28 de abril de 2020
27 de abril de 1980. Era un día más. Un domingo como cualquier otro, el perezoso despertar de la mañana, sonido del goooollll por la tarde.
Por Rubén Montaño, especial para EL TIEMPO
Quizás pudo haber tenido algo de particular por el hecho de saber que esa tarde Olavarría , o mejor dicho Estudiantes, recibía a Olimpo, representando a los clubes campeones de la Liga del Sur. Triunfo de por medio, podía pasar por otra instancia de clasificación, para integrar el tan anhelado momento de jugar por el Torneo Nacional, algo que uno realmente desearía por el hecho de tener a menos de 50 kilómetros de distancia a los monstruos de nuestro futbol profesional.
Quizás también pudo tener algo de particular porque esa tarde surgía desde Olavarría un interrogante: ¿se juega el partido o debe suspenderse por la lluvia? Es más, también Radio Olavarría comentaba que esa mañana la ciudad presentaba un inusual movimiento de vehículos por su coqueta costanera, ante la posibilidad ya latente de un aumento en el caudal del torrentoso Tapalquén.
Por la tarde, las noticias desde la vecina ciudad dejan de ser recepcionadas por nuestras radios porque su emisora calla ante un aluvión de agua y lodo que se abate por sus calles.
Las primeras noticias desde allí señalaban que dicho movimiento de la masa líquida fue producto de la rotura del dique Las Piedras, en Sierra de la Ventana. Mientras, aquí, nada ni nadie hacía prever lo que se avecinaba. Otras noticias mencionaban los 600 milímetros caídos en la meseta de Laprida y que todo ese caudal de agua bajaría con mucha fuerza.
Cacharí y Las Flores ya eran presa de las aguas desde hacía varios días, especialmente sus campos y poblaciones como Pardo, El Gualicho, El Trigo, siendo también Rauch alcanzada por la masa liquida.
Observando el Arroyo Azul
Llegado el anochecer, algunos pobladores de Azul, entre los que me cuento junto a mi esposa, nos llegamos hasta el Callvú Leovú en su parte más ancha, es decir el sector del Balneario, y comprobamos que su caudal no era el normal, habiendo sobrepasado los límites del "filtro". Comprobamos también la irresponsabilidad de cierta gente, poco valorativa de su integridad física, que desafiando la correntada, bastante fuerte por cierto, practicaba su deporte favorito, la pesca, incluso dentro del cauce, con el agua hasta las rodillas.
Dejamos ese lugar y fuimos hasta el centro de la ciudad. Pasado un lapso no mayor de una hora, volvimos a comprobar qué estaba sucediendo con el arroyo, esta vez observando las compuertas que apuntan al puente sobre la Avenida Pellegrini. Nos encontramos allí con Rómulo Petersen y Uberuaga, que hablaron como "viejos conocedores" de nuestro arroyo. En 40 años viéndolo día tras día, nunca lo habían conocido en un comportamiento de esa naturaleza. Incluso, dijo Petersen, era muy peligroso el tránsito de mucha gente que cruzaba ese puente porque, después de tantos años de existencia, no podía ofrecer las garantías de seguridad lógicas al nivel de agua que corría debajo.
Primeros desbordes
Comprobada esa situación, salimos nuevamente hacia el centro y aproximadamente a las 19.55 horas nos trasladamos por Humberto hasta la Costanera. Iniciamos una recorrida que duró muy poco. A las 2 cuadras, para ser más exactos en la esquina de Catriel y 9 de Julio, vimos que ya el agua había rebasado las bocas de tormenta y cubría las cunetas existentes. Igual situación se vivía en la esquina de Bolívar, en el triángulo donde está el tanque de Obras Sanitarias.
En el primero de los cruces de calle nos encontramos con Rubén Cerrudo y su familia que se encontraban en ese lugar y nos ofrece su domicilio como alojamiento transitorio en caso de emergencia.
Al dirigirnos hacia nuestra casa, Guatemala 183, vimos que en el Barrio Güemes ya había un amago de inundación, puesto que en una de sus esquinas el agua brotaba desde las bocas de los desagües pluviales. El líquido se dirigía directamente hacia el Barrio Dorrego, donde se encontraba nuestra vivienda.
