24 de marzo de 2022

INFORME ESPECIAL

INFORME ESPECIAL. Hallazgo de huesos, continuidad etnocida

Por Nahuel Mirande, -estudiante de Ciencias Políticas del ISFD N°2

A mediados del mes de septiembre del 2021, el hallazgo de un cadáver humano en el Regimiento de Azul requirió la presencia del Equipo Argentino de Antropología Forense, encendiendo las alarmas de los grupos de DDHH. Es menester destacar que, a pesar del tiempo, no estamos curados de espanto, seguimos reconociendo la carga simbólica-material de las instituciones castrenses y políticas en la historia local y nacional.

Si hiciéramos una datación ordenada sobre algunos de los sucesos acecidos en el regimiento de Azul desde sus orígenes, podríamos decir que, las gestiones por la construcción de los cuarteles se intensificaron durante la gobernación del fascista Manuel Fresco, y la intendencia de facto de Agustín J Carús (1936-1940). Esta iniciativa fue robustecida por el peso de la "Comisión de Vecinos Pro Cuarteles", encabezada por el obispo César Caneva, y una legión de apellidos de la burguesía local y nacional, cuyos beneficios estuvieron vinculados a la venta de terrenos y la edificación de la obra, entre ellos se destacan las firmas Toscano y Benito Roggio. Esta comisión tuvo como tarea comprometer a sectores de la ciudadanía a colaborar con acciones "benéficas" al desarrollo de la obra y la instalación de ese cuerpo militar.

En 1967 se instaló en dichos cuarteles el Regimiento de Caballería Tanques 10 "Húsares de Pueyrredón", en cuya empresa reposaban acciones militares tales como; la segunda campaña de Martín Rodríguez contra los pueblos originarios, el acompañamiento a las "expediciones" asesinas de Federico Rauch contra los Ranqueles, Campaña al Desierto al mando de JM de Rosas. Asimismo, en 1921 participó del exterminio de más de mil quinientos huelguistas en lo que pasó a la historia como "la Patagonia rebelde".

En el año 1974 el Ejército Revolucionario del Pueblo llevó adelante un intento de copamiento al regimiento de Azul, -en el que fueron tomados prisioneros dos combatientes que posteriormente fueron desaparecidos-, y cuya consecuencia política fue el llamado de Perón a hacer sonar el escarmiento, robusteciendo la movilización de las huestes de la triple A. Luego del golpe del 76 funcionó en ese sitio un Centro Clandestino de Represión Ilegal, donde la justicia probó que fueron perpetradas, torturas, vejaciones y fusilamientos. Aún hay familias que aseguran que los restos de víctimas del terrorismo de Estado yacen en las inmediaciones de dicho regimiento, o aún peor, a pocos metros del mismo, en lo que fue también un sitio del horror, y en el que actualmente funciona, (macabramente), un jardín de infantes. Por su parte, el museo del regimiento reluce en sus vitrinas "tesoros" que reivindican su vida y praxis en la historia, entre ellos el sable ensangrentado de Héctor Varela, genocida responsable de la matanza de obreros en la Patagonia, o la carta de Perón de 1974 donde alienta a los aparatos represivos y paramilitares a llevar adelante un exterminio sobre una parcialidad social. Todos estos elementos históricos, remarcan la conservación cultural de las instituciones castrenses en su desarrollo intrínseco y en su dialogo con la comunidad.

Como era de esperarse, una noticia de este tenor despertó viejas polémicas en la sociedad.

Esta introducción se remite a que, en los portales digitales se dieron lugar debates y opiniones que reproducen mayoritariamente continuados discursos etnocéntricos de connotación etnocida, de visión peyorativa hacia la otredad, y amerita buscar aproximaciones a los porqués de este tipo de reproducciones. En tales argumentaciones discursivas encontramos posturas negacionistas o justificadoras del terrorismo de Estado ("algo habrá hecho"), teoría de los dos demonios ("fue una guerra, ponían bombas") y otras aún más osadas, en donde se le resta importancia al cadáver, ya que, para el emisor los restos óseos pertenecerían a un "indio" ("negación del otro"). Se presentan tres posibilidades ante el hallazgo del cuerpo, si fue un guerrillero "está bien muerto", si fue desaparecido "por algo será", y si fue un catrielero "no importa", hablamos del sorpresivo hallazgo de una muerte sin resolver, un cuerpo inerte enigmático, pero las posibilidades de que la perdida de vida sea de un "otro" resultaría ser justificada o menospreciada por una parcialidad social ¿Por qué?

