerra Mundial y el ascenso del peronismo al poder. Sin embargo, el caso que aquí se expone demuestra, cuanto menos, que ya había nazis radicados en Argentina en el inicio de la década del '40.

Es posible reconstruir parte de la historia del artillero del Graf Spee. George August Heinrich nació el 4 de enero de 1915 en la calle América N° 10, en Cuxhavin, un pueblo perteneciente a la provincia de Prusia, sobre la desembocadura del río Elba en el Báltico. Fue criado en la base naval de Kiel, donde su padre ocupaba el cargo de administrador general de la Iglesia Católica romana, en la Armada de Guerra de Alemania.

A los diez años de edad ya era radioaficionado, había instalado una enorme antena en su casa y provocaba constantes molestias a sus padres, producto de las operaciones que realizaba durante el día y parte de la noche.

Heinrich tenía diecisiete años cuando ingresó a la Armada alemana. Previamente cumplió con una obligación militar de su país: un año de adiestramiento en el III Regimiento de Infantería, en Swinemeide. Luego de ese período de servicio, Heinrich fue destinado al acorazado SMS Schleswig-Holstein. La nave había tenido una destacada actuación en la primera conflagración mundial (1914-1918) y era orgullo de la Armada alemana.


El Graf Spee a poco de ser bombardeado.

Heinrich permaneció seis meses a bordo del Schleswig-Holstein y luego fue trasladado a la Escuela de Suboficiales de la Armada, en Plon, a unos treinta kilómetros de Kiel. En el año 1936 finalmente fue destacado al acorazado Admiral Graf Spee. Permaneció destinado allí hasta el momento en que la embarcación fue hundida.

Este alemán que terminaría sus días en la ciudad de Azul, víctima de la soledad y el alcohol, era artillero de la «Torre A» del Graf Spee. Con veinticuatro años de edad, Heinrich tenía catorce hombres bajo su mando en el acorazado.

Mientras formó parte de la tripulación del Graf Spee, se produjo un solo combate: "Fue el de Punta del Este, contra tres cruceros ingleses. En esa ocasión murieron treinta y seis compañeros", reveló el artillero alemán en el año 1962. También explicó la misión del Graf Spee en el Río de la Plata: "Andábamos navegando con el propósito de interceptar a los buques frigoríficos que salían del puerto de Buenos Aires. Ya se había declarado la guerra", cuando el año 1939 estaba llegando a su fin.

La misión del acorazado fue la de destruir barcos mercantes enemigos. A fines de septiembre se cobró la primera víctima: el carguero inglés Clement. Hasta el 7 de diciembre de ese año, en que logró su último objetivo -el hundimiento del carguero Streonshalh-, varias embarcaciones fueron destruidas por el Graf Spee: los mercantes Ashlea y Newton Beech, el vapor Trevanion y el petrolero África Shell, y los barcos Doric Star y Tairoa, además de capturar varias embarcaciones.

Por aquellos años se discutió copiosamente sobre las causas del hundimiento del acorazado. Heinrich afirmó que el motivo por el cual se decidió el hundimiento fue "para que el enemigo no conociera los adelantos técnicos de nuestro buque, que solamente los japoneses y los alemanes poseíamos". El artillero, además, recordó que el Graf Spee alcanzó a hundir "unos diez buques, de bandera inglesa y francesa, en distintos mares: en el Atlántico Sur, al Norte de Brasil y la mayoría en las costas africanas".

La llegada a Azul

Cuando se produjo el ataque al Graf Spee, el 13 de diciembre de 1939, Heinrich tenía 24 años de edad. Junto con parte de la tripulación, se instaló en Argentina y, durante algún tiempo, permaneció en la Isla Martín García. Luego, al igual que sus compañeros, quedó en libertad de acción. Vivió en Rosario, donde tuvo compañera y un hijo: Juan Carlos Heinrich. Pronto emprendió viaje hacia Azul, como operario de una empresa.

El médico y escritor azuleño Julio Cordeviola lo conoció y le propuso atender la caldera del Hospital de Niños. Hasta ese momento la caldera trabajaba con gasoil y la intención era que lo hiciese a gas, por lo que se debía efectuar una modificación. George Heinrich era un experto en este tema y no dudó en aceptar la propuesta. Desde ese momento, se quedaría en Azul hasta sus últimos días.

En entrevista con EL TIEMPO, Beatriz Cañete -que trabajó más de treinta años en el Hospital Materno Infantil de Azul-, recordó que Heinrich no tenía trabajo fijo, por lo que sobrevivía realizando changas. Fue Cordeviola quien le ofreció quedarse en el hospital de manera permanente y el alemán aceptó. Por su parte, Clotilde Gentile -que trabajó muchos años en ese mismo hospital- recordó que Heinrich había llegado a la ciudad de Azul como empleado de una empresa dedicada a las obras de gas.

