16 de mayo de 2021

EN PRIMERA PERSONA

EN PRIMERA PERSONA. Jijiji (no lo soñé) ...

Ángel Raco, integrante de la Redacción de EL TIEMPO, cuenta lo que significó para él padecer coronavirus. Ahora en plena etapa de recuperación en su casa, en esta nota escribe sobre lo que fue su permanencia en el Hospital Pintos. "La casa de Gran Hermano", según definió el periodista a ese tiempo en que estuvo internado en el centro asistencial municipal y fue atendido por trabajadores del área de la Salud a los cuales, además de agradecerles por lo que hicieron, destacó especialmente por su dedicación a la tarea que llevan adelante en medio de esta pandemia. El pasado 10 de mayo recibió el alta. Justo el mismo día que cumplió sus 66 años de vida.

En este film velado en blanca noche/ El hijo tenaz de tu enemigo/ El muy verdugo cena distinguido/ Una noche de cristal que se hace añicos/ No lo soñé/ Se enderezó y brindó a tu suerte/ No lo soñé/ Y se ofreció mejor que nunca/ No mires, por favor, y no prendas la luz/ La imagen te desfiguró/ Este film da una imagen exquisita/ Esos chicos son como bombas pequeñitas/ El peor camino a la cueva del perico/ Para tipos que no duermen por la noche/ No lo soñé/ Ibas corriendo a la deriva/ No lo soñé/

Los ojos ciegos bien abiertos/ No mires, por favor, y no prendas la luz/ La imagen te desfiguró/ El montaje final es muy curioso/ Es en verdad realmente entretenido/ Vas en la oscura multitud desprevenido/ Tiranizando a quienes te han querido/ No lo soñé/ Se enderezó y brindó a tu suerte/ No lo soñé/ Y se ofreció mejor que nunca/ No lo soñé/ Ibas corriendo a la deriva/ No lo soñé/ Los ojos ciegos bien abiertos/ No mires, por favor, y no prendas la luz/ La imagen te desfiguró....

Jijiji

Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota

Letra: Carlos "Indio" Solari

Por Ángel O. Raco De la Redacción de EL TIEMPO

Azul, 29 de abril. Las cosas no daban para más. Es más, pienso que ahí comenzó lo que, si bien para mí no lo significó en un principio, se trató de una sorda lucha contra la muerte. Contra un enemigo silencioso, traidor, que no da tregua y que trata de destruir a la persona de mil formas posibles.

Hacía unos días que mi salud iba "para atrás".

El deterioro era cada vez más notorio; y solamente la fuerza de voluntad y las ganas de pensar que "todo va a estar bien" me empujaba a tirar hacia adelante.

Pero, por suerte, además del "Cabeza de termo" -que vengo a ser yo-, mi mujer y mi hijo iban dándose cuenta de que la situación no podía mantenerse más.

Había que definir. Y así, mi esposa fue al Hospital Municipal "Dr. Ángel Pintos" y planteó mi caso, hablando de mis síntomas y todos mis malestares.

-"Bueno, traelo", fue la respuesta que dio inicio a lo que yo mismo llamé el "Operativo COVID".

Al hospital llegué después de que mi hijo Federico vino a buscarme a mi casa. En un principio, ese día ya habían ido mi mujer y "Fede" para hablar con los profesionales.

La casa de "Gran Hermano"

Mi llegada al hospital estuvo marcada por un despliegue que me llevó a pensar que, a esa altura de los hechos, el único "gil" que no sabía qué pasaba y lo delicada de la situación por la que atravesaba era yo.

Una placa marcó el comienzo de la evaluación de mi salud. Yo no lo sabía, pero una neumonía bilateral por COVID-19 eximía de presunción alguna que pudiera atenuar cualquier diagnóstico.

Luego me dijeron que iban a realizarme una Tomografía Axial Computada (TAC). Y a partir de ahí, mi vida pasó a manos de la ciencia... y de Dios.

Completado ese estudio, me colocaron suero. Y por supuesto, oxígeno de manera continuada. En ese entonces, yo no sabía de mi deterioro pulmonar.

Lo demás no puedo precisarlo con exactitud; pero sí puedo destacar la dedicación del personal de esa sala donde permanecí y el amor puesto de manifiesto para atender a todos y cada uno de las cuatro personas que ocupábamos esa "casa de Gran Hermano".

En la sala me acuerdo que especulábamos sobre quién podría estar nominado o no para dejarla, lo que significaba que le dieran el alta.

Éramos cuatro. Cuatro almas que nos alentábamos entre todos y nos aconsejábamos.

Por ejemplo, diciéndonos unos a otros: "Tratá de dormir de costado que te hace bien a los pulmones". Y también hablábamos de nuestras vidas afuera del hospital y de las causas que con tanta violencia desatara esta terrible pandemia.

Hasta nos vigilábamos las conexiones de oxígeno. No fuera cosa que se nos enredaran las mangueras.

De esa manera comenzaron a transcurrir los días de mi internación a causa del COVID-19.

Mientras tanto, hubo cambios en la que yo llamaba la "casa de Gran Hermano".

Así, hubo algunos pacientes que se fueron y otros que ingresaron.