El Estado es, sobre todo, en grado supremo, el órgano de la disciplina moral, el Estado no es algo etéreo, ni inventa sus "representaciones". Es, para empezar, un parásito de la conciencia colectiva más amplia, a la que, recíprocamente regula. "El problema de la sociología, consiste en buscar, en medio de las diferentes formas de la coacción social, las diversas formas de autoridad moral que les corresponden y en descubrir las causas que determinaron estas últimas" (Durkheim, 1912: 208, n.4: una respuesta a los críticos. Énfasis nuestro). Cabría preguntarse entonces, ¿Cuáles son las causas que determinaron la autoridad moral capitalista en Argentina? Este disparador micro nos da la posibilidad de expandir nuestra óptica abriendo el ángulo de la cuestión.

La ciudad de Azul está fuertemente enlazada con dos hitos de la historia nacional. Por un lado, fue un centro regional de operaciones en la última dictadura militar, pero, también, fue testigo del inicio de una campaña genocida contra los pueblos originarios en la Patagonia.

Para el antropólogo anarquista, Pierre Clastres, los genocidios y etnocidios son más antiguos que los vocablos que las nominan, ya que, el termino genocidio es implementado por primera vez, -jurídicamente-, en los juicios de Nuremberg en 1946, pero pueden registrarse exterminios genocidas mucho antes de las atrocidades del nazismo. Sin ir más lejos, la campaña genocida que parte desde la ciudad de Azul en 1876, careció de un marco legal de juzgamiento a los responsables de semejante matanza. Clastres sintetiza las definiciones y diferencias terminológicas de estas vejaciones criminales en el siguiente párrafo "En suma, el genocidio asesina los cuerpos de los pueblos, el etnocidio los mata en el espíritu. Tanto en uno como en otro caso se trata sin duda de la muerte, pero de una muerte diferente: la supresión física es inmediata, la opresión cultural difiere largo tiempo sus efectos, según la capacidad de resistencia de la minoría oprimida." (Clastres 1996 56).

Podríamos aducir entonces, que asistimos a una opresión cultural de larga data, cuya continuidad se reproduce no sin mediar con la resistencia de vastos sectores de la sociedad que se oponen al discurso hegemónico que impregnan las clases dominantes. Las particularidades históricas de una comunidad pueden exacerbar ciertos rasgos y matices, pero, ¿Existe una continuidad en la construcción etnocida de la otredad?, En tal caso, ¿Qué rasgos ha adquirido ese otro? ¿Cuál es el rol del Estado frente a ello?

Dos genocidios, una historia de Estado etnocida

La historia argentina se encuentra atravesada por la instalación y aplicación de poderes desaparecedores y de exterminio, en periodos de tiempo equidistantes, pero con consecuencias constantes en la reproducción del pensamiento y praxis política, amparado en las prerrogativas del Estado burgués. Se introduce en esta cuestión el concepto del EGO del "yo" cartesiano, vinculado al poder, un "yo exterminador" que persigue incesantemente a la otredad como amenaza peligrosa u obstáculo, sin necesidad de que el enemigo político sea moralmente malo, o estéticamente feo, porque, el enemigo es simplemente otro que debe perecer, mientras el "yo" debe imponerse. Un "yo" que coacciona en beneficio de las relaciones sociales capitalistas, que hasta en forma histórica son la madre de la criatura.

"La Campaña del Desierto", arrojó como consecuencia el exterminio de decenas de miles de originarios, siendo aniquilada la mayoría de la población "indígena", mientras que las minorías sobrevivientes corrieron a su vez una suerte penosa, pasado a ser mano de obra esclava o semi-esclava, siervos de la oligarquía terrateniente. El término Conquista del Desierto se juzgaría con el peso de los hechos, por un lado, porque de conquista tuvo poco, fue una carnicería humana, un crimen genocida, exterminador, una masacre militar contra las etnias en afán de beneficiar la acumulación (capital-tierra) de un puñado de poseedores parasitarios de grandes latifundios. El paradigma cultural europeo asignó la categoría de desierto a todos los territorios no apropiados por la producción, es decir, según los conceptos capitalistas lugares aún no explotados para el trabajo. El término "desierto" es estigmatizante, es un concepto que se traslada desde las clases dominantes "una imagen de vacío, de espacio potencialmente ocupable, conquistable, imagen que negaba a sus habitantes por considerarlos no aptos, y por lo tanto prescindibles" (Gómez Romero, Se Presume Culpable). El exterminio del indio concluyó en el afianzamiento del latifundio, limitando el desarrollo de las fuerzas productivas, bloqueó el poblamiento del campo, y el desarrollo del mercado interior.

