PATRICIO RUIZ

PATRICIO RUIZ

"Que todas las pasiones encuentren su escenario"

Una conversación con este artista azuleño de 31 años.

23 de agosto de 2020

Por Francisco Bariffi

Durante la cuarentena, también las entrevistas pasaron a ser virtuales. Patricio escribió sus respuestas por WhatsApp, en un tono casual, pero con la precisión de quien ha hecho de la escritura una parte fundamental de su existencia. Semanas atrás -y también por excepción de la cuarentena-, cientos de personas pudieron ver su obra "Testimonios para invocar a un viajante" en la página de YouTube del Teatro Nacional Cervantes. Ahí mismo fue estrenada el año pasado tras haber recibido el primer premio del Fondo Nacional de las Artes en el 2017. Pero "Testimonios" es solo una de las más de diez obras que Patricio escribió -tras años de formación con maestros como Mauricio Kartún y Santiago Loza-. Antes de haber sido estrenada en el Festival Internacional de Buenos Aires de 2019, "Cosas pesadas caen" -la obra más reciente de Patricio-, ganó el segundo lugar del premio Germán Rozenmacher a la nueva dramaturgia en 2018 y fue traducida al francés, portugués e inglés.

¿Cómo fue crecer en Azul? ¿Cuándo te fuiste y por qué razones?

-Crecí en una casa peronista con el gran privilegio de no pasar hambre y de recibir mucho apoyo y afecto de lxs que vivían conmigo. La familia que propone la sociedad capitalista, occidental y heteronormada demanda un jaqueo constante de sus prácticas si se quiere aspirar a un poquito de felicidad; una construcción de políticas de emancipación y entendimiento entre aquellxs que llegan al mundo y aquellxs que deciden ser padres. Mi casa funcionó como trinchera frente a ciertos horrores y eso es un abrazo dado a tiempo para no vivir rotxs. Las infancias y transcurrires maricas pueden ser espacios dolorosos, solitarios y hostiles en lugares como Azul en donde, parafraseando a Susy Shock, "todavía te matan por un sodomo y gomorro beso". Por suerte siempre existe la familia, la que tocó o la que supimos construir entre nosotrxs. Entre, por ejemplo, esxs amigxs con lxs que caminé al costado del arroyo infinito sabiendo que esa imagen del agua y el pasto uniéndose iba a quedar para siempre en mi memoria y volvería en mis textos recurrentemente como olita vergonzosa de agua dulce que pega contra la orilla.

Uno de los recuerdos más poderosos que creo define mi infancia y mi migración hacia otros lugares eran las tardes en las que mis padres trabajaban y yo quedaba sentado en el escritorio de la sala de espera del consultorio de mi mamá. Las pacientes que llegaban a atenderse me cuidaban y yo a cambio les ofrecía una perfo y juegos hasta bien tarde en la noche. El ahorcado, dígalo con mímica, algunos chistes verdes escuchados en El Show del Chiste de Susana Giménez. Creo que definió mi profesión y también define mucho mi vínculo con mis padres. Al año y medio se me cayó una olla de agua hirviendo encima, fue muy feo y mi madre me resucitó porque tuve un paro, fue algo muy traumático para todxs (digo todxs menos yo que solo recuerdo el dolor porque me lo contaron) y estar en el consultorio, cerca de ellxs, era una forma de saber que no me estaba mandando ninguna cagada. Sin saberlo crearon el monstruo del imaginario que me acompaña: ahí, en una salita de espera de la calle Las Flores, una mariquita armaba equipos con monjas y travas para encontrar una palabra de no sé cuántas letras que ni siquiera sabía cómo se escribía. Y ya después quedó irse, migrar como derecho para aprender a escribir y hacer de ese show-kid un show sin más ni más y que la vida sea un cabaret.

-¿En qué medida creés que tu propia experiencia es la fuente de inspiración de tu trabajo artístico?

-Ya contesté. Ja, no, mentira. Pero sí. Creo que en gran parte de mi laburo como trabajadorx de la cultura y creador escénico y de las letras tiene que ver con lo autoficcional (aquella historia real sin contratos con la verdad), con esas historias que he vivido, pero también con esas que amorosamente se me han compartido y permitido escribir o escenificar. Me gustan las vidas, me gusta conocer gente, hacer amigxs, me gustan los mitos, las leyendas, el misterio. Me gusta el drama y tirarle purpurina. La experiencia al final es la única riqueza que nos acompañará siempre. Debe ser por eso que me gusta viajar tanto y defiendo la idea de moverse y migrar como derecho humano básico. Mis últimos dos trabajos como dramaturgo, "Testimonios para invocar a un viajante" en el Teatro Nacional Cervantes y "Cosas pesadas caen" en el Centro Cultural Rojas para el Festival Internacional de Buenos Aires son obras tremendamente conectadas con Azul, con mi biografía y la de muchxs amores y personas que me han acompañado. Y otra cantidad de fantasías para que la cosa entretenga y no sea solamente la paja de la biografía propia.