Recuerdo ahora que en determinados momentos, quizás por la medicación y el estrés generado con motivo de la internación, la noción de la hora se nos "disparaba". Era de madrugada, pero a nosotros estando ahí hospitalizados se nos hacía que transitábamos por la tarde, o al revés.

Los días, para algunos, transcurrían conversando por teléfono con sus familiares. Para otros, "wasapeando".

De esa manera, todos teníamos una forma de entretenernos.

Otra de las situaciones que aprendimos a sobrellevar fueron los "pinchazos".

Invariablemente, las extracciones de sangre o las inyecciones para controlar determinados parámetros también convivieron con nosotros. Lo mismo que el característico ruido del oxígeno, un habitante más del lugar.

Otro de los espacios comunes que compartíamos entre los pacientes era el baño. Y ahí sobresalía la formidable tarea de las personas encargadas de esa parte de nuestra vida en la "casa", tan importante como lo es el simple hecho de mantener la higiene.

El hisopado

Uno de los temas que más me marcó fue el hisopado. Algo que, en definitiva, fue lo que me llevó al hospital.

Luego de una breve charla con el profesional que me atendió, me explicó que iban a hisoparme y me exhibió una especie de cotonete, para luego darme detalles con relación a la manera en que iban a hacerlo.

Esa situación se dio luego de la tomografía que también me hicieron.

Debo confesar que el hisopado fue uno de los peores momentos que pasé. Aún persisten en mí las dudas sobre si no hubo una confusión. Y en vez de cotonetes los que pasaron por mis orificios nasales fueron esas cintas que utilizan los electricistas para pasar los cables en los caños de luz.

Sin palabras...

De festejo

En mis charlas con el profesional que me visitaba a mí y a los demás pacientes todos los días -que tenía la misión de supervisar la evolución de nuestros estados de salud y dialogaba con nosotros sobre los avances del tratamiento al que éramos sometidos- surgió una coincidencia: ambos cumplimos años el 10 de mayo.

A través de esas conversaciones que se iban dando sobre nuestras respectivas fechas de nacimiento, yo le pedía que me regalara el alta para ese día. Y hasta hablábamos de festejar juntos nuestros cumpleaños; aunque él no me daba muchas esperanzas. Lo mío no era "moco de pavo".

La evolución

Sin entender mucho, con el correr de los días y de acuerdo a los cortos diálogos que manteníamos con médicos y demás personal de la Salud, podíamos "palpar" que, en general, algunos signos iban cambiando.

Por ahí, experimentábamos una merma en el suministro de oxígeno y escuchábamos palabras de aliento de las enfermeras y demás personal del Pintos.

Sobre todo, esos gestos auspiciosos aparecían cuando controlaban nuestros signos vitales.

Todo eso nos empujaba y nos llevaba a creer que íbamos bien.

Así, los días fueron pasando y, en mi caso, el 8 de mayo probaron mantenerme sin ese oxígeno que me venían suministrando hasta el momento.

La gran noticia fue que mi cuerpo se la "bancó", lo cual -al mismo tiempo- era todo un "datazo" en procura de mi recuperación.

De esa manera, estaban dándose de a poco las condiciones para que pudiera dejar la "casa de Gran Hermano".

El 9 de mayo llegaron el último baño y el pedido de ropa a mis familiares para que pudiera abandonar el hospital al día siguiente, tal como finalmente sucedió.

Ese lunes 10 en que me dieron el alta, a las seis de la mañana ya no pude dormir más. Era imposible tratar de pegar un ojo. Y para colmo un malestar de estómago, seguramente por los nervios, empezó a tenerme a maltraer.

Pero pasado el mediodía de aquel día se produjo la ansiada llegada de mis familiares a buscarme.

Para mí, fueron momentos de mucha emoción. Sobre todo, cuando me despedí de mis compañeros, con quienes habíamos formado un excelente grupo humano. Con mucha empatía, que nos daba fuerzas para sobrellevar lo que fue este aislamiento -en mi caso, estuve once días internado- y, de esa manera, hacer que los días que transcurrían significaran menos de encierro.

Queda para cerrar este relato, y de acuerdo al espíritu que quise darle al mismo, recordar estas palabras del "Gran Hermano", cuando ese 10 de mayo me dijo: "Ángel Raco, tenés que dejar la casa...".

EL DATO

A la hora de agradecer la dedicación puesta de manifiesto por todos y cada uno de los profesionales del Hospital Municipal "Dr. Ángel Pintos", para no caer en injusticias dejo mi profundo reconocimiento a quienes pelean día a día contra esta enfermedad a la que muchos desestiman. Ellos ponen en juego sus vidas para extremar los cuidados de quienes pasamos por este flagelo. Se la juegan a la par de todos y cada uno de los enfermos y siempre ponen, junto con su sabiduría, la palabra justa, la sonrisa y el aliento para que no decaigamos. A veces en condiciones que no son las adecuadas; pero dándolo todo a diario. Sin quejarse y devolviendo siempre una sonrisa. Incluso, hasta cuando alguna situación no es la propicia. A todos y cada uno de ellos: muchísimas gracias por su lucha y su compromiso con la vida.

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