Al llegar a nuestro domicilio, había una engañosa tranquilidad y, al cabo de un rato, mi esposa sale a la calle viendo un pequeño hilo de agua acercándose desde el Este.
Instantes después, ese hilo de agua se transformó en un pequeño arroyito y, en la esquina de Argentina y Brasil, aparecen maquinas del Municipio para abrir un canal hacia el Norte, para permitir el avance del agua hacia esa dirección. Igual medida toman en la esquina de Guatemala y Argentina y la esquina Oeste, Guatemala y Paraguay.
Vecinos preocupados
Mientras se realizaban estos trabajos, comenzamos a pensar seriamente en el avance del agua y, junto a vecinos como Jimmy Morris, hacemos viajes con bolsas de arpillera para traer arena desde la casa de Rossi, ubicada en Paraguay esquina El Salvador. Cargamos unas 5 bolsas cada uno y creímos haber solucionado el problema. ¡Cuán equivocados estábamos!
Ya a esa altura, la noche, todos los vecinos estábamos en la calle. Absolutamente nadie estaba tranquilo, incluso algunos habían abandonado sus hogares.
Aproximadamente a las 22 horas, cada uno empezó a "levantar" todo aquello que podía mojarse: muebles y demás enseres domésticos que podían correr peligro. La altura a la que fueron alzados estos elementos no superaba la lógica y normal, el alto de una cama, de una mesa, la mesada, o algún otro mueble que podíamos tener a mano.
Nadie pensó en lo que realmente sucedería y por ende no sacó muchos de sus utensilios diarios.
Al finalizar su trabajo las palas mecánicas, vimos cómo "tiraban" los canales y bajaba el agua. Pero al cabo de unos minutos, vimos su caudal que seguía subiendo. Cerca de la medianoche, muy pocos estábamos en la calle.
Si pensamos en la fecha, soportábamos un calor inusual y varias veces insistí que había relámpagos amenazantes desde el sur, pero seguramente por temor más que por realismo, me decían que no llovería.
Sueño entrecortado
Recibimos al día lunes en la cena de aquel domingo, que se despedía incierto, con muchas preguntas y pocas respuestas.
Al acostarnos, 1.40 horas de la madrugada, pusimos el despertador a las 4 AM, porque una lluvia leve pero amenazante se abatía sobre la ciudad. Nos despertamos antes. Abro la ventana y observo. Volvemos a dormirnos y a las 4 horas nos despertamos. La lluvia había aumentado su volumen, y las serpenteantes luces de los relámpagos y el ensordecedor sonido de los truenos hacían presagiar algo más que una simple tormenta. El despertar fue producido por el teléfono, que sonaba insistentemente. Era una tía que nos esperaba, porque el agua seguía creciendo.
Mi esposa comienza a prepararse un té y me hace un café. A esa altura de la madrugada, la faringitis que venía soportando desde el día anterior había hecho pico y me molestaba demasiado.
Preparando la evacuación
Ella estaba muy inquieta y preocupada. Salió a mirar cómo estaba el nivel del agua, y sintió que por el pasto venía alguien chapaleando agua. Era Jimmy Morris, vecino de la casa de al lado, que venía a decirnos que había llamado a la Intendencia para pedir un camión para que nos evacue.
Al escuchar su voz, me levanté para hablar con él y le dije que, por mi parte, podía llamar al Regimiento y pedir un vehículo para que nos saque de casa, ya que era personal docente del lugar. Llamé a la guardia y me atendió un sargento, quien me identificó y me dijo que a pesar de haber enviado ya algunos vehículos a evacuar gente, hablaría con el Oficial de Servicio.
El café y el té nos esperaron varios días dentro de sus respectivos pocillos, con la variante que estaban en otro lugar.
