YO DIGO

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La importancia, en el derecho y en la vida, de los signos de puntuación

Algunas reflexiones sobre el correcto uso de los signos de puntuación en los tiempos actuales, dominados por la comunicación virtual y donde muchas veces se hace una mala utilización de los mismos. La historia de una recusación, surgida de una errónea interpretación por parte del receptor de un mensaje.

1 de abril de 2024

Por Carlos P. Pagliere (h.) *

Con la revolución de la informática, en muy poco tiempo los ciudadanos del mundo cambiamos el modo de comunicarnos por escrito. Y no hablo de los medios gráficos (que también debieron adaptarse), sino de la comunicación directa entre las personas.

Desde tiempos inmemoriales hasta la década del ochenta del siglo pasado predominó un esmerado intercambio epistolar, a través de la correspondencia tradicional de tinta y papel. En los noventa, súbitamente pasamos a la correspondencia electrónica, más popular y menos prolija. A partir del año 2000, proliferaron los mensajes de texto -mediante SMS y las aplicaciones como WhatsApp y Telegram, entre otras muchas- y se convirtieron en el medio cuasi hegemónico de comunicación escrita.

El incesante tráfico de mensajes de texto produjo un efecto inesperado: hoy más que nunca, el idioma escrito tiene una importante incidencia en nuestra vida cotidiana. Pero debido al apuro con que se escriben, son escuetos y -por sobre todo- ortográficamente descuidados.

Y he aquí la cuestión: los mensajes de texto mal escritos dan lugar a malentendidos. De modo que el uso correcto de los signos de puntuación -que tradicionalmente sólo desvelaba a maestros, escritores, periodistas, legisladores y abogados-, de pronto se volvió un problema para todo el mundo.

Importancia de los signos de puntuación

La expresión escrita carece de los bastones sobre los que se apoya el idioma oral. La escritura, a diferencia de la voz, no tiene tono, inflexiones, énfasis ni silencios. Por ello precisa de los signos de puntuación; esto es: del punto, de la coma, de la interrogación y de la exclamación, entre otros.

La coma es esencial para organizar el mensaje. Como dijo el formidable escritor argentino Julio Cortázar, es la "puerta giratoria del pensamiento". Porque una coma es capaz de variar todo el sentido de la oración, al cambiar el sujeto y el predicado. Por ejemplo, no es lo mismo decir: "Vamos a comer, niños" que decir: "Vamos a comer niños".

Es más, según la coma esté o no presente, se expresa una cosa o diametralmente lo opuesto. Va un ejemplo: no es lo mismo decir: "No, espere" (que llama a la paciencia) que "No espere" (que invita a la premura). Tampoco es lo mismo decir "¡No tenga clemencia!" (que condena), que "¡No, tenga clemencia!" (que salva).

Incluso la ubicación de la coma cambia la significación de la oración, al transformar el rol de aquellas palabras que pueden operar, según el caso, como verbo, sustantivo, adjetivo o adverbio. Ejemplo: "Solicito empleada inútil, presentarse sin referencias" por "Solicito empleada, inútil presentarse sin referencias".

Y así podríamos seguir, por un largo rato, en vista de la multifacética función que cumple la coma en la lengua española.

Lo mismo se puede decir del punto, que cumple un rol similar. Pero mientras las comas operan como puertas giratorias que organizan las ideas, separando unas de otras; los puntos son como puertas comunes que debemos abrir cada vez, para pasar de un concepto a otro (y cuya última se cierra con llave).

La interrogación y la exclamación, por último, son fundamentales para mostrarnos las intenciones y emociones detrás de las palabras. Si faltan los signos de pregunta, una duda se transforma en afirmación. Si faltan los signos de exclamación, el entusiasmo se convierte en desinterés.

El rol del receptor del mensaje

En los mensajes de texto, los signos de puntuación suelen brillar por su ausencia. Sin embargo, es innegable que, la mayoría de las veces, igual nos entendemos. Ello se debe a la enorme capacidad de comunicación que tenemos los seres humanos.

Los malentendidos -derivados de la falta de signos de puntuación- pueden ser superados cuando el receptor interpreta bien el mensaje. Sea por el contexto de la conversación o porque sabe de qué forma o con qué intención escribe el emisor. Es decir, el receptor acaba por desentrañar el mensaje que el emisor -por apuro o descuido- no logra expresar cabalmente.

El problema se suscita cuando fallan estos correctivos que aplica el receptor del mensaje. Es decir, cuando éste no entiende -o entiende mal- lo que el emisor quiere decir.

En estos casos, dado el tenor de las conversaciones -que generalmente versan sobre cotidianeidades-, a lo sumo se suscitan tribulaciones, inconvenientes menores o anécdotas divertidas.

Pero, en ocasiones, los mensajes mal escritos son el origen de verdaderos infortunios y dramas. ¿Cuántas veces un texto equívoco o defectuoso ha sido motivo de desencuentros o disputas? ¿Cuántas veces nos hemos formado una mala opinión de alguien por un texto poco feliz?

La subjetividad del receptor del mensaje

Como adelantamos, si el mensaje no es claro o se presta a la ambigüedad, es el receptor quien termina por darle el verdadero sentido que le quiso imprimir el emisor. Por ello, la subjetividad del receptor juega, en todo momento, un papel principal.