"Las calderas funcionaban a gasoil y esa empresa, de la que Heinrich era un operario más, vino a instalar el gas natural, para calefacción y la cocina. No supimos bien qué pasó, pero lo que se comentaba en ese momento era que Heinrich fue dejado en Azul. Tal vez haya tenido algún problema con ese hombre judío que estaba a cargo de la empresa", apuntó Gentile y recordó al alemán como "un hombre de una inteligencia terrible, tenía una personalidad muy especial, muy particular". También el alemán atendió la caldera de la Escuela N° 1 de Azul.

Tuvo que pasar bastante tiempo hasta que los que trabajaban en el Hospital de Niños con Heinrich descubrieran "que se emborrachaba. Tomaba sólo cerveza o vino. Primero se emborrachaba por las noches, hablaba solo, a veces en alemán, otras en castellano. Recordaba cosas de Alemania, de su padre, a nosotros nos hablaba siempre de una novia que tenía en Alemania, cuando era jovencito".


Facsímil de la carta que envió Heinrich a Oyhanarte el 25 de noviembre de 1981, desde el Hospital de Chillar.

No sólo comenzó a atender el sistema de calderas del Materno Infantil, sino que también se desempeñó como electricista y, en general, fue ocupado en distintas tareas de mantenimiento. Solo, sin familia -es confuso este episodio en su vida, ya que nunca más volvió a ver a su mujer e hijo desde que abandonó Rosario-, abrumado por el episodio del acorazado, no sólo obtuvo un empleo en el Hospital de Niños azuleño. Allí, además, se le brindó hospedaje.

En los fondos del Materno existía una habitación destinada a los trastos viejos. Fue acondicionada y en ella se instaló Heinrich muchos años. Un exprofesional del Hospital Materno Infantil de Azul, David Pérez Castañeda, confirmó a EL TIEMPO que Heinrich fue ocupado para solucionar principalmente los problemas eléctricos y que no perteneció a la planta oficial: su sueldo fue abonado por la asociación cooperadora del nosocomio. Dijo además que era evidente que Heinrich "quedó mal después de la guerra, de todo lo que pasó, del barco hundido".

Esos episodios y la soledad fueron los desencadenantes para que Heinrich comenzara a consumir alcohol. Ello le ocasionaría serios trastornos de salud. "Tomaba mucho", recordó el laboratorista Pérez Castañeda, "pero fue un hombre muy correcto, conservó su dignidad".

Beatriz Cañete lo definió como "un superdotado", pues "sabía hacer de todo"; y recordó un episodio: "Cierta vez se armó un equipo de radio y comenzó a comunicarse con todos lados". Desde joven era radioaficionado. No pudo obtener la correspondiente matrícula nacional, en Argentina, por los requisitos legales que regían entonces la actividad. "Era un hombre exquisito. Sabía de música clásica, de historia, incluso mucho de la historia argentina. A menudo escuchaba obras de Brahms, Schubert, siempre clásico y óperas. Le gustaba leer mucho, tomaba cualquier diario y buscaba siempre las noticias científicas. Eso lo atrapaba."

"Don Jorge"

Los vínculos familiares son, sin duda, los que mayor incógnita encierran. "Nunca se supo si se casó o vivió en pareja en Rosario, pero tuvo un hijo, que es ingeniero y lleva su apellido." Cierta vez este hijo apareció en el Hospital de Niños de Azul porque quería ver a su padre, según recordaron varios testigos. George Heinrich no quiso recibirlo.

En la primera oportunidad se encontraba ebrio, se encerró en la pieza y allí se quedó, argumentando que estaba "como una piltrafa" y que no quería mostrarse así. Pero lo mismo ocurrió en la segunda visita que realizó su hijo. Jamás volverían a verse y se perdería todo contacto en esa relación padre-hijo.

Las personas que fueron consultadas durante la realización de esta investigación, aseguraron que Heinrich en Azul tuvo algunos noviazgos. Se trató más bien de relaciones esporádicas, que él además mantuvo en reserva. Al menos en esta ciudad no vivió en pareja.

Heinrich logró cobrar una pensión de guerra -puntualmente como extripulante del Graf Spee-, percibida en marcos alemanes. El dinero lo gastó rápidamente en sus vicios. Algunos recordaron también que compraba enormes cantidades de verduras y frutas, y las llevaba a casa de una novia. Cierta vez el bulto era tan pesado que se hizo llevar con un chofer del hospital, pero bajó antes de llegar a destino: quería mantener su vida privada en reserva.

Todos los entrevistados coincidieron en señalar que Heinrich "era muy reservado" y "muy respetuoso, incluso cuando estaba ebrio". Pero las borracheras comenzaron a repetirse. Sus compañeros del Hospital de Niños le aconsejaban permanentemente que dejara de consumir alcohol, porque -trataban de convencerlo-, irremediablemente ello le acarrearía problemas de salud.