Para ese entonces, en la puerta nos esperaba otro vecino -Beto Rossi- con el colectivo que manejaba. Cortamos la luz y, al subir, no me dí cuenta que el agua había superado el cordón, apoyé mi pie fuera de éste y sumergí mi zapato en el agua. Antes de arrancar, tratamos de avisar a otros vecinos de la cuadra y de lugares más distantes dentro del Barrio. La idea era hacer otro viaje para llevar más gente, por lo que tendrían tiempo de preparar su ropa.
Cuando llegamos al sector sur del Barrio Güemes vimos con tremendo asombro como todo era una gran laguna. Solo podíamos ver, a pesar de la hora, algunos árboles y el puente sobre Mitre.
El chofer enfiló por el acceso de tierra hacia Villa Fidelidad para pasar por la casa de su suegra y luego tomó por San Martín hacia el centro. El panorama seguía siendo el mismo, el agua cubriendo todo menos la margen oeste del Callvú Leovú donde está asentada la Usina.
Al cruzar las calles Las Flores y 1° de Mayo la correntada era impresionante. Hay que tener sumo cuidado al cruzarlas porque el colectivo podría ser arrastrado aguas abajo.
Las personas que íbamos en el interior fuimos indicando a Beto los lugares donde íbamos a vivir temporalmente. Fui uno de los últimos, le indiqué el domicilio de mi tía en España y Entre Ríos. Al llegar me bajé y le pedí un par de zapatos secos y medias, porque decidí seguir con Beto para rescatar más gente de nuestros Barrios.
Al rescate de otros vecinos
Volvimos en el micro por Av. Mitre y comprobamos que era uno de los sectores más castigados, porque el agua llegaba hasta Rivadavia, o sea a una siete cuadras desde el arroyo. En su parte más baja, veo con tremenda pena que el agua ha penetrado en la casa de un amigo, el "Tigre" Puleo, y que el portón del garaje donde guardaba el auto estaba roto.
Al llegar al barrio, renegué por cierta gente que, teniendo el agua en la puerta de su casa, no quería irse a otro lugar. ¡¿Qué podían hacer, siendo que el agua no perdona?!
Cuando completamos la capacidad del colectivo, volvimos al centro y comenzamos la tarea de distribuir a la gente. Al pasar por la Intendencia nos entregaron un papel con dos direcciones para evacuar familias. Como las direcciones eran cercanas a la Plaza, fuimos de inmediato. En Alvear 732 nos hacen señas desde una vivienda ubicada en la misma cuadra, que tenía adentro unos 80 centímetros cubiertos de agua. Les indicamos que suban y nos contestan que tenemos que esperarlos a que preparen toda su ropa. Dada la situación, les indicamos que cuando estén listos llamen nuevamente al Municipio. Bajo ningún punto de vista pensamos que cometíamos un acto inhumano, el sentido común nos indicaba que seguramente mucha gente nos esperaba, con iguales niveles de agua en su casa y con todo preparado para su evacuación.
Entre el recorrido que teníamos que hacer, estaba Burgos y San Luis, pero comprobamos que la calle Burgos era una sucursal importante del arroyo. Tomamos Pellegrini y constatamos que también allí el torrente de agua era un alud incontrolable. En la esquina de General Paz socorrimos a una familia completa, al sacar a una anciana de 80 años por la ventana de la casa. Enfrente estaba Daulerio, quien nos pedía que los sacáramos con toda la familia, incluyendo un bebé. Beto, corrió el colectivo e hicimos una nueva evacuación, una mujer de unos 50 años quien nos pidió llorando que la llevemos hacia el lado del Balneario, en busca de unos niños que se encontraban allí solos. Con una crisis nerviosa, cuenta que la acercó hasta allí un camión desde la Municipalidad, pero que no pudo seguir. Le explicamos que lamentablemente mucho menos íbamos a poder nosotros, con un vehículo más liviano.
La llevamos nuevamente hasta el Municipio y, camino hacia allí, entre llantos y gritos intenta bajarse del colectivo en marcha. Opté por ponerme en la puerta de acceso y bloquear su salida. Al llegar, ya más calmada, nos pide disculpas por los momentos pasados.
Una vez de regreso a casa de mi tía, me voy a descansar un poco.