En forma continuada, se llevó adelante un proceso de destrucción espiritual y cultural profunda, lo que sería en términos Clastreanos "un proyecto de reducción de lo otro a uno mismo", "disolución de lo múltiple a uno". En este caso, hay que destacar las particularidades espacio/tiempo de los acontecimientos, la aceleración violenta del exterminio en base a las necesidades de consolidación del Estado-nación argentino y su rol en la división del trabajo. El Estado según Clastres, "...es esencialmente, la puesta en juego de una fuerza centrípeta que tiende, si las circunstancias lo ameritan a aplastar las fuerzas centrifugas inversas...", "...el Estado se autoproclama centro de la sociedad, el todo del cuerpo social... ", "... la potencia actuante de lo uno, la vocación de negación, el horror a la diferencia..." Clastres, Sobre el etnocidio.

El genocidio/etnocidio en la Patagonia es la reafirmación dicotómica del "yo" y el "otro", trasladado a "sujeto" y "objeto", precedido por el binomio movilizador de civilización (yo) o barbarie (otro). Con estos acontecimientos se imprime el carácter del Estado argentino, que se caracterizará por reproducir esta fórmula dual de modo variable y circunstancial, pero obedeciendo siempre a su régimen de producción económico que es, a su vez, lo que lo convierte en etnocida. El régimen capitalista no tiene tregua con las parcialidades que se alejan de sus parámetros de productividad, y menos aún con las que buscan transformar los modos y la posesión de los medios de producción. Quien no acepte las necesidades depredatorias de las relaciones de producción capitalista debe abstenerse al dilema de ceder o desaparecer, y en determinados casos ambas opciones.

La última dictadura militar termina de configurar la continuidad histórica del Estado ante la otredad, y el dialogo entre genocidio y etnocidio. El terrorismo de Estado llega al 76 con el trajinar de una extensa carga dicotómica, antagónica, que no es conveniente enumerar debido a su incesante continuidad, y valga la redundancia, a su extensión. Lo que sí es pertinente mencionar, es que, la construcción del otro depende de las necesidades políticas del Estado en un tiempo/espacio determinado. La irrupción de la clase obrera como "sujeto" durante los estallidos de 1969, puso bajo amenaza constante la continuidad de la burguesía en el poder, acotando de recursos políticos a la misma. Para Pilar Calveiro, las intenciones de Videla y su sequito era hacer una operación de "cirugía mayor", extirpar el cáncer, la eliminación definitiva que amenazaba, desde la perspectiva quirúrgica de los militares, la integridad del cuerpo social.

Uno de los puntos cuidadosamente descuidados por la historiografía nacional, -en cuanto a la construcción del arquetipo subversivo-, es la formación de la triple A, un plan contrainsurgente traído desde Italia por el fascista masón Licio Gelli, quien había sido miembro de las camisas negras de Mussolini. La Gladio europea auspiciada por la CIA había participado de la persecución del Che Guevara de la mano del criminal de guerra nazi Klaus Barbie. Por su parte, Milo Bogetich, criminal de guerra, miembro de la red terrorista croata Ustasha, junto a Rucci, fueron piezas claves del entramado, como se demostró en la masacre en Ezeiza. No casualmente los primeros grupos de la Triple A se autodenominaron Comando Rucci. En Azul pocos recuerdan o conocen los atroces atentados de las organizaciones fascistas de la derecha peronista que dinamitaron la casa del abogado laboralista Minellono a menos de diez metros de la portada del parque municipal, pero en el imaginario la amenaza "subversiva" sigue representando la imagen de lo peligroso e inaceptable.

El Genesis del "yo extermino" del Estado terrorista de los 70 en argentina, tuvo una fuerte y creciente influencia paraestatal con raíces expertas, importadas del mayor genocidio de la historia del siglo XX, se reproduce en ese sentido la lógica fascista del terror. "La implementación de un conjunto de medidas políticas, económicas y terroristas, respaldadas por pactos clandestinos de cooperación represiva, que buscó detener la avanzada de partidos políticos de izquierda en Latinoamérica. La existencia y funcionamiento de dichos pactos dejó en evidencia una gran capacidad de comunicación, coordinación y trabajo conjunto entre las juntas militares: "Cómo se indicó, coordinaron la represión a través de una estrategia conjunta bajo el símbolo del cóndor".