La tumba de Heinrich en el cementerio de Azul y la placa de aluminio con el nombre y fecha de fallecimiento.


En efecto, pronto el artillero nazi comenzó con problemas cardíacos. Tuvo que ser internado en el Servicio de Psiquiatría, una vez que las borracheras comenzaron a repetirse con frecuencia. El periodista de EL TIEMPO Miguel Oyhanarte fue a visitarlo y, al verlo que estaba en la cama con un jarro que contenía un líquido oscuro, le preguntó qué estaba bebiendo. "Coca-Cola", respondió Heinrich, con la voz firme de siempre. En realidad, era vino tinto con rodajas de banana. En los últimos años de su vida, el estado de salud fue complicándose cada vez más.

Al requerirse una descripción física de Heinrich, Beatriz Cañete aseguró: "Medía más de un metro ochenta, muy rubio, con ojos celestes cristalinos. Era un hombre delgado, que caminaba muy derecho, tanto que iba con los brazos hacia atrás. Un hombre muy buen mozo. Todos decíamos en el hospital que siempre tenía problemas para conseguir zapatillas, por el número que calzaba. Hablaba con el acento alemán, pero hablaba y entendía bien el castellano; es decir, hablaba a media lengua, con el tono seco de su idioma de origen. Él era de gritar muy fuerte, cuando transmitía con su radio, y en alemán. Muchas veces teníamos que golpearle la puerta de la pieza, decirle que no gritara porque estaba en un hospital. Él hacía caso, pero a los días volvía a repetirlo. "Don Jorge" -así lo llamaban todos en el hospital y en los lugares que frecuentaba- vivía muy austeramente, era generoso con los demás; un hombre muy prolijo y limpio. Siempre usaba pantalones color caqui, camisa y zapatillas. En invierno solía ponerse esas camperas impermeables, largas. Cuando empezó con los problemas de corazón usaba polerones y la campera".

Cuestión de orgullo

George Heinrich tenía en su habitación un loro y, en sus ratos libres, le estaba enseñando a hablar. Alguna que otra vez el "perico" repitió algo "inconveniente" a una empleada, pero el caso fue tomado con humor en el hospital. También tuvo una perra, a la que llamó Laika, como aquella que había sido enviada a la misión espacial rusa de 1957. La perra dormía con él en la habitación, subida a los pies de la cama.

Con sus compañeros de armas no perdió contacto. Si bien las cartas personales no fueron conservadas, los entrevistados recordaron que mantenía correspondencia con un alemán que residía en La Cumbrecita (Córdoba). Este hombre le ofreció en reiteradas oportunidades ayuda económica a Heinrich -en el caso de que la necesitara-, pero el artillero nunca respondió a ese ofrecimiento. "El orgullo alemán lo impedía", aseguró Oyhanarte, que pudo conversar con él sobre el tema.

Heinrich rara vez habló en el hospital de su paso por las filas nazis. Sí lo hizo, en cambio, en los bares y en EL TIEMPO, cuando visitaba al periodista Oyhanarte.

En el hospital se recordó que Heinrich a menudo saludaba -ante quienes tenía confianza- levantando el brazo derecho a la altura del hombro, como algo natural. "Estaba consustanciado con el régimen nazi", ello era evidente, recordó Beatriz Cañete.

Heinrich, sin embargo, por el hecho de residir ya en Argentina, no conoció algunos de los horrores que cometió en nazismo en Europa -sobre todo, el período de la "Solución Final"-, puesto que su historia militar terminó a los pocos meses de haber comenzado la Segunda Guerra Mundial. Pero el haber defendido siempre el régimen instaurado por Hitler indica que su adoctrinamiento resultó efectivo: tal como ocurrió con el del resto de los nazis que defendieron esa causa, nunca dejaron de cuadrarse ante los emblemas del Tercer Reich y conservaron su respeto y devoción por aquel líder que algunas potencias mundiales dejaron crecer y desarrollarse desde 1933.

En el Hospital de Niños de Azul son muchas las anécdotas que fueron perdurando en torno a la figura de Heinrich. Una ocurrió hace muchos años, cuando una familia -que vivía al lado del Materno Infantil- se quejó por algunos ruidos que provocaba este alemán ya entrado en años. Lo retaron y Heinrich cesó sus comunicaciones radiales; pero al día siguiente la familia en cuestión escuchó un alboroto en el gallinero que tenía en el fondo de la casa. Fueron hasta el lugar y descubrieron que las gallinas saltaban de un lado para otro. Una observación del lugar permitió detectar la causa: Heinrich había electrificado el gallinero.

