3 de noviembre de 2025
A una semana de las elecciones legislativas, todavía quedan muchos interrogantes por responder. Ni siquiera las consultoras más prestigiosas lograron anticipar estos resultados. El gen argentino encierra una idiosincrasia que la ciencia política no logra explicar en sus manuales. Y aquí estoy yo, una politóloga que vive el día del sufragio como si fuera Navidad, intentando descifrar qué nos dicen realmente las urnas.

Por
Alina
Sotes (*)
Lo primero que llama la atención son los bajos niveles de participación: apenas cerca del 68% del padrón se acercó a las urnas. Es el segundo porcentaje más bajo desde el regreso de la democracia en 1983.
El récord histórico de menor concurrencia, según el Observatorio Político Electoral de la Dirección Nacional Electoral, se registró en las PASO de 2021, con un 67,78% de votantes.
Son cifras inusualmente bajas para la tradición argentina, que suele moverse entre el 73% y el 83% de participación.
Pero aquí no hay grandes sorpresas: la mayoría de los analistas coinciden en atribuir esta apatía política al creciente desencanto, tanto con los dirigentes como con los partidos tradicionales. Más aún, 664.994 de los 24.263.248 ciudadanos que fueron a las urnas optaron por votar en blanco. En otras palabras, más de medio millón de argentinos hicieron el esfuerzo de participar; pero ninguna fuerza política logró convencerlos de acompañarlos con su voto.
Por otro lado, la gran protagonista de estas elecciones fue la Boleta Única de Papel (BUP), un mecanismo con el que la mayoría de los argentinos se mostró conforme.
Sin embargo, la cantidad de votos nulos aumentó casi un 38% respecto de las legislativas de 2021.
Según el Centro Argentino de Datos: se registraron 597.938 sobre un total de 24.263.248 votantes (2,46%), frente a los 433.869 de 24.406.798 de hace cuatro años (1,78%).
Este incremento podría explicarse por la falta de campañas informativas sobre el nuevo sistema de votación por parte del Gobierno nacional.
Ahora bien, el verdadero traspié electoral lo sufrió Fuerza Patria, que no esperaba en absoluto un resultado como este.
La sorpresa fue tal que en su búnker de 10 y 51, en la ciudad de La Plata y donde incluso se encontraba Máximo Kirchner, todo estaba preparado para una celebración que finalmente nunca llegó.
Remontémonos al 7 de septiembre, cuando Fuerza Patria le sacó más de 13 puntos a La Libertad Avanza y Axel Kicillof era presentado como una suerte de Otto von Bismarck de las elecciones provinciales.
Qué lejos quedó todo eso. El resultado del domingo recrudeció la interna peronista, que ahora intenta responsabilizar al Gobernador bonaerense por la derrota.
Otros, en cambio, apuntan a los intendentes del conurbano, quienes -tras haber asegurado sus distritos- habrían reducido su participación en la campaña. Al respecto el de Ensenada, Mario Secco, fue tajante cuando dijo: "Muchas veces se quieren limpiar el traste con nosotros y no quieren reconocer que las estrategias que se llevan adelante no han resultado".
Así, la oposición continúa repartiéndose culpas como en un juego de niños, sin asumir una verdadera autocrítica. Ser una oposición fragmentada en múltiples frentes no parece la estrategia más astuta si el objetivo es volver al poder.
A su vez, la disputa entre Cristina Fernández de Kirchner y Axel Kicillof se traduce en una pulseada de egos poco inteligente: la figura más influyente del espacio termina enfrentándose con el único bastión peronista que aún permanece de pie y es (¿o era?) capaz de hacerle frente a Javier Milei.
Si bien el porcentaje de votos obtenidos en las elecciones provinciales y nacionales fue bastante similar, una parte importante del electorado reclama un recambio de nombres dentro del partido. Ya no alcanza con consignas históricas como "Patria o Colonia" o, incluso, con algunas que reaparecieron en redes como "Braden o Perón", completamente descontextualizadas.
Estoy casi segura de que más de la mitad de los votantes ni siquiera sabe a qué alude esa frase.
Esos postulados pertenecen a otra época y hoy suenan lejanos frente a una sociedad que exige nuevas narrativas, más conectadas con la realidad actual.
Según The Wall Street Journal, "Los argentinos pobres, a quienes Eva Perón idolatraba como el corazón y el alma del país, se quedaron en su mayoría en casa, en una dura reprimenda al movimiento peronista que ha dominado la política local durante 80 años. Al mismo tiempo, los votantes de clase media se movilizaron para rescatar a Milei y su revuelta a favor del libre mercado".
Paradójicamente, la narrativa de Javier Milei contra "la casta" parece haber erosionado los votos de Fuerza Patria; pero no los de La Libertad Avanza, a pesar de que en sus propias filas conviven figuras como Patricia Bullrich, Luis Caputo o Federico Sturzenegger, todos con larga trayectoria en la política y el poder.
Esa contradicción, sin embargo, no parece afectar al oficialismo: hoy la figura del Presidente pesa más que cualquier otro factor. De hecho, la mayoría de las listas de La Libertad Avanza están integradas por outsiders o por candidatos prácticamente desconocidos para la sociedad; y aun así logran captar apoyo.
En este contexto, basta con presentarse bajo una lista violeta para cosechar votos: ya no importa ser conocido, tener una carrera política o contar con formación para el cargo.
¿Habrá sido el temor a una nueva aceleración de la inflación, al aumento del dólar y al deterioro del riesgo país lo que llevó a tantos argentinos a acompañar con su voto a Javier Milei?
Muchos destacan la desaceleración de los precios como un alivio que, aunque momentáneo, les devuelve cierta sensación de estabilidad y previsibilidad. Algo que el país había perdido hace tiempo.
En ese contexto, parece haber primado la búsqueda de certidumbre económica por encima de otras preocupaciones como la educación, la salud o la inversión en obra pública. No necesariamente por desinterés, sino porque la urgencia cotidiana impuso otras prioridades.
Por el momento, queda por ver cuál será la estrategia del oficialismo en los dos años que restan.
Algunos sostienen que adoptará un perfil más conciliador y dispuesto a negociar con otras fuerzas, teniendo en cuenta que aún no alcanza la mayoría en el Congreso.
No quiero pecar de pesimista; pero el diálogo no ha sido precisamente una de las virtudes que caracterizaron a este Gobierno.
Otros trazan paralelismos con las elecciones legislativas de 2017, cuando el oficialismo de entonces -la coalición Cambiemos, que llevó a Mauricio Macri al sillón de Rivadavia- arrasó en las cinco provincias más grandes del país con una ola amarilla.
Sin embargo, dos años después, en las presidenciales de 2019, Alberto Fernández superó el 45% de los votos y ganó en primera vuelta.
No creo en la futurología, ni estoy segura de que este ejemplo marque un precedente; como tampoco esa famosa "maldición" de que los gobernadores bonaerenses nunca llegan a la presidencia.
Lo único cierto es que el electorado argentino es impredecible, volátil y profundamente complejo. Y en ese laberinto, las urnas siempre terminan revelando algo más profundo que un simple resultado: el pulso cambiante de una sociedad que, una vez más, se debate entre la esperanza y el desencanto.
(*) Licenciada en Ciencia Política y Relaciones Internacionales.
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