La lógica binaria de la otredad es una gesta progresivamente regresiva. En el caso del genocidio a los pueblos originarios puede registrarse la categorización del gobierno rosista "indio amigo", "indio enemigo". La constante puja de intereses contrapuestos entre las sucesivas direcciones del Estado y los pueblos originarios fue tachando la posibilidad de una "amistad" táctica, y liquidando la posibilidad de existencia de ese otro. El "indio amigo" no solo debía ser servil al interés del "blanco", sino que, debía ser blanco. Cipriano Catriel es un ejemplo de esa intentona etnocida, se le asignó la categoría militar de general, (aunque no gozaba de los privilegios de un general blanco), se le otorgó una casa en el radio céntrico, y se le dio convite en forma despectiva a los lugares de la elite. Otro caso similar es el de Ceferino Namuncurá, nieto del Cacique Calfulcurá, símbolo vaticano de la reconversión etnocéntrica y trofeo simbólico luego del genocidio en la Patagonia, falleció a los 18 años de tuberculosis. El extermino, por un lado, la destrucción cultural y la re-educabilidad para garantizar la no reproducción de futuras generaciones en sus propios términos.

En el caso de las dictaduras en el Cono Sur, y particularmente en Argentina, la lógica binaria estuvo en la instalación de una guerra interna, promovida por "agentes externos". Un enemigo subversivo invasor, fogueado por el interés del comunismo, y la "defensa de la patria" ante semejante amenaza del cuerpo social, representada por las juntas militares. "Como el universo se divide entre mis amigos y mis enemigos, todo aquel que potencialmente considere enemigo, pasa a serlo de hecho. Es otro extraño, preferentemente extranjero o infiltrado, un intruso, perfectamente diferente a mí, a quien puedo reconocer de inmediato porque está desprovisto de cualidades humanas." (Calveiro 2008 89).

"El arquetipo del guerrillero, eje de la subversión, que construyeron los militares lo mostraba como alguien que servía a intereses extranjeros, generalmente comunistas, un extraño. (...) En sus vidas privadas no poseía pautas morales de ningún tipo; no valoraba a la familia, abandonaba a sus hijos, sus parejas eran inestables, no se casaba legalmente y se separaba con frecuencia." (Calveiro 2008 94). Esta construcción arquetípica motorizó la degradación de la otredad a lo no humano, retrotrayendo a las personas a un origen animal. Este es un punto en común entre ambos genocidios atravesados por un siglo de diferencia, según Clastres se detecta un principio básico racista, justificando el exterminio como plaga animal.

Asimismo, aparece aquí la introducción etnocida, dentro de los dispositivos que buscaban alterar la conducta de determinado grupo social, aparecen el terror y la violencia para anular ciertas formas de vida, tortura, asesinatos, desaparición, apropiación de identidades y sujetos. "La desaparición de los presos políticos, más allá de ser corpórea, fue también espiritual, en términos clastreanos, porque implicó la intención de hacer desparecer modos de existencia". (...) El secuestro y la suplantación de la identidad de las nuevas generaciones es una práctica netamente etnocida, ya que busca configurar ciertas existencias de acuerdo a los valores propios (...), el crimen filiatorio agrega además la complejidad de una tercera muerte, ya que adiciona un corte brutal en la historia singular y colectiva, en tanto interrupción o directamente supresión, en la continuidad de las generaciones." (Feierstein y Levy 2004 168).

Entre los sucesos de exterminio en la Patagonia, y el terrorismo de Estado en los 70, hay un siglo de separación y un mecanismo constante de continuación que destruye y crea identidades en base a las necesidades de la reproducción y sujeción capitalista, almacenando la otrora del otro en la memoria del poder del "yo" exterminador y etnocida del Estado. Como plantea Walter Benjamin los derrotados padecen una doble muerte, no solo masacrados, sino disueltas también sus voces. En cada destrucción del otro se crea un poder que es acechado así mismo por las contradicciones propias de las relaciones sociales capitalistas, esto da lugar a una sistemática aparición de nuevos sujetos en resistencia.

Las clases dominantes derrochan en forma constante y sistemática una diferenciación sub ontológica con las clases y sectores oprimidos, un "yo" ser pensante y "otro" que está por debajo al ser, y que es prescindible, y hasta exterminable en caso de que no funcione como fuerza centrípeta.

En tal caso, es la rabia quien humaniza al oprimido, que emerge, que quiere ser, que grita. ¿Será ese el miedo a los cuerpos que yacen? ¿Será que esos restos que supieron "ser" cargan con memoria rabiosa y encienden las alarmas de los mecanismos etnocidas? Quizás sea la agobiante vigía de quien ante la diferencia busca la perfectibilidad del Otro, y si es posible la imposibilidad del Otro, pues el yo conquiro disciplina para precaver el yo extermino. Y mientras tanto los cuerpos aparecen y desaparecen en el panóptico centinela que selecciona perversa y exquisitamente los seres de este mundo.


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