Por la tarde, nos vino a buscar un primo junto al chofer de José Arpaia con un camión. Fuimos hasta el Barrio Obrero tomando por 25 de Mayo y el panorama era tremendo. Toda la gente estaba en las veredas.
Una vez terminado el pedido de un tío, nos dirigimos a nuestra casa, tomando por Mitre. Parecíamos una embarcación en pleno mar. El agua en Mitre y Las Flores, o Jujuy, alcanzaba una medida superior al metro.
Al llegar a nuestro Barrio, nos encontramos de pronto con un torrente enloquecido de agua y lodo. Era tan fuerte la presión del líquido elemento que nuestro chofer se asustó al comprobar que la corriente lo hizo bambolear y casi vuelca. Esa noche la lluvia no cesaba y cayeron 157 milímetros.
Centro de evacuados en SAFA
¡Que despertar tuvimos ese martes! El agua había avanzado diez cuadras hacia el Este y llegaba hasta la calle Leyría. Se había inundado un 40 por ciento de la ciudad, que sumado al otro 35 o 40 que ya estaba bajo agua desde el día anterior, nos decía que un 80 por ciento de Azul estaba inundado. Todo era pánico entre la gente, que corría en busca de lugares para auto evacuarse.
El Colegio Sagrada Familia fue entonces nuestro próximo destino u hogar. Cuando fui allí, ya había 200 personas evacuadas.
Ese mediodía picamos algo y, por la tarde, me di cuenta que en ese lugar, que había colmado su capacidad, unos 440 evacuados, no había quien oficiara de organizador de toda la atención de esa importante masa de gente.
Hablé con algún que otro docente que se había llegado a colaborar. Ofrecí hacerme cargo de todas las necesidades básicas, como alimentación, atención médica, entrega de medicamentos, ropa y demás. Rápidamente, sumé a Rómulo Lingua, también conviviendo con nosotros y toda su familia.
Las docentes se hicieron cargo de la cocina, junto a mi esposa, mis tías y otras mujeres que ofrecieron su ayuda.
En la mañana del miércoles, junto a un alumno del Secundario, Daniel Fernández, fuimos en su camioneta hasta la Intendencia a buscar colchones, porque mucha gente estaba durmiendo en el suelo.
Me esperaba allí una sorpresa. Cuando llegamos estaba el Intendente y me dirigí a hablar con él. Estaba con el señor Santomauro y otra persona. Le informé dónde estábamos y que necesitábamos asistencia para más de 400 personas allí instaladas y que urgentemente faltaban colchones. Con una displicencia total y falta de sentido común me informó que no recordaba quien estaba a cargo de eso, que preguntase adentro.
Fui a hablar con la Señora Hebe Parmigiani, que era la encargada de los colchones. Me informó tenía 30 para toda la ciudad. Intenté que me entregara 10 y me respondió que debía darle algo a otros centros de evacuados. Logré el cometido y, una vez acomodados en la caja del vehículo, volvimos al Colegio.
La cuestión pasaba por cómo repartirlos. Primero cubriríamos las mayores necesidades, los niños y los ancianos, o gente enferma. Comenzamos una recorrida junto a Rómulo por todas las aulas ocupadas -hasta la biblioteca estaba con gente-, para distribuir los colchones según el caso.
Una vez concretada esa necesidad, le pedimos a los alumnos del Secundario que se habían acercado ofreciendo colaboración que visitaran las casas del Barrio en grupos de 3 o 4 chicos y explicaran la cantidad de gente evacuada que teníamos para atender y que necesitábamos contar con velas, jabones y alimentos no perecederos. El resultado de la recorrida de los chicos fue óptimo y el grupo de "chefs" en la cocina festejaba. Paradójicamente, la falta de agua -¿parece mentira, no?- dificultaba la tarea, generando serios problemas para la cocción de los alimentos.
Revisión médica
El despertar trajo algo de alivio, al enterarnos que las suplicas no habían sido en vano: ¡no había llovido!