-El verano pasado produjiste la tercera edición del Akelarre cuir en Azul. ¿Qué se siente traer tu trabajo al pueblo?

-Para que algo tan hermoso y potente exista, tienen que haber muchas voluntades y deseos puestos. Fuimos un grupo de maricxs, feministxs y artistxs locales quienes nos pusimos como objetivo armar una fiesta disidente y repensar la política de la noche a nivel local hace ya unos años y el Akelarre Cuir nació en 2015 como respuesta a muchísimas formas de violencia vivida en distintos bares y fiestas de la ciudad, como refugio y espacio seguro para mujeres, travestis, trans, maricas, tortas, bi, heteros, no binaries y las distintas expresiones de género de la zona. Para enfiestarnos con otra música, para bailar como quisiéramos, para usar la ropa que se nos de la gana. Recuerdo la cantidad de veces que pusieron de excusa nuestra vestimenta para evitar que entremos a algún lugar o, en lo personal, las veces que me amenazaron con sacarme del boliche por besarme con otro chico dentro, regla que por supuesto rompimos con mucha dedicación y lengua. Por suerte eso está cambiando en alguna medida, hay algo mucho más grande que el odio irracional y es la potencia del hartazgo. El Akelarre es una manifestación de energía amorosa, pero también una política de la noche, una que da la bienvenida y cuyo "derecho de admisión y permanencia" no se para en los estándares de la intolerancia a la otredad, sino en un consenso en el que machismo, culpa heredada, transodio y represión no bailan en la pista ni cantan en los escenarios.

Mi trabajo en particular creo fue doble, el de la producción de una política de la noche y por otro lado con la banda. En esta tercera edición que se hizo en enero del 2020 vinimos con Putite de mamá, que nace de una performance autoficcional que hacemos junto a mi hermana, Angie Ruiz, y junto a Camilo Ortiz, un dj increíble que conocimos en Buenos Aires. Conjuga fiesta, teatralidad, música, activismo y ese sentimiento de mamarracha que huye de la solemnidad y que tanto me gusta. Traerlo fue de una potencia arrasadora. Creo que se disfrutó mucho como público por las devoluciones (sobre todo me ayudó a darme cuenta de que sí existe un público para lo que hacemos acá en Azul, con ganas de otros discursos) y para quienes lo hacíamos fue una experiencia inolvidable porque estábamos en la casa de nuestra infancia y varias de las canciones que canté están inspiradas en historias vividas ahí.

¿Cómo creés que se conjuga la política y la militancia con tu producción artística?

-La política y militancia tienen ciertas búsquedas prácticas que muchas veces no coinciden con ciertos impulsos o motivaciones que entiendo llevan a la creación de obra. En lo personal, no busco utilidad en lo artístico, entiendo el hecho de la creación como un impulso vital hacia lo inútil, hacia un montón de nuevas interrogantes que la angustia creativa va intentando materializar y muchas veces lo logra y ahí nace la obra y se colectiviza y entonces vuelve a llenarse de interrogantes y angustias. A su vez, entiendo al arte como un canal de comunicación y cuando se lo expone sé de la potencia que tiene en su multiplicidad de signos y sensaciones que provoca, lo sé principalmente porque soy un gran consumidor de arte y entretenimiento. Cuando estoy creando también pienso en esto, en atacar el sentido, en repensar lo que veníamos pensando para pensar otras cosas. Entonces voy a la imagen, como unidad mínima del sentido, como un eslabón en la construcción de eso que llamamos "lo real", "lo verdadero", "la realidad" que se impone como paradigma. Me gusta expandir esos límites, me gusta el comic y el dibujo animado, soy fan de la sitcom, me gusta el cine, me gusta inventar historias de fantasía, me gusta la fantasía, la palabra fantasía, la peluca, el brillito, la joya falsa. Me gusta lo aparente (no lo que aparenta), a veces me gusta la sugerencia y otras veces la literalidad y todo ahí desparramado adelante nuestro. Creo que entiendo a la producción artística como un campo identitario en constante tensión, cambio y transformación. A veces la política llega tarde a esos campos.