Ya en los últimos meses de vida, el artillero nazi tomó conciencia de que su situación era delicada. Utilizaba oxígeno cuando le faltaba el aire. "El mismo se ponía [la máscara], no pedía ayuda a nadie". El 25 de noviembre de 1981, internado en el Hospital de Chillar, Heinrich despachó una carta cuyo destinatario fue el periodista Oyhanarte, quien lo había tratado desde su llegada a la ciudad, en la década del '40. En esa carta -que se transcribe íntegramente, respetando la grafía-, Heinrich explicó su situación personal y admitió su problema con el alcohol:

"Me dirijo a Ud. por mi actual situación en la que me encuentro. Del Hospital de Niños me alejó el Dr. Moguiyansky [sic], actual director. Entre el Hospital Municipal y el Hospital de Chillar estoy asi 9 meses internado. El Dr. Cordeviola, coordinador de Zona Sanitaria, es un exelente hombre, era y es bueno conmigo. Alguna culpa a lo que paso tengo yo. Para hacerme revisar un brazo fracturado y enyesado me llevaron al Hospital Municipal, y asi me sacaron de la pieza y del Hospital de Niños para siempre. Hace mucho que estoy buscando vivienda en Azul. Ahora me la hace falta bastante urgente. De Alemania recibo una pequeña suma mensual. Con esta puedo pagar el alquiler y los demás gastos míos (y le pregunta al cronista, ya que éste) conose todo Azul si es posible encontrar para mi algo de esto, preferible lugar o casi habitado por pocas personas, familia, señorita o señora. No estoy capacitado para andar mucho. Estando mejor de la salud, me largaría para cualquier parte de la Repb. Argentina que por el momento imposible es para mi. El vino y la cerveza fui al olvido. Por favor vea si hay algo para mi y contesteme. Seré muy agradecido [...] Jorge Heinrich. Y muchas gracias».

El fin

El 1 de diciembre de 1981 EL TIEMPO difundió una novedad que vino a solucionar el problema de Heinrich: "[un vecino azuleño] se preocupó por el caso y tuvo una feliz idea: interesar a la gente de la Unión de Ex Conscriptos de la Armada (UECA), en razón de la afinidad que este nucleamiento de ex marineros tiene con el pasado de Heinrich, quien después de ser protagonista del único combate naval que, en el marco de la Segunda Guerra Mundial, tuvo por escenario al Río de la Plata, se dejó caer en brazos de la nunca desmentida hospitalidad argentina. Y así, de sus 67 años vividos, 43 han transcurrido en nuestro país."

La UECA le ofreció a Heinrich una habitación en la sede de la entidad, Castellar 570, teniendo en cuenta su pasado en la Armada alemana. Para el 17 de febrero de 1982, Heinrich ya se había instalado en ese lugar. Gratuitamente se le cedió una habitación, "con televisión y todo", dijo el alemán, asombrado. Pero era evidente que al cuerpo le costaba responder de manera adecuada, luego de los castigos de alcohol y los años.

Según consta en los archivos del Registro de las Personas de Azul, Heinrich falleció el día 9 de abril de 1982, cuando tenía 67 años de edad. El acta de defunción aporta otros datos: casado (aunque no se informa con quién), domiciliado en Castellar 570 de Azul, con cédula de identidad número 8.853.781.

El acta de defunción fue realizada por el doctor Antonio Lupo. Constató, como causa de muerte, un "edema agudo de pulmón e insuficiencia cardíaca, miocardioesclerosis." Una sola participación se publicó en los periódicos, realizada conjuntamente por los médicos y el personal del Hospital de Niños de Azul y la UECA.

Al día siguiente fue sepultado en la sección segunda del cementerio municipal. Domingo Maddío, de la UECA, conservó la documentación personal de Heinrich algún tiempo, creyendo que su hijo lo iba a reclamar. Como no ocurrió, la documentación se envió a la embajada alemana en Buenos Aires.

Una cruz de hierro torneado, clavada en la tierra, y una placa de aluminio con la inscripción de su nombre y la fecha de muerte, es lo que queda, junto con esta historia, del artillero que perteneció a la estructura militar nazi y que terminó sus días en esta ciudad Pampa húmeda, muy lejos de su Prusia natal.

Nota del autor: la primera versión de este artículo se publicó en este diario el 19 de enero de 1997. Fue posible reconstruir esta historia gracias a los apuntes y documentos que conservó el periodista Miguel Oyhanarte en su archivo -al igual que las fotografías-, quien me encomendó ese año esta investigación y me facilitó su material. Se completó el trabajo con las entrevistas citadas oportunamente y dos relevamientos precisos: uno en el Registro de las Personas (acta de defunción) y otro en el archivo y parcelas del Cementerio de Azul, tarea que permitió hallar la tumba de Heinrich.


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