SOCIEDAD. La importancia de la memoria: a 44 años del golpe cívico-militar de 1976

UNA FECHA PARA NO OLVIDAR: 24 DE MARZO

Por Francisco Bariffi

El 24 de marzo de 1977, un año después del golpe de estado, y un día antes de ser acribillado por miembros de las Fuerzas Armadas, Rodolfo Walsh salió a las calles con su Carta abierta de un escritor a la Junta Militar. Esperando esquivar el amordazamiento de la prensa, envió decenas de copias de la carta a distintas redacciones de diarios argentinos y corresponsales extranjeros. En ella denunciaba el plan que la Junta Militar venía ejecutando durante el último año, desde los crímenes de estado hasta las políticas neoliberales que seguirían acechando a nuestro país durante décadas. La prohibición de partidos e intervención de sindicatos; la creación de campos de concentración y "la cobertura de una sistemática ejecución de rehenes" con el pretexto de "fraguados combates e imaginarias tentativas de fuga"; el descubrimiento de cadáveres en las costas de Uruguay, "incluyendo el de un chico de 15 años, Floreal Avellaneda, atado de pies y manos, con lastimaduras en la región anal y fracturas visibles, según su autopsia". Y, en términos económicos, denunciaba la privatización y desnacionalización de empresas y bancos, la emisión y posterior estatización de la deuda externa, el aumento del precio de la canasta básica, la disminución de los salarios y presupuestos de servicios estatales como la salud para el mayor gasto en fuerzas represivas.

Una carta llena de información que el escritor y periodista había reunido durante los meses previos, en que las manifestaciones más íntimas del desastre político que acontecía en nuestro país habían implicado no solo el allanamiento de una de sus casas sino el asesinato de Vicky, su única hija. Esa tarde de 25 de marzo, después de haber sido herido, Walsh fue subido a un auto y secuestrado. Su cuerpo permaneció desaparecido, aunque hay sobrevivientes que afirman haberlo visto sin vida en la ESMA.

Semanas más tarde las madres comenzarían a marchar por la Plaza, con tanto miedo como valentía. Desde ese año en adelante, los jueves a las tres y media de la tarde. Seríamos distraídos por la farsa del mundial en 1978. Morirían más de 600 hombres en la guerra por Malvinas de 1982. Y en 1983, tras la restauración de la democracia, el presidente Raúl Alfonsín crearía finalmente la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) con el objetivo de investigar las violaciones sistemáticas a los derechos humanos durante el periodo que al fin terminaba. El informa de la comisión, el "Nunca más" (titulado tras el lema que los sobrevivientes del Gueto de Varsovia habían utilizado al finalizar el nazismo), sería entregado tiempo más tarde en manos de Alfonsín por el escritor Ernesto Sábato.

Durante la dictadura, sin embargo, la Junta sostenía que la ideología que amenazaba al "ser nacional" no era, por supuesto, la propia sino la de la juventud infectada por ideas marxistas o revolucionarias. Con esos argumentos se tildaron de "subversivos" a muchos de quienes fueron víctimas de la represión sistematizada del estado, mientras Videla se proclamaba católico y decía haber sido obligado a formar parte de una guerra en contra de quienes amenazaban los valores del pueblo argentino. Más que ser amenazas reales, los fantasmas echados sobre la juventud fueron las excusas discursivas que sirvieron a los sectores gobernantes para justificar sus violencias, como lo fueron para tantos gobiernos del resto del continente durante la Guerra Fría.

"Fue muy difícil sacarle a la gente la idea de que nuestros hijos eran 'terroristas', para pasarlos a ser vistos como revolucionarios", dijo Eve de Bonafini en una entrevista en el 2002, "porque esa fue la excusa que tuvo la sociedad, no solo los militares, para quedarse tranquila, en su casa. «Si son terroristas, que los maten, que los torturen, que los tiren vivos al río». «Si son terroristas, sus familias también son terroristas», y nos pintaron las casas y nos persiguieron y llenaron las ciudades de carteles denunciando a las Madres, a los hijos. Y nosotras, nada. Fuerza y Plaza y grito y carteles".

Por razones que conocemos, la marcha del próximo 24 de marzo fue pospuesta. Pero nuestra responsabilidad se mantiene la misma. Ante los movimientos pendulares de la historia, un pueblo alza su memoria como fundamento para su derecho a la verdad, la justicia y la no- repetición de los hechos. Creyendo en los testimonios de quienes sobrevivieron o vivieron lo suficiente para hablar sobre sus sufrimientos, como los de Walsh o de Bonafini. Testimonios que la imposibilidad de una memoria omnisciente o verdad absoluta dejan como las únicas fuentes que nos permiten reconstruir la experiencia pasada y la fundación memoria.

Al final de su carta Walsh se confiesa: "sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles". Muchos de sus compañeros llevaban pastillas de cianuro, preferían entregarse a la nada segura de la muerte en vez de a los militares. Walsh, en cambio, llevaba el arma calibre 22 corto que usó esa tarde de marzo. No porque creyera que podría librarse, sino para despertar un tiroteo que provocase su muerte inmediata y lo apartase de la experiencia de tortura en los campos de concentración.