Me gustaría hablar del entretenimiento, por último. Siento que si tuviera que pensarme ahora puede que sea desde el entretenimiento. Me gusta entretener, que la gente suba y baje, que escuche pavadas y cosas profundas. Que nada sea tanto ni tan poco. Tal vez sigo siendo ese niño quemado de cinco años intentando hacer reír a las pacientes con dolencias en el consultorio de mi mamá.

-¿Cómo está el sector artístico independiente a esta altura de la pandemia?

-Bueno, el de Buenos Aires, adonde más he trabajado, está devastado. Creo que se necesitan respuestas del Estado, uno que tiene una puja entre oposición y oficialismo para sesionar ciertas leyes que nos amparen a lxs trabajadorxs de la cultura y, mientras dirimen estos conflictos personalistas, los días pasan, la plata se devalúa y nuestra actividad sigue parada por una situación extraordinaria y también por muchísimas condiciones previas y de base que necesitan una reparación. Va a ser muy difícil la vuelta del sector, muchas salas cerraron. Acá en Azul también pasa. De a poco van abriendo algunas actividades para la enseñanza, pero hay espacios que ya no volverán y habrá que laburar mucho para que la convocatoria sea la que era, no solo por el miedo que pueda provocar juntarse, sino también por esas condiciones de base que hablaba de que hace que al independiente todo le cueste el doble aunque pague impuestos delirantes como a los que se sometió durante el macrismo. También hay que saber que, dentro del sector artístico independiente, como todas las actividades, existen condiciones de clase, hay quienes tienen otro trabajo, otrxs que tienen dinero, aquellxs cuya manutención dependía totalmente del sector. En definitiva, si algo ha develado esta pandemia es la falta de políticas y las informalidades en el trabajo artístico y condiciones a las que, personalmente, no estoy dispuestx a volver: trabajos gratis para el Estado, ensayos de meses sin ninguna seguridad, seguros de sala imposibles, actores y actrices sin cobrar un peso por su trabajo, exitismo y persecución del cartelito de localidades agotadas, prensa y publicidad a precios irrisibles.

-¿En qué proyecto/s estás trabajando hoy?

-La cuarentena es un subidón y bajada constante. Pero hay que laburar, finalmente. En septiembre empiezo a dar un taller en el Circulo árabe de Azul para bailarinxs e interpretxs que tengan el movimiento como principal eje de creación. La dramaturgia, por suerte es inmune al virus; estoy de Becario por el Cultural San Martín de CABA en una residencia para Italia que me tiene muchas horas en zoom y con gente hermosa de muchas partes del mundo. El proyecto se llama "The world is ending, Democracy is falling, I'm all alone, and I want to fuck". Acabo de terminar de escribir Rabbish, una obra sobre el universo de Puig para un proyectazo con Dennis Smith y Alfredo Arias. Estoy ensayando una obra que se dará por streaming con las actrices de Tecito Tibio que estuvo acá en La Criba el año pasado. Putite de mamá participó en el Distópico junto a Ro Tirita, Aye Beker y Marilina Bertoldi y sigue adelante con la grabación del primer disco. Preparando una obra para Azul y que podrá verse en un futuro, espero, no muy distante. Dirigiendo un video para Teatro x la Identidad con mi hermana Angie actuando. Hicimos una perfo biográfica con mi familia recorriendo la casa, cartas y fotografías de nuestra vida para el Instituto Nacional del Teatro y estrenamos "Cabaré voltei, a grande revista electrônica" junto a Selvática Acciones Escénicas de Brasil. Intentando aprender cosas nuevas, sobre todo para pensar el carácter audiovisual que han tomado nuestras performatividades. Y trabajando acá en Azul junto a la Colectrans para acompañar a las identidades trans/travestis en este momento de emergencia.

-¿Algún deseo para el futuro del arte en nuestro país?

-Que sea mucho, diverso, mejor pago y descentralizado, algo que nos ha enseñado esta urgencia sanitaria es la necesidad de expandirnos y lo indispensable y necesario que es estar en movimiento. Que la cultura esté contemplada en los presupuestos anuales del país, que no sea más una cuestión de clase acceder a hacer o vivir experiencias artísticas. Que la colectivización no sea mezquina. Que la noche vuelva, porque encontrarse también es una forma de arte, que los besos no lastimen, ni por quienes los den ni porque exista un virus. Que podamos perrear pronto hasta el piso con una banda en vivo y salir montadísimas en plan fantasía a la calle. Y que todas las pasiones puedan encontrar su escenario.

En redes: @patricixruiz (ig) - Patricio Ruiz (face) - www.patricioruiz.tumblr.com


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