El nivel de agua se mantenía y pensé que era imprescindible la visita de un médico que revisara los casos de mayor necesidad. Al no tener un vehículo, salí a la calle y frené a la primera camioneta que pasó por Entre Ríos. Le dije al conductor que necesitaba un gran favor, para ir en busca de un médico al Hospital Pintos. Accedió, y me trasladó a dicho lugar. En el trayecto, vi que muy poco de Azul estaba sin agua.
Al llegar, hablé con el administrador y le expliqué los motivos de mi presencia. Los problemas por los que atravesaba el establecimiento eran tremendos. Además de los internados, también albergaba gran cantidad de evacuados. Me ofreció que si lo llevábamos y traíamos de vuelta, nos cedía al médico de guardia, el doctor De Luca, quien finalmente nos acompañó.
Una vez de vuelta le dije al Director que vaya a su dormitorio, la dirección del Colegio sería la improvisada enfermería. Recorrí el lugar avisando a la gente que había un médico a su disposición. Las siete embarazadas que teníamos evacuadas, si o si tenían que pasar para ser evaluadas, dado su estado de gravidez. Lo mismo los niños, a los que había que revisar sí o sí.
Se revisó más de la mitad de la gente, y una vez finalizados los chequeos, junto a aquel señor tan caritativo de la camioneta, llevamos al doctor de vuelta al Hospital.
Alimentos
Luego, ya con la presencia de Daniel Fernández, con un camión de su padre, fuimos al Municipio para reclamar víveres para el cuidado de la gente. Allí todo seguía siendo confusión y desorden, porque los pedidos se sumaban y pocas eran las entregas. El único que ponía orden era al Suboficial Mayor Caballero, cocinero de la Guarnición, quien había tomado la "manija" en la "base de operaciones", para la mantención de miles de evacuados en la ciudad. Según sus palabras, estábamos hablando de un 50 o 60 por ciento de la población estable. Su presencia fue fundamental para que siempre nos entregara una muy buena cantidad de alimentos. Ese día había un directivo de la Escuela Técnica que pedía la entrega de Corned Beef, porque sus evacuados requerían comer carne, recibiendo como respuesta un lacónico: "aún no mataron las vacas".
Volvimos con muchos alimentos. La organización de las cuatro comidas diarias la habíamos planificado para cada ingesta, grupos de 40 personas para que ninguno quedara sin alimento ni hubiere gente que comía dos veces.
El miércoles tuvimos una grata sorpresa: llevaron una oveja viva. La idea fue de la familia Del Buono y uno de sus hijos, Ricardo, la acercó al Colegio. La pusimos en la canchita del Micro estadio, predio de la calle España. Al otro día, algunos voluntarios mataron el animal y pasó a ser un excelente y exquisito guiso de oveja, aplaudido por todos los comensales.
El retorno al hogar
El jueves, Lingua en su auto, Alabart y el Hermano Bernabé, hacen una recorrida por la ciudad y determinan que quienes vivían en el perímetro de General Paz y Mitre, y Arenales y Leyría, ya podían retirarse a sus domicilios. Al retirarse gente, el resto quedó un poco más cómoda y más a mano.
En busca de informes sobre Las Flores, ciudad natal de mi esposa, fuimos hasta Radio Azul, que solo emitía a través de Radio Tandil. De cualquier manera, informaron que allí el agua cubría desde la Ruta 3 hasta las vías.
Y un día volvimos a casa.
Lo primero que me impactó, el estado de la esquina de Argentina y El Salvador, porque el agua había socavado la tosca del piso y la profundidad era de casi un metro. En la calle Guatemala observé algo aterrador: cantidad de cosas que el aluvión había depositado, entre ellas lavarropas, muebles y, especialmente, tres vehículos, un Dodge 1500 y dos Fiat 600. Ni que hablar del lodo y una cobertura negra por encima, que resultó ser petróleo que la inundación arrastró desde la Cooperativa Eléctrica de calle Jujuy, donde estaba depositado en barriles.
Un capitulo adicional debería escribir para describir lo que había quedado del interior de la casa.
Unos días inolvidablemente tristes de nuestra vida.
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