El inconveniente es que esta subjetividad también se nutre de intereses y prejuicios.

Volviendo al genio de Cortázar, se le atribuye haber escrito la siguiente frase, que invitamos a analizar: "Si el hombre supiera realmente el valor que tiene la mujer andaría a cuatro patas en su búsqueda".

Si usted es mujer, con toda seguridad colocaría la coma después de la palabra "mujer". Si usted es varón, con toda seguridad colocaría la coma después de la palabra "tiene".

Esta diferente lectura de un mismo párrafo nos ilustra la importancia de los intereses del receptor a la hora de interpretar un mensaje ambiguo. Pero no debemos olvidar el gravitante peso de los prejuicios.

El mutuo conocimiento entre los interlocutores hace que el receptor espere un determinado mensaje. Es decir, el receptor hace una lectura positiva cuando del emisor espera un mensaje positivo; y, por el contrario, hace una lectura negativa cuando tiene mal concepto o espera un mensaje negativo de su interlocutor.

Y también influye la existencia previa de un conflicto, sea real o imaginado. Es decir, si el receptor se persuade de que el emisor tiene mala fe o abriga malos sentimientos, dará una interpretación negativa a los mensajes ambiguos.

Pero lo más peligroso del asunto es que, en ocasiones, debido a sus intereses y prejuicios, el receptor -directamente- malinterpreta un texto bien escrito. Ello es así porque la interpretación que se hace de un texto a veces refleja más lo que el lector quiere escuchar que lo que el escritor dice.

Un insólito caso del derecho

Hace algunos días, para mi asombro y estupor, una defensa particular pidió que me aparte en una causa, al sentirse "moralmente injuriada", "agraviada en lo más profundo", "ofendida" y "difamada" por un párrafo contenido en la página 34 de mi libro Cómo ganar un juicio por jurados: Técnicas de litigación para fiscales y defensores, publicado por Ediciones La Rocca en 2018.

Ese párrafo dice: "Por el deber de objetividad y su calidad de funcionarios públicos, los fiscales suelen actuar de buena fe, evitando plegarse a motivaciones discriminatorias. Pero las defensas particulares que acostumbran actuar al margen de las reglas de la ética profesional, podrían desplegar conductas inapropiadas teniendo en miras más sus apetencias económicas que el afán de abogar para obtener verdadera justicia".

La defensa malinterpretó esta frase, atribuyéndome -para mi sorpresa- la opinión de que las defensas particulares acostumbran actuar al margen de las reglas de la ética profesional. ¡Insólito! ¡En mi vida he afirmado semejante cosa! ¡Y nada hay más alejado de mi pensamiento!

Su error se originó en que, inadvertidamente, colocó una coma en donde no existe ninguna. Es decir, imaginariamente leyó: "...las defensas particulares, que acostumbran actuar al margen de las reglas de la ética profesional...".

Pero esa coma no está en el texto. El libro dice: "...las defensas particulares que acostumbran actuar al margen de las reglas de la ética profesional...".

La diferencia es abismal. Porque en mi libro no hablo de las "defensas particulares" de modo general, diciendo que todas ellas acostumbran actuar al margen de las reglas de la ética profesional. Muy lejos de ello, apunto específicamente a ciertas defensas particulares: "las... que acostumbran actuar al margen de las reglas de la ética profesional".

Para hacer un paralelismo, no es lo mismo decir: "Los argentinos, que no tienen hábitos de estudio, malinterpretan los textos que leen", que decir: "Los argentinos que no tienen hábitos de estudio, malinterpretan los textos que leen".

En el primer caso, un argentino podría sentirse aludido. Pero en el segundo caso no se habla de "los argentinos", sino de "los argentinos que no tienen hábitos de estudio". De modo que si un argentino se ofendiera, su reacción sería tan ridícula como la indignación que expresó la defensa particular en su planteo recusatorio.

Bien mirado, se advierte que la subjetividad jugó un papel decisivo, por cuanto mi texto no deja la coma a interpretación del lector. No está allí, porque no debe estar allí.

Sea que la defensa que me recusó haya visto una coma que no existe por persuadirse -equivocadamente- de que tengo un mal concepto de las defensas particulares, o sea que lo haya hecho por un desbocado fervor hacia el ejercicio de la abogacía, lo cierto es que la interpretación del texto -adulterada por su subjetividad- fue del todo incorrecta, poniendo en mi pluma conceptos que no son míos.

Corolario

Ya ven que los maestros, escritores, periodistas, legisladores y abogados, no tienen más alternativa que ser extremadamente precavidos para nunca descuidar las reglas del uso correcto de los signos de puntuación. Y lo mismo cabe decir de todos los que usamos aplicaciones de mensajería de texto, con la ventaja de que -para no correr riesgos- siempre podemos optar por un mensaje de voz.

* Juez de la Cámara Penal de Apelaciones y Garantías del Departamento Judicial de Azul, provincia de Buenos Aires. Autor de "Homicidio insidioso", "Cómo ganar un juicio por jurados: Técnicas de litigación para fiscales y defensores" y "Nueva teoría del delito: Paradigma voluntarista" (15 